En capilla
Indefenso. Inerme. Sin escapatoria posible. Sin ataduras (tampoco son necesarias). Con la cabeza más baja que los pies. Tremendamente angustiado, asustado. Un potente foco de luz blancoamarillenta directo a los ojos. Mantiene cerrada la boca, hasta que le exigen abrirla, obligándole a escuchar:
—La treinta y ocho requiere extracción inmediata.
—La treinta y ocho requiere extracción inmediata.
¡Qué bueno! La agonía de la tortura en estado puro.
ResponderEliminar¡Bravo, bravo!
Verdad, Patricia. ¿O no es eso lo que siente cualquiera en esa misma situación?
EliminarGracias por tu comentario y por tu elogio (doble).
Yo siempre digo que hay que tener una confianza ciega en el confe..., perdón, en el dentista. ¡Excelente!, como siempre, José Antonio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Fina
Confianza se tiene, pero miedo o terror (exagerando algo), también.
EliminarMuchas gracias, Fina, por tu comentario. En tí sí que confío.
Un abrazo fuerte.
¡Dios mío!, me hiciste creer que ese pobre individuo estaba padeciendo una insoportable tortura. Y de alguna manera, lo era... ¡Es fantástico!
ResponderEliminarUn saludo.
¡Lo conseguí! ¡Ese era, precisamente, el objetivo! Confundir una situación trivial, habitual, anual (cuando se puede) con otra que para nada lo es. Dos momentos tan parecidos y tan diferentes. Yo, no obstante, me quedo con el que narro.
EliminarGracias, María Jesús.
Saludos.
Pues a mí también me la has pegado. Has creado perfectamente esa atmósfera acongojante consiguiendo que encaje en ambos supuestos. Yo a lo que más le temo en estos casos es a coincidir después con algún vecino en el ascensor y tener que darle explicaciones.
ResponderEliminarEstupendo, José Antonio. "Me gusta" y me alegra siempre leerte.
Saludos.
Hay una diferencia clara entre una tortura consentida y otra obligada: en aquella, tú pagas; en esta, tú cobras. Y para nada he querido hacer un chiste burdo sobre la tortura humana, que desde aquí condeno, porque quien la practica no merece ser llamado ser humano. Ni siquiera animal...
EliminarSaludos, Enrique, y gracias por ofrecerme/nos tu opinión. La alegría es mutua.
Buen vuelco final, que suaviza esa tortura consentida, pagada y buscada por el bien de nuestra salud. Lo peor de todo es que. encima, ni se tiene el recurso de protestar con esa boca tan abierta. Los dentistas, esos profesionales temidos pero necesarios.
ResponderEliminarUn saludo, José Antonio
Y tanto que los necesitamos. Al menos, una vez al año. Pero, también, al menos una vez al año nos volvemos a sentir (y a sentar) como si estuviéramos en una situación de tortura. Y para nada nos terminamos de acostumbrar.
EliminarGracias, una vez más, por tu siempre amables palabras, Ángel.
Saludos.
Te has superado, amigo...¡¡qué sudor frío!!
ResponderEliminarMuy, muy bueno...
Pues a ese sudor frío al que te refieres le sigue otro cuando se conoce la factura... Gracias por tu comentario elogioso, Rafael, y nos seguimos leyendo (lo que no es ninguna tortura).
EliminarSaludos.
Ay!!! El dentista ... lo que nos hace sufrir con la boca abierta y sin poder hablar!!!
ResponderEliminarMuy bueno José Antonio.
Besos.
Malu.
Y, tampoco, sin poder gritar. Todo lo más que podemos hacer es emitir unos sonidos sin sentido, pero eso sí, muy sentidos. ;)
EliminarGracias Malu por tu comentario.
Besos para ti.