Comida de fraternidad
Aquel año tenía que ser diferente. No podía repetirse lo de siempre, acabando a gritos, jurándose odio eterno, rebuscando los números de teléfono de sus abogados. Y comenzaron bien. Pero no serían más de las nueve cuando las sirenas de la policía abrumaban los oídos resignados de los pobres camareros...
Cuántas veces nos hemos prometido no enfadarnos y hemos acabado de los nervios...
ResponderEliminarBuen relato, Rafael.
¡Cuídate!
Cuando el hipócrita que llevamos dentro flaquea, aparecen los ánimos sin freno...Gracias por tu comentario.
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