Nenúfares
El príncipe Juan nunca aprendió a nadar. Clases particulares de refuerzo, pócimas y conjuros, velas y rosarios, novenas y profesores particulares tampoco lo consiguieron. Cuando la bella se acercaba al estanque y las demás ranas empezaban a dar saltos de alegría, él se agazapaba en su nenúfar, muerto de miedo.
Precioso cuento, Luis. La timidez, porque creo que tu relato es una metáfora de la misma, es una barrera que nos impide vivir nuestra existencia a plenitud. Pocas cosas son tan dolorosas como el saber que dejamos pasar una oportunidad de oro por falta de arrojo. El hubiera no existe pero aniquila.
ResponderEliminarExcelente micro.
Saludos.
Gracias, Vicente, A la timidez, sí, pero intenté hacer algo más, dado que últimamente estaba demasiado violento. Es también un canto a la sencillez. Un día, delante de la tómbola más grande del mundo, el dueño le ofreció a mi hija que escogiera cualquiera de los miles de regalos que se veían (por la cara, porque éramos amigos, sin boletos ni ná de ná, por cierto). ¿Sabes lo que pidió mi hija de 4 años? un peluche horrible y diminuto, un triste e insignificante llavero. Aprendí lo que pueden ser las prioridades o necesidades de cada cual. Aquí lo más importante para el príncipe Juan era saber nadar.
ResponderEliminar¿Me enrollo, que no? Y el caso es que cada vez que lo hago lo estropeo. Es como intentar explicar un chiste. En fin... Un abrazo
Nos dicen que la realeza está cada vez más preparada, pero seguro que fuera de su entorno se encontrarían como tu príncipe en la charca. Bella debería frecuentar otras partes del bosque y besar con los ojos cerrados a aldeanos o a gnomos, tal vez le gustara lo que viera al abrirlos.
ResponderEliminarMe encanta como reinterpretas el cuento. Muy bueno, Luis.
Saludos.
Tratas, Luis, de una manera muy simpática y perfectamente desarrollado un tema trascendental en las relaciones humanas, cual es la timidez. Coincido con el comentario de Vicente en que la timidez nos impide tomar decisiones que luego nos arrepentimos de no haber tomado. Y así va a resultar imposible que el príncipe Juan, rana encantada que no sabe nadar, deshaga su encantamiento mediante el tradicional beso.
ResponderEliminarVa mi me gusta y mi enhorabuena por tan lograda historia.
Un saludo cordial.
Un cariñoso abrazo, José Antonio. ¡Si yo contara los "ligues" que he perdido por mi timidez! Digámoslo más fino: ¡las oportunidades que me he perdido!
EliminarEsa es tu visión desde el punto de vista de la Bella. Me encanta. Por cierto, ¿no estamos a menudo demasiado dramáticos? Por eso este mes he querido desviarme un poco de esa corriente. Un abrazo, José.Muchas gracias
ResponderEliminarCreo que el miedo del príncipe Juan se debe a que es el único que ve al monstruo, transformado en princesa. Seguro que si ella lo ve, lo ahoga. Es un relato metafórico, para que cada lector lo interprete a su gusto. Buena aportación.
ResponderEliminarSaludos.
Desde luego, original interpretación, la tuya, Beto. Va a resultar que da más juego del que pensaba. No había caído en que la Bella bien podía ser la ogro/princesa Fiona.
EliminarUn abrazo.
Buenísimo, Luis. Qué ingeniosa y ocurrente esa vuelta de tuerca al cuento.
ResponderEliminarMi más sincera enhorabuena.
Un abrazo.
Pablo
Gracias, Pablo. Pues nada, que debemos tener el color del cristal distinto, todos los que nos da por juntar letras
EliminarUn abrazo, maestro.
Don Luis, has tocado mi corazón con tu varita mágica. Precioso y candoroso cuento, como un Juego de Tronos chiquitito y vital. ¿Para qué quiere él salir a otros mundos si ya es el príncipe de su charca y tiene su nenúfar?
ResponderEliminarMis aplausos para él y besos para ti.
Ahí es donde quiero llegar, Patricia, a ver si se me pega algo de tu poesía.
EliminarUn beso.
Una versión tierna e ingeniosa de la historia que nos hace sonreír al observar al tímido príncipe oculto en su charquita, intimidado por la bella.
ResponderEliminarFelicidades, Luis, y un saludo.
El pobre padece complejo de Licea, más pronunciado cuando más hermosas son las mujeres.
EliminarUn beso Mª Jesús.
Este príncipe despierta ternura: pequeño, indefenso y asustado en esa charca, rodeado de congéneres ruidosos y desinhibidos. Quizá Bella se fije en él y lo rescate de sus complejos.
ResponderEliminarUn abrazo, Luis.
Mientras no se arroje encima de él... porque no creo que los nenúfares resistan.Un beso, Asun.
EliminarEn tu relato me parece ver dos posibles lecturas. Por un lado, ese enemigo interior que nos anula, el quiero y no puedo que consume. Por otro, la pretensión legítima de conformarse con lo poco que se tiene, el temor a verse obligado a abandonar el propio mundo, conocido y querido. La realidad no es sólo una, puede tener muchas caras y coexistir todas a la vez.
ResponderEliminarOtro buen texto de tu factoría
Un abrazo, Luis
Hola, Ángel, mi cirujano psicológico. Siempre acertado. Felicidades además por tu "Cita a Ciegas",
EliminarUn cariñoso abrazo.
Entrañable historia, Luís.
ResponderEliminarMe gusta el contraste que creas entre el nenúfar flotando en las verdes aguas cristalinas del estanque y la oscuridad húmeda del castillo.
Un saludo
Hola, Margarita.
EliminarSiempre es un placer rodearse de nenúfares, margaritas, brezos, juncos y retamas.
Un brezo y un abraso.
Pues fíjate, Luis, que a mí me habría gustado saber bailar, pero ni yendo a Lourdes. Son cosas que a fin de cuentas importan poco, aunque a veces se echen de menos.
ResponderEliminarUn abrazo, Luis.
Otro para ti, Enrique. Gracias.
EliminarLa sencillez de un cuento, donde podemos escapar de la problemática actual y quisiéramos ser mejor ranas en un mundo lleno de nenúfares.
ResponderEliminar¡Eso, eso es lo que hace falta!
EliminarUn abrazo Ricardo.
Qué tierno, Luis. Seguramente Bella no se deje distraer por las ruidosas ranas y note al príncipe Juan en su nenúfar.
ResponderEliminarUn beso.
Hola Sandra, mi compañera de juegos infantiles y toboganes perdidos. Gracias.
EliminarUn beso enorme.
Más que de la timidez, a mi me parece que el relato trata del miedo. Del miedo a vivir la vida con plenitud. Del miedo al mundo que aguarda más allá de nuestra zona de confort. Del miedo atávico a lo desconocido. De hecho, la palabra miedo es la que cierra el relato, que es mucho más que una simpática revisión del cuento clásico.
ResponderEliminarBien contado, Luis.
Saludos cordiales
Comulgo absolutamente contigo. Yo no lo expresaría mejor. Por cierto, "miedo atávico"... ¡qué maravillosa expresión, y qué fuerza hay en esas dos palabras!
EliminarGracias, Carles. Un abrazo. (¿Por fin ganador en ENTC? Me encanta)
La pobre rana se va a morir de aburrimiento mientras Juan desde su nenúfar seguramente ya marchito, llega al principado venciendo todos los miedos. Es un relato original.
ResponderEliminarsaludos
Gracias, José María.
EliminarUn abrazo
Luis me ha encantado esta nueva versión tuya del príncipe convertido en rana. Tiene un punto de simpatía y otro de timidez. En serio, me ha parecido genial. Te felicito.
ResponderEliminarPues me alegro por "Alma gemela"
EliminarUn abrazo.
Pues a veces sería bueno ser como tu Juan, si tienes un buen nenúfar donde cobijarte, para qué tirarte al vacío desde el estanque. En fin, yo me entiendo, jajaja. Me ha gustado mucho el micro y cómo nos lo narras, Luis. Un abrazo.
ResponderEliminarMatrioska, la calidad de tus relatos me hace valorar también, en la misma medida, tus comentarios.
EliminarGracias, y un abrazo.
Precioso cuento, aunque a mí me da mucha penita el príncipe.
ResponderEliminarEnhorabuena y suerte
Hola, Crispín. La verdad es que a mí me dan más pena el resto de las ranas. Tienen mucho menos que contar.
EliminarGracias. Un abrazo.
Nenúfares, islas protectoras de esa vida que teme o no quiere cambiar. Muy bueno, Luis. Un abrazo.
ResponderEliminarLa ley de la relatividad nos dice que un nenúfar puede llegar a ser un palacio.
EliminarUn abrazo, Salvador
Pues me gusta esta historia de príncipe apocadito y nenúfar protector. Sí señor.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Holaaaa Paloma! Cómo te hecho de menos. ¡Quiero leerteeee!
EliminarGracias por el comentario. Un beso
Me gusta la historia. Coincido con otro comentario en que la princesa se fijará en esa pobre rana que no se mueve y querrá darle cariño.
ResponderEliminarSaludos Luis.
Carme.
¡Ay, no sé!, que no, que no, que la princesa no es lo que aparenta... Me temo que las aguas del estanque, van a perder la armonía de sus reflejos.
EliminarBesos, Mª Carmen. Gracias.
Yo haría lo mismo si se ponen a brincara a mi alrededor... ¡si no supiese nadar! por mucha bella que se me acercase...
ResponderEliminarYa que estoy aquí, aprovecho para darte la enhorabuena por esa preciosa "La luna", reciente mención en Wonderland.
Un abrazo, Luis.
Gracias Rosy.
ResponderEliminarBesos
Querido Luis, se me había pasado tu original y potente relato, fuiste muy tempranero este mes. Enhorabuena por estar en la final.
ResponderEliminarBesos.
Malu.
Me gusta esta nueva versión del cuento. Aemás es muy gráfico, pues me imagino al príncipe acongojado (léase bien) bajo su nenúfar y entre la algarabía del resto de batracios. jejeje!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Luis.