Setecientos kilómetros
Sus ojos se humedecían mientras el tiempo transcurría. Los autobuses iban y venían, las dársenas se llenaban y vaciaban, pero no a su gusto.
Entonces lo vio, sonriendo. Él exclamó: "Ey, muñeca, ¿me esperabas?", y sobre sus ojos azules se abalanzaron las lágrimas emocionadas de otros dos de color ébano.
Entonces lo vio, sonriendo. Él exclamó: "Ey, muñeca, ¿me esperabas?", y sobre sus ojos azules se abalanzaron las lágrimas emocionadas de otros dos de color ébano.
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