El regalo
La mañana se presentaba aciaga. Su jefe, con inusitada amabilidad, le comunicó su despido. Apesadumbrado fue a sentarse a un banco del parque cuando comenzó inesperadamente a jarrear. Hecho una sopa, inmóvil, absorto, nadie reparaba en él. Entonces, una joven con extraño acento le habló:
—¿Palaguas, señol? Cogel tú. Glatis.
—¿Palaguas, señol? Cogel tú. Glatis.
La ayuda se encuentra en los momentos más insospechados y por vías sorprendentes. Me ha gustado José Antonio. Enhorabuena y suerte. Jerónimo
ResponderEliminarMuchas gracias, Jerónimo. Ese era el objetivo que perseguía con mi microhistoria: trasladar la idea de que una ayuda puede llegarte de la forma menos esperada. E incluso por la persona menos esperada también. Gracias y te leo.
EliminarSuele dar más quien menos tiene. Emotiva historia de la que todos deberíamos aprender. Me ha encantado, José Antonio.
ResponderEliminarFina
Y eso es lo triste, Fina, y a lo vez lo más esperanzador: que la ayuda nunca te va a venir de aquel al que le sobra, sino de aquel que tiene poco, del que necesita poco y, por ello, como se suele decir, es mucho más rico que el otro.
EliminarGracias por tu comentario. Y el nuevo tuyo, ¿para cuándo?
La gente buena abunda... a veces es imposible seguir de largo ante la evidencia de que alguien necesita de tu amabilidad. Precioso relato.
ResponderEliminarNarión, muchísimas gracias por tus palabras. Llevas toda la razón: hay mucha gente buena (o buena gente), aunque nos pueda parecer, a veces, lo contrario. Esa debe ser nuestra esperanza: que el mundo no es de los que no se merecen ni tan siquiera el apelativo de 'ser humano', sino más bien de quienes se preocupan de los demás, incluso teniendo poco.
EliminarUn saludo y lo dicho: gracias.
Conmovedor y real, José Antonio. Hay mucha gente tan buena como tu relato.
ResponderEliminarAbrazos!!
Muy agradecido, Patricia, por tus palabras.
EliminarUn saludo.
Cuando ya le daba lo mismo todo, empapado hasta la médula, aparece un paraguas. No es el remedio quita-agua en sí lo que él aprecia, sino el calor humano que recibe en un momento delicado como el suyo. Un relato perfectamente posible y cotidiano, lo que añade más enteros al relato.
ResponderEliminarUn saludo, José Antonio.
Efectivamente, Ángel, fueron las palabras (pero también el bienvenido regalo) de la vendedora china las que reconfortaron a ese abatido personaje en un día gris, tanto en lo personal como en lo meteorológico, entre tanta indiferencia de otras viandantes.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, siempre bienvenido (como un paraguas).
Un saludo cordial.
¡Cuánto reconfortan unas palabras amables en un momento tan dramático!. Un relato muy humano, José Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarPues, María Jesús, aunque este no sea un escenario dramático, tus palabras también reconfortan. ¡Que me felicite la ganadora del mes pasado es para mí un alto y no sé si merecido honor!
EliminarGracias por tu amabilidad.
Un abrazo.