Últimas palabras
Subí los crujientes peldaños tratando de no trastabillarme. Cuando llegué arriba, pensé aliviado que acabaría pronto. Me preguntó si quería decir unas últimas palabras. Negué con la cabeza. Me colocó bien la cuerda. Antes de tirar de la palanca que abría la trampilla, el verdugo me dijo:
—Ánimo y suerte.
—Ánimo y suerte.
Berlanga: esa ha sido el nombre que me ha venido a la cabeza al leer tu relato, Plácido. Y no sólo por tu firma, una gran película del cineasta, si no por la narración en sí del que imagino como verdugo primerizo deseándole una imposible suerte al ajusticiado, en la línea del humor ácido y sarcástico del maestro valenciano.
ResponderEliminarUn magnífico relato, Plácido.
Me ha gustado, Plácido. Al igual que a Antonio a mí también me ha venido a la mente un personaje sacado del dúo Berlanga y Azcona. No sé por qué, al verdugo le he puesto la cara de José Isbert.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pablo
¡Joé! (con perdón).
ResponderEliminarY aquí llevo un buen rato, escuchando las palabras del verdugo, y alargándolas en el tiempo para evitar oír el ruido de la trampilla al caer, a ver si hay suerte, sin saber qué decirte, Plácido.
Pues nada, no se me ocurre nada, salvo ¡impactante, magnífico, efectista!
Que Pablo saque su libreta, que este lo anoto yo también.
Saludos
Sacada y anotado queda. Como sabes esa libreta, si mis fantasmas no la han quitado de en medio, está a disposición de relatos tan buenos como éste y, por supuesto, a la tuya, Margarita.
EliminarUn saludo a Plácido y un besote para ti.
Pablo
Me ha encantado cómo describes la escena y la guinda con que la rematas con esas “oportunas” últimas palabras del verdugo. Sin duda, una grandísima persona. Fantástico micro, Plácido. Felicidades. Un saludo.
ResponderEliminarLa suerte deseada por el verdugo sólo le vendría por la defectuosa aplicación de la ley de la potencia (potencia por su brazo es igual a resistencia por el suyo, etc)
ResponderEliminarEl peso del verdugo rompió el poste del cadalso evitando su estrangulamiento y la imposiblidad de ser sentenciado 2 veces a la misma pena.
¡Qué digo yo!
Jejeje. Magnífico relato Plácido, además me ha hecho reir imaginándome la escena.
Un abrazo.
...El peso del reo, que no del verdugo
EliminarMuy buen relato. En mi caso me hace memoria a Ambrose Bierce con "El monje y la hija del verdugo", muchos oficios no eran de elección y, que mejor que una buena despedida.
ResponderEliminarY mi última palabra es... ¡Magnífico!
ResponderEliminarSiempre es un consuelo que alguien nos desee ánimo y suerte. También le podría haber dicho aquello de "¡Larga y fructífera vida! ¡Jajajajaja!
ResponderEliminar¡Muy bueno, Plácido! Excelente microrrelato lleno de sarcasmo que como a mis precedentes me ha arrancado una sonrisa (mejor dicho, una risotada) y ello a pesar de narrarnos magníficamente una ejecución sumarísima.
Va mi "Me gusta" y mi reconocimiento por tu texto.
Saludos.
¡Excelente microrrelato! Un verdugo con una personalidad digna de análisis; puede ser bobo, despistado, inocente, buena gente, etc. Para mí es un gran cínico que tortura a sus víctimas hasta el último suspiro de vida. Muy bueno, un cierre perfecto, original.
ResponderEliminarSaludos.
¡Para mi también!
EliminarA mí este verdugo me parece alguien que quiere dar un halo de normalidad rutinaria a su trabajo, como si la suya fuera una ocupación cualquiera, al tiempo de tranquilizar en lo posible al reo, expresándole sus mejores deseos para la otra vida que le espera y en la que evidentemente cree.
ResponderEliminarUn saludo
A mi me parece un poco cabroncete, saboreando el miedo de la víctima con sorna, una especie de psicópata con el trabajo de su vida Jejeje ¡funcionario!!
ResponderEliminarUn saludo muy chulo el microrrelato.
Hay personas que, sin malicia alguna, tienen el don de decir lo más inapropiado en el momento menos adecuado. Yo veo a este verdugo como un buen ejemplo de ello y tu micro, impactante. Felicidades por tan magnífico relato, Plácido.
ResponderEliminarUn saludo.