Cincuenta por ciento
Dios y Satanás observaban. En cada juicio reclamaban sus almas, la balanza de buenas y malas acciones sentenciaba.
Yo, en espíritu, estaba un poco acojonado. Mi proceso acabó con la balanza totalmente equilibrada; maldije el día que no ayudé a cruzar a la viejecita.
Satanás eligió cara y Dios, cruz.
Yo, en espíritu, estaba un poco acojonado. Mi proceso acabó con la balanza totalmente equilibrada; maldije el día que no ayudé a cruzar a la viejecita.
Satanás eligió cara y Dios, cruz.
Me gusta que no se narre cómo se lanza la moneda, crea tensión y no se sabe si se hace más eterna la espera del resultado o la eternidad en sí.
ResponderEliminarSaludos
¡Que grande, Salvador! Desde el título, pasando por la primera parte, la segunda en que se presenta el protagonista y el excelente final que deja la imagen de una moneda volando.
ResponderEliminarUna genialidad.
Un abrazo.
Pablo.
Un equilibrio tan perfecto que determina que lo más justo es una decisión a cara o cruz. Un final abierto donde no cabe el término medio. Condenación o salvación eterna, la más extrema de las dicotomías que pueden imaginarse y tú has sabido hacerlo.
ResponderEliminarUn abrazo, Salvador
Sí es que a las viejecitas desvalidas las carga el diablo. Muy bueno, Salvador, espero verye por aquí abajo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Salvador.
ResponderEliminarIgnorantes como somos del peso de nuestras acciones, por insignificantes que éstas parezcan, quizá deberíamos ser un poco más píos.
Dejo por aquí un fragmento de «Las pequeñas memorias» del gran José Saramago.
«Y también soy yo el único que puede recordar aquella vez en que fui desleal con José Dinís. Andábamos con la tía María Elvira en la rebusca del maíz, cada cual en su carril, con un saco colgado al cuello, recogiendo las mazorcas que por desatención hubieran quedado en los tallos cuando la cosecha general, y he aquí que veo una mazorca enorme en el carril de José Dinís y me callo para ver si él pasaba sin darse cuenta. Cuando, víctima de su pequeña estatura, pasó de largo, fui yo y la arranqué. La furia del pobre expoliado era digna de verse, pero la tía María Elvira y otros mayores que estaban cerca me dieron la razón, que él la hubiera visto, yo no se la había quitado. Estaban equivocados. Si yo hubiera sido generoso le habría dado la mazorca o le hubiera dicho, simplemente: "José Dinís, mira lo que tienes ahí enfrente". La culpa fue de la constante rivalidad en la que vivíamos, pero yo sospecho que en el día del juicio final, cuando se pongan en la balanza mis buenas y malas acciones, será el peso de aquella mazorca lo que me precipitará en el infierno».
Saludos.
Magnífica escena ante ese pobre protagonista (“en espíritu, acojonado”) que le da un toque de humor a tan solemne decisión. Pero vamos, que jamás imaginé un desenlace final (y nunca mejor dicho) tan ajustado y tan… neutral. Quizás, mientras está en el aire esa moneda decisoria y justiciera, y el diablo maquine su trampa, Dios haga demostración de su misericordia divina.
ResponderEliminarEnhorabuena, Salvador, me ha encantado.
Un saludo.
Divino suspense, diabólico final. Digo diabólico porque detecto una cierta mordacidad en él. Que Dios elija la cruz me parece genial, pero sobre todo que el mismísimo Dios juegue con el diablo al 50% en un juego entre 'iguales'.
ResponderEliminarY que en medio encontremos a un espíritu acojonado, cual opositor esperando un resultado, tiene su gracia, con un acabado excelente, con suspense y en suspensión, como la moneda.
Un relato muy bueno, Salvador. Enhorabuena.
¡Qué idea más buena y original, Salvador!
ResponderEliminarY qué bien la desarrollas. Y cuánta tensión. Y esa viejecita, que parece que anda por ahí cruzando los dedos y con una sonrisa poco celestial en su rostro esperando ¡por fin! la hora de su venganza. Y la moneda que gira y gira y gira y...
¡Es genial!
Un abrazo
Tu protagonista tiene que estar tranquilo, Salvador, porque hoy el infierno ya no arde en llamas, ni el cielo es tan ignífugo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un beso.
Una excelente idea perfectamente contada, Salvador. Propongo que en casos como este se "juegue" una prórroga. Un abrazo.
ResponderEliminarY si Dios y Satanás andan al cincuenta por ciento, en dura greña, por esa alma desvalida, entiendo entonces que ese espíritu (acojonado él, descojonándome yo de la risa)... ¿estará en el limbo hasta que se dilucide este juicio final?
ResponderEliminarEspléndido, Salvador, tu relato. Con tres párrafos escuetos nos narras algo tan complejo como un juicio de almas cuyo resultado se conocerá cuando la moneda nos diga si sale cruz o cara. También podría quedarse vertical, descansando sobre el canto. Aunque llegado este caso, creo, la viejecita le dará un toque maestro.
Va mi "Me gusta" y con él mi más cordial saludo y un fuerte abrazo.
Y esos segundos de espera mientras la moneda decide tu futuro que se hacen eternos… ¡Pobre espíritu! No me gustaría estar en su… glups… Pues eso, que no me gustaría ser él. Divertidísimo y original relato, Salvador. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn saludo.
Qué nervios... Peor que el Sombrero Seleccionador de Hogwarts.
ResponderEliminarComo me ha gustado mucho tu relato, con tu permiso Salva, te pongo la banda sonora: https://www.youtube.com/watch?v=yMMxLQu3a3U
Muy bueno, Salvador. Me imagino el espíritu acojonado, haciendo un repaso de todas las acciones de su vida, buenas y malas. Y esa viejecita, que sin saberlo ha decidido el futuro de esa pobre alma. Quizás la viejecita no fuera tan inocente y quisiera cruzar la calle para huir lejos de la óptica de donde acaba de robar unas gafas para la presbicia. Creo que a Dios y al diablo le faltaban datos para hacer el juicio y decidieron recurrir al azar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buena historia, Salvador y bien relatada. La eternidad, una mera cuestión de azar. Condenación y salvación como las dos caras de una misma moneda, ahí es nada.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Esperemos que no se posara de canto.
ResponderEliminarExcelente, Salvador.
Esperemos que no se posara de canto.
ResponderEliminarExcelente, Salvador.
Muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios. Si cielo e infierno existieran, si nuestras acciones, buenas o malas, decantaran la balanza del juicio final, el empate sería una variable posible, y cada detalle podría desequilibrarla. Siempre me sorprende cómo los comentarios pueden ampliar el universo de un relato y cómo se enriquece el germen inicial. Abrazos y gracias al cien por cien.
ResponderEliminarme gusta que dejes la balanza en equilibrio y que Dios se quede de con ganas de recibir a tu protagonista, porque seguro que con el calor de la fogata y el color de las meigas --- que eu sei ben que habelas ailas --- podrá ayudarte a seguir escribiendo así de bien. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSaludos.
Excelente final, en ocasiones aplicable también en muchas circunstancias en la tierra
ResponderEliminarSupongo que ver que la balanza quedaba en equilibrio dio un respiro a ese espíritu y bajó unos grados su acojone. Claro que esperar que su eternidad dependa del azar cuando podía haber dependido de un insignificante gesto, debe jorobar bastante. Original planteamiento y muy bien estructurado. Felicidades, Salvador. Un saludo.
ResponderEliminarEsta pareja del bien y el mal, disputándose las almas, qué imaginación, te ha quedado divino, Salvador.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy divertido. Enhorabuena.
ResponderEliminarDigo yo que se quedaría en el purgatorio, esperando a ver qué pasa, ¿no? Me gustaría ver al espíritu acojonado.
ResponderEliminarMe ha gustado Salvador, te mando un beso.
Malu.