Mil doscientas corbatas después
Colgó el teléfono y apoyó las manos contra el ventanal de su moderno despacho. Desde allá arriba, todo resultaba tan pequeño que apenas podía distinguir nada. El iPhone volvió a sonar. Pegó el rostro al cristal y sonrió al sentir el frío. Todo se iba a la mierda. Por fin.
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