El placebo de la amistad
El trineo de Santa Claus viró bruscamente, un paquete cayó sobre las tórridas arenas.
Fahari, sorprendida, recogió el osito de peluche y se lo dio a su pequeño que acurrucado se debilitaba por las fiebres. Sin fuerzas le sonrió y se durmió tranquilo, sabía que su nuevo amigo le protegería.
Fahari, sorprendida, recogió el osito de peluche y se lo dio a su pequeño que acurrucado se debilitaba por las fiebres. Sin fuerzas le sonrió y se durmió tranquilo, sabía que su nuevo amigo le protegería.
Salvador: cada vez le doy más importancia a los títulos y el de tu relato me encanta.
ResponderEliminarPintas una escena muy tierna, a la vez que muy cruda. Ojalá ese osito de peluche sea una buena medicina para restablecer al pequeño.
Los países deberían bombardearse ojitos de peluche o disparar juguetes. Hacer bombas de regalos infantiles para repartirlas en todas las ciudades. Y por supuesto, el presupuesto gastado en armas, utilizarlo para que las condiciones de vida de niños como el hijo de Fahari, sean las que merece cualquier ser humano.
Me temo que hacemos todo lo contrario.
Un abrazo.
Pablo.
Quise decir ositos, no ojitos. Otro abrazo.
EliminarMuy bueno. Mi enhorabuena. Una hora de avión puede cambiar por completo lo útil por inútil. Un saludo
ResponderEliminarCoincido con Pablo en que has elegido un título perfecto para un relato de una ternura inteligente, que disecciona con habilidad la importancia que para occidente tiene su propio ombligo sin ocuparse demasiado del estomago, pulmones y corazón dentro de los ombligos ajenos.
ResponderEliminarA veces la felicidad necesita sólo de las pequeñas cosas para acurrucarse un momento a nuestro lado.
Me ha gustado mucho tu relato, Salvador
Lo triste es que ese osito parece haber caído en ese rincón por accidente, cuando todo niño debería tener derecho a un regalo alguna vez, además de a otras muchas cosas en este condenado mundo desigual en el que vivimos. Por otra parte, no hay un placebo que produzca más efecto que el cariño.
ResponderEliminarUn abrazo, Salvador
Tierno, aunque triste está lleno de esperanza. Al final el amor, es la auténtica riqueza.
ResponderEliminarMe ha gustado tiene bastantes lecturas, sin duda la crítica social, pero también Ángel saiz decía que era el azar, es verdad, pero creo que se refiere no al objeto material sino, al regalo de la amistad. Y la amistad siempre es fortuita y espontánea.
En fin son sólo mis reflexiones.
Enhorabuena por el micro y un saludo.
¿De qué tiene miedo en las tórridas arenas? Tal vez de la falta de asistencia sanitaria, o de la intolerancia, o de la explotación infantil, o de las ráfagas de metralleta que escucha en la lejanía, o de la frialdad de aquellos a los que Santa Claus lleva ositos. Pero tiene un nuevo amigo y eso, ahora, es lo único que importa.
ResponderEliminarDuerme bien, mi niño.
Un abrazo muy sentido, Salva. (Hoy he pasado un mal día. Sorry)
Todo el que alguna vez ha sido niño reconoce la importancia de los juguetes, ésos en los que se depositan tantas ilusiones, voces y secretos infantiles. Lo desolador sucede cuando tantas infancias quedan aplastadas bajo el peso de la guerra, la pobreza y la marginación. Tu Santa Claus ha operado, aún sin saberlo, para devolver cuando menos una de las sonrisas robadas a este crío y, quién sabe, tal vez sea suficiente.
ResponderEliminar«Hay que dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más».
—Madre Teresa de Calcuta.
Fantástico cincuenta, Salvador; es una lástima que tu relato no haya aparecido en una fecha más próxima a la Navidad.
Felicidades. Un fuerte abrazo.
Vicente
Qué poquito se necesita para hacer feliz a un niño, y qué desigualdad tan enorme entre esos niños y los nuestros...
ResponderEliminarMuy triste Salvador.
Un abrazo
Ojalá el trineo de más giros bruscos y vayan cayendo más paquetes para esos niños que seguro los agradecen mucho más que sus verdaderos destinatarios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me uno al deseo de Asun y pido que la campaña "Un juguete, una ilusión", consiga este año llegar a más niños que nunca; que sería como hacer que el trineo de tu Santa Claus virase una y otra vez, lanzando una interminable lluvia de juguetes. Tan triste como bien contado tu micro, Salvador. Un abrazo.
ResponderEliminarQuerido Salvador, qué triste realidad nos dejas en tu relato.
ResponderEliminarLos países ricos conformes y acomodados, dando migajas a los países pobres. Los países pobres muriendo en la miseria y los ricos mirando para otro lado. Muchas veces me pregunto en qué mundo vivimos y a dónde vamos y lo peor de todo es que la respuesta es tan negra, que ni la veo.
Un beso.
Malu.
Qué tiernamente nos has metido en la piel de estos dos personajes. Creo que no hay fórmula mejor para sensibilizarse con ellos y con todos los desfavorecidos, y tú lo has logrado sobradamente. A falta del placebo de la esperanza, la amistad de este osito resulta muy gratificante. Que no quede ahí la cosa.
ResponderEliminarEnhorabuena, Salvador, por este estupendo relato que llega a doler.
Un abrazo.
Ese osito caído del cielo es una muestra de que en los peores momentos, un pequeño gesto basta para que nos sintamos mejor.
ResponderEliminarMe ha encantado, Salvador.
Un beso.
Ojalá ese osito le prepare una sopa de esas que todo lo cura.
ResponderEliminarRelato triste y bonito a un tiempo, Salvador.
Abrazo.
Qué genial ese frenazo de Papá Noel. Muy oportuno y justo en el momento en el que se necesitaba. Un relato muy tierno y lleno de sentimiento. Un beso prenavideño.
ResponderEliminarMuchísimas gracias a todos por vuestras amables palabras. Este relato, en principio, estaba previsto para diciembre pero se ha traspapelado y ha nacido este mes, tenía prisa por ver la luz y empaparse de vuestros comentarios, siempre tan gratificantes. He intentado plasmar una triste realidad, la tarta de la vida nos la comemos entre cuatro y esta sociedad, al igual que el trineo de Santa Claus, tiene que virar hacia un reparto más justo. También he intentado reflejar la importancia de las pequeñas cosas, de los sentimientos, de la amistad. Un fuerte abrazo para todos y gracias de nuevo.
ResponderEliminarSin duda, la amistad es unos de los placebos más efectivos.
ResponderEliminarEnhorabuena, Salvador, por esta historia tan tierna a la par que triste que nos toca el corazoncito.
Un abrazo.
Precioso relato, Salvador.
ResponderEliminarLa sonrisa febril de ese niño es un suspiro de aire fresco en la inmensidad del desierto.
Un abrazo
Tiene mucho encanto tu relato. Es una caricia navideña.
ResponderEliminarSuerte
¡Que habilidad para introducirnos, con ternura, en la historia y luego darnos ese golpe crudo del cierre! Buen micro, Salvador.
ResponderEliminarSaludos.
Fina, Margarita, María Jesús, Beto, muchas gracias por vuestras palabras. Abrazos.
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