Faltabas tú
Cuando despertó no estaban en casa. Bajó a la calle y la encontró vacía. Comenzó a recorrer el pueblo. La plaza, desierta. La iglesia, cerrada. Los bares, con el cierre echado. Nadie, absolutamente nadie, por ninguna parte. Siguiendo su propia sombra llegó hasta el cementerio. Allí estaban todos, sonrientes, esperándole.
Y todos se quitaron los sombreros, le aplaudieron y le vitorearon. Dicen que, incluso, algunos le hicieron la ola, por ser el protagonista de uno de los mejores relatos que habían leído. :)
ResponderEliminarUn destino compartido inevitable, por mucho que se rezagase. Un caso en el que se podría aplicar aquello de "mal de muchos..."
ResponderEliminarMuy bueno, Ignacio
Un abrazo
Gracias a ambos, sois buenísimos (también con los demás).
ResponderEliminarSaludos.
Y cuentan las malas lenguas, que aún están de juerga en el camposanto, a pesar del cabreo del enterrador que continuamente les amenaza con su dimisión, pues "esto no es una berbena. ¡Qué se tumben, coño!" -les dice- Buenísimo Ignacio. .
ResponderEliminar¡Qué cincuenta palabras más bien aprovechadas! Me encanta el modo en que has desarrollado la idea.
ResponderEliminarSaludos, Ignacio.
De haber trabajado ahí mi "vigilante", sí que habrían salido todos a recibirle.
ResponderEliminarMuy buen relato, Ignacio. Suerte,
Belén
Que inquietante comienzo, Ignacio. Me ha recordado aquella escena de "Abre los ojos". Suerte.
ResponderEliminarSaludos