Supervivencia desesperada
"Come, hijo mío". Mi voz sonaba seca, rasposa.
La cuchara, humeando, derramando preciosas gotas de guiso aguado, se acercó a los labios agrietados del niño.
Dos cucharadas. Suspirando, me recosté contra el árbol, su plácido rostro en mi regazo, su respiración débil.
Gritos. Volví la cabeza. Le abracé fuerte. Lloré.
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