El vendedor de aventuras
—¿A qué te dedicas? —preguntó Andrea con voz ingenua.
—Escribo cuentos de cincuenta palabras, —respondí prendado de sus límpidos ojos de avellana y su piel de seda.
—¿Puedo leer uno?
—Sólo si me das un beso.
—Quieres comprarme un beso.
—No, preciosa, quiero venderte el cuento más viejo del mundo.
—Escribo cuentos de cincuenta palabras, —respondí prendado de sus límpidos ojos de avellana y su piel de seda.
—¿Puedo leer uno?
—Sólo si me das un beso.
—Quieres comprarme un beso.
—No, preciosa, quiero venderte el cuento más viejo del mundo.
Percepciones. Me encanta.
ResponderEliminarGracias. Me alegra qeu te guste...
Eliminar¡Jajaja, buen recurso!
ResponderEliminarSaludos.
Casi como la vida misma...
EliminarMe gustó mucho tu relato que bien hace uno imaginar como surgen las narraciones de cincuenta palabras: de un beso.
ResponderEliminar¡Sensacional retrato de ese puente invisible entre la inocencia y la picardía!
ResponderEliminarSaludos cordiales, Nicolás.
Pues sí, como argucia es bastante antigua, pero como micro me ha parecido fantástico. Un saludo, Nicolás.
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