No es un hasta luego, es un adiós
—Lo siento— me dijo, y tras ella cerró la puerta, dejando tan vacío aquel inmenso salón. Oía sus tacones escalón tras escalón, sabiendo que aquella sería la última vez que lo haría. Rápidamente, vinieron a mi cabeza los versos de Neruda.
"La diferencia, Pablo, es que yo todavía la quiero".
"La diferencia, Pablo, es que yo todavía la quiero".
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