¡Mira!

Ella no pudo evitar un grito de sorpresa. Pregunté qué pasaba mientras buscaba su brazo para apoyarme en él. Ella no contestó.

 —¿Qué pasa? —insistí. 

—Tiene tus ojos —dijo al fin—, tus mismos ojos.

Extendí la mano izquierda y noté entre mis dedos las pequeñas esferas. Recuerdo que había muchos.
Escrito por Conrado Lama - Web

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