Envidia (Pecados capitales V)
Los delató tan insistentemente que los bárbaros irrumpieron esa misma noche derribando la puerta marcada de sus vecinos; una sencilla familia judía, de economía holgada tras años consagrados al comercio.
Regresado el silencio ocupó la vivienda. Descolgó retratos, retiró juguetes y ahuyentó remordimientos que regresarían como moscas a un cadáver.
Regresado el silencio ocupó la vivienda. Descolgó retratos, retiró juguetes y ahuyentó remordimientos que regresarían como moscas a un cadáver.
La mayoría de los pecados capitales extienden sus efectos casi exclusivamente al pecador, y en el propio pecado suele estar también su penitencia; pero la envidia va mucho más allá y afecta a terceras personas y son éstas las que acaban pechando con las consecuencias. Es, por tanto, un pecado mucho más maligno y tú has sabido retratarlo magníficamente.
ResponderEliminar¡Bien hecho, Antonio!
Abrazos
Gracias, Notincgas. Tienes razón, aunque yo creo que el resto de pecados capitales también van más allá del pecador y son arrasadores. Pudiera ser que de los 7, la envidia sea la más arraigada en nuestra, aún inmadura, sociedad española.
EliminarUn abrazo, fenómeno.
Y sus efectos también cayeron sobre él, como castigo al terrible atropello, de esa manera tan metafórica que has empleado: ‘como moscas a un cadáver’.
ResponderEliminarMe gusta mucho, Antonio.
Un saludo.
Gracias Maria Jesús. Creo que hace falta estar podrido por dentro para dejarse vencer de esa manera por una ambición.
EliminarUn cordial saludo.
Que bien contado y que gran historia, desgraciadamente verdadera en la historia del mundo, has escogido para relatarnos el quinto pecado capital.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pablo
Desgraciadamente Pablo. Lo cruel de las guerras aparece porque desaparecen los filtros de nuestra parte más primitiva, que la educación y la buena convivencia mantienen a raya.
EliminarGracias por tu comentario, Pablo.
No sólo has tratado admirablemente uno de los peores pecados capitales, además te has adentrado en otro de los peores defectos humanos: la xenofobia.
ResponderEliminarÚnicamente lamento una cosa, que, necesariamente, sólo queden dos entregas de tu serie. Como ha pasado con Notincgas, como sucede con casi todo, ha de tener un final, lo cual resulta una lástima, pues, bien llevada, como es el caso, es una buena fórmula que combina lo individual dentro de un entorno colectivo, doble mérito por tanto al que sólo os atrevéis algunos valientes.
Un abrazo, Antonio
Ángel, es una suerte contar siempre contigo, que estés presente en cada relato y que tu innata expresividad venga aderezada de algún halago.
EliminarValoro mucho tu imaginación, tu talento y tu prolífica capacidad de regalar historias, pero aún más la amabilidad y el respeto que destilan tus comentarios.
Gracias y, como siempre, un placer.
Un abrazo.
Un capítulo abominable de la historia que deja patente lo que somos capaces de hacer. Genial, Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarYa lo sabemos, Salvador; La grandeza y la miseria son la esencia del más complejo de los primates.
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Un abrazo.
Querido Antonio, muy potente este relato de la serie de Pecados capitales, qué mala es la envidia y qué malos los envidiosos, para mí de lo peor que hay en esta vida. Es por eso que, por mucho que el protagonista intente auyentar remordimientos, no lo va a conseguir. La frase final es brutal, me encanta.
ResponderEliminarUn beso fuerte.
Malu.
Gracias Malu. Fue precisamente una de mis pretensiones, conseguir un relato potente que arroje la crueldad que encierra la envidia. Me alegro de haberlo conseguido con alguien de tu talento.
EliminarUn rebesazo
La envidia es el peor de los pecados, tiene un poder de destrucción y arrastre terrible, buen ejemplo es el que nos narras en tu micro. Aunque también creo que, al ser el más mezquino, es también el que más pesadillas causa al que se abandona a él. Me ha gustado mucho y el cierre, fantástico. Un saludo, Antonio.
ResponderEliminarPor tu comentario, y otros, creo haber conseguido transmitir lo repugnates que podemos llegar a ser con tal de conseguir aquello que creemos merecer.
EliminarTe lo agradezco mucho, Matrioska.
Un cordial saludo.
Bien contado, Antonio, aunque en esta ocasión echo de menos la corpulencia de las imágenes a la que nos tienes acostumbrados en la primera parte del relato (o quizá sea que yo estoy menos receptiva). No así la última frase, en la que puedo escuchar el grito agónico de las personas retratadas y el golpe sordo de la pelota de trapo contra la pared. Soberbio final lleno de moscas que aletean con furia y llenan la escena de oscuridad.
ResponderEliminarConfío en que no huelan mi envidia por tus letras.
Un cálido saludo.
¡Pero que valiosos son tus comentarios, Margarita! Siempre tomo muy buena nota de lo que expones y sugieres.
ResponderEliminarTienes ese sexto sentido que convierte a las frases en sensaciones de 3 dimensiones que moldeas y muestras con exquisita generosidad. Y encima escribes muy bien.
Gente como tú hace grande este pequeño punto de encuentro de la fantasía.
Gracias.
Creo que has elegido uno de los mejores contextos para escenificar este horrible pecado que curiosamente muy pocos confiesan tener. Gran planteamiento el que has hecho con el primer párrafo y fantástica la escena descrita en el último. Qué trágica y qué amarga esta victoria. Dicen que la envidia sólo desaparece con la destrucción del objeto que la produce, pero nadie habla de ese inevitable remordimiento con el que resuelves, genialmente, tu relato.
ResponderEliminarEnhorabuena, Antonio, y un abrazo.
Enrique.
Gracias Enrique por ser tan exhaustivo en tus exposiciones. Es un placer leer cómo desgranas con tanta precisión las partes del texto y expones tu parecer.
EliminarEres un tipo con mucho talento, Enrique. Agradezco mucho que te haya gustado.
Un abrazo.
La peor pobreza no es la carencia de cosas materiales sino la que es alimentada con la envidia; produce daños terribles si es acompañada por el odio. Otro buen relato que se añade a la serie, con un guiño a la denuncia. Dejo un me gusta.
ResponderEliminarSaludos.
Cierto Beto, la pobreza espiritual busca la riqueza en la materia, a veces a toda costa, dejando paso a la muerte para que campe a sus anchas a cambio de acceder a un placer siempre fugaz.
ResponderEliminarGracias por tu visita y tu reflexión, me alegro de que te haya gustado.
Un saludo.
Querido Antonio, ¿la envidia sana es envidia? o es también envidia al fin y al cabo y lo que te tengo yo es admiración, jejeje
ResponderEliminarGran relato como nos tienes acostumbrados, eso si con mucha mas fuerza y crudeza que los anteriores.
Un abrazo
Muchas gracias por tus halagos, Vememos.
EliminarCréeme, valoro enormemente que te haya gustado
Un fuerte abrazo