Enamoramiento
Mis ojos, cautivados, se posaron en sus curvas. Llovía, algo normal en otoño. Ella, empapada, chorreaba sensualidad. Limpié las gotas de deseo que inundaban mi frente y la besé. Alcancé el paroxismo al montarla de manera salvaje. Huí.
Señor Juez, yo no robé esa moto. Ella me robó a mí.
Señor Juez, yo no robé esa moto. Ella me robó a mí.
Y yo me lo creo. Muy bueno, Fernando.
ResponderEliminarMuchas gracias, Patricia. Un beso.
ResponderEliminarUn texto con segundo sentido perfectamente logrado. Lo menos que podía hacer ese hombre era robar ese objeto de deseo para hacerlo suyo para siempre, pero eso no lo entiende ningún juez, y menos el legítimo dueño.
ResponderEliminarUn saludo
Me temo que tienes toda la razón, Ángel. Dudo que el pobre enamorado escapara de una buena sanción.
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí. Un abrazo.
Muy propio estilo del microrrelato. Me gusta.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, Isidro. Un abrazo.
Eliminar¡La seducción hecha mecánica! Me ha encantado, Fernando, porque me has engañado (gratamente) hasta el final.
ResponderEliminarSaludos.
Me alegro muchísimo de tu encantamiento, Mª Jesús. Un abrazo muy fuerte.
EliminarLeí esto ya en otro lugar, no exacto, pero con la misma intencionalidad. Igual lo del "señor Juez" estuvo bien.
ResponderEliminarTienes razón, señor Anónimo. Este texto se lo copié a un tal Gonzalo de Néstor, que lo publicó en la página de "ociozero"... Pensé que no lo leería nadie, ¡y tú lo has leído dos veces!
EliminarMe alegro mucho. Por cierto, Gonzalo me ha dado permiso para publicarlo aquí...
¡Buen giro final! Va mi 'Me gusta' y pido la absolución para el enamorado: se dejó llevar por una pasión arrebatadora.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, José Antonio. Serías un buen abogado defensor, pero mucho me temo que la justicia va por otro lado, qué se le va a hacer.
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