Mis pobres hijos
Alguien cercano a mí, y entendido en la materia, me dijo: "Subir cien pasajeros en tu pequeño barco es una temeridad".
Yo no podía dejar cincuenta en el olvido. No podía dejar a ninguno fuera. Eran mis hijos, en la sombra, aunque fuesen pequeños... Aunque no los hubiese leído nadie.
Yo no podía dejar cincuenta en el olvido. No podía dejar a ninguno fuera. Eran mis hijos, en la sombra, aunque fuesen pequeños... Aunque no los hubiese leído nadie.
Si me permites que te lo diga, tú relato tiene gran interés, no podía ser menos cuando habla de la perdurabilidad de las letras que se escriben con ínfulas de eternidad. Sin embargo, siento disentir en un aspecto, al que creo que has querido dar un toque biográfico. El barco de tu protagonista no es pequeño, se trata de un transatlántico, el Arca de Noé o un buque de grandes dimensiones, suficiente para que esos hijos se embarquen en él, recorran el mundo y no queden en la sombra, merecen ser visibles y tener vida propia.
ResponderEliminarSiempre es un placer, con el aliciente de que viene por partida doble, poder encontrarme con vosotros.
Os mando un abrazo a los dos y todo mi afecto
Ángel, primero gracias por tus comentarios,
EliminarTe diré descubriendo el relato, que el barco es un libro, y que los pasajeros son mis pobres hijos, los relatos, a los que no puedo incluir a todos los que quisiera- Rd un relato totalmente autobiográfico en clave.
Cuando esté a flote te presentaré a todos los pasajeros, aunque la editora, o sea la naviera me ha dicho que tarda un año en sacarlo a la mar abierta.
Un abrazo de los dos.
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Genial, Gil. Que metafóricas cincuenta palabras en este sitio tan cincuentero en el que caben muchos más de cincuenta vocablos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pablo.
Muchas gracias Pablo por tus palabras, nos hubiera gustado qeu etuvieses en el encuentro.
EliminarUn abrazo de los dos.
Me parece que has encontrado la manera de salvar a esos cincuenta de ahogarse en el mar del olvido, dejándolos subir sin que ocupen espacio.
ResponderEliminarMuy bueno, Gil.
Saludos.
La naviera me ha dicho que no caben mas pasajeros en el barco. Guardaré mucho tiempo de luto p por ellos, hasta que tal vez construya otro buque para sacarlos a la superficie.Un saludo de mis pobres hijos y de nosotros
Eliminarla hija del ferroviario y yo mismo.
Ay, Jose Mari, si es que los hijos son apéndices de los que no nos podemos desprender... Hay que subirlos a donde sea para que salgan a flote, ¿verdad?
ResponderEliminarGenial este micro, coincido contigo en que lo que uno escribe es como un hijo y más de una vez, conseguir que nos salga un relato por corto o largo que sea, es tan costoso o más que un parto.
Encantada de leerte y de volver a veros a ti y a la Doña el sábado. Espero veros muy pronto un miércoles en el Círculo.
Besos fuertes para los dos.
Malu.
Malú, -- con acento--, sabia que lo entenderías. El símil de la naviera, con la editorial los hijos con los relatos... si Si que lo has entendido
EliminarUn beso de los dos
la hija del ferroviario y yo
Yo encuentro en tu relato la expresión de un dilema que nos afecta a todos cuando escribimos. Qué quitar y qué dejar cuando por número nos sobran la mitad de las palabras de un relato. Creo que estarás de acuerdo en que muchas veces la historia mejora al despojarla de algunas cosas que eran superfluas sin que antes nos hubiéramos percatado de ello. Aunque también es cierto que otras nos vemos obligados a prescindir de detalles importantes. Con todo, últimamente me he dado cuenta de que lo que uno no pone luego aparece indefectiblemente en los espléndidos comentarios que los compañeros ponen debajo.
ResponderEliminarBueno, me he extendido mucho, y a lo mejor me he apartado totalmente de tu intención. Es lo bueno de que para los comentarios no haya límite de palabras, ;-).
Un abrazo, José María, y otro para esa encantadora chica, hija de un ferroviario.
Y yo encuentro en tu comentario la agudeza de un escritor con oficio uy experiencia.
EliminarHas hecho diana.
Un abrazo de los dos, la hija del ferroviario y yo
Opino lo mismo, José Mari que el resto de compañeros. Cuando nos lanzamos a escribir nos explayamos y no tenemos medida. Amamos a todas y a cada una de nuestras palabras casi como si se tratara de nuestros hijos.
ResponderEliminarLo malo viene después cuando debemos despojarnos de alguna de ellas.
Todas nos parecen importantes.
Pero cuando finalmente lo logramos y damos a enviar lo hacemos con miedo a que aquello que pretendíamos explicar se haya quedado perdido en la papelera, aunque como dice Enrique siempre algún avezado compañero acaba completándolo e incluso llegando más lejos al interpretar nuestra idea.
Recibid todos, tanto a aquellos con quienes pude un gran momento el sábado como a los que aún no conozco, un gran abrazo de
Gloria Arcos Lado
Que sabio comentario. Muchas gracias por tus palabras.
EliminarUn saludo de la hija del ferroviario y ,mio propio.
Que suban a bordo también esos cincuenta, seguro que llegan lejos. Y cuando se acerquen a nuestras costas saldremos a recibirlos como se merecen. Con los ojos muy abiertos y la imaginación dispuesta.
ResponderEliminarMuy entrañable e imaginativo tu micro, Gil. Un placer haberos conocido a los dos. Un abrazo.
Juana sabemos que si por ti fuera se hundiría el barco para no dejar a nadie en alta mar. A mi me pasa lo mismo.
EliminarMuchas gracias por tus comentarios, pero la naviera, o sea la editora no admite tantos pasajeros en un barco tan pequeño.
Un beso de los dos. la hija del ferroviario y yo
Oye, pues igual es el momento de cambiar -temporalmente- la pluma por el martillo, o de llamar a un carpintero, y ampliar el barco porque cuando uno se pone a la faena... procrea que es una barbaridad.
ResponderEliminarUn saludo, Gil
Ya estaba yo echando de menos tus palabras, pero claro a estas alturas no voy a cambiar de oficio. Mira, la hija del ferroviario ademas es hija de carpintero y maneja las gubias y el martillo mejor que yo. Yo tardo dos años y siete martillazos en los dedos, en clavar un clavo y ella lo hace mejor.De hecho ha vestido de gala a mis hijos con su hacha hasta dejarlos listos para salir a la superficie.
EliminarUn abrazo de los dos la hija del ferroviario y yo
Muy original Gil Hernando, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn saludo
A mi también me agradan tus palabras. Un beso de los dos la hija del ferroviario y yo
EliminarMuchas veces he sentido eso mismo que reflejas en tu micro. Nuestros relatos de 50 son fruto de la difícil labor de desprendernos de lo accesorio, leer y quitar, volver a leer y ver que siguen sobrando palabras, simplificar para sacar la esencia. Todo un reto.
ResponderEliminarMagnífico el tuyo, enhorabuena.
Como lo sabes... Escribir y que no quede de huella, que duro. Menos mal que estais vosotros para remediarlo . Un beso de los dos.
Eliminarla hija del ferroviario y yo
No te sepa mal, José María. Al final, queda lo que tiene que quedar, es ley de vida, que se dice; y el sobrante no ha sido en vano, pues ha cumpido su propósito que era el de encauzar el relato final y permitir que éste existiera.
ResponderEliminarCon todo, me ha gustado mucho esa relación casi paternal que has dibujado entre el autor y sus palabras.
Abrazo para ti y para la Hija del ferroviario. Todo un acontecimiento conoceros.
Al final quedan los buenos comentarios de los mejores relatistas, de los amigos y de
Eliminarlos que se arriesgan a leerlos. Como tu.
Un abrazo de los dos la hija del ferroviario y yo
Qué bonita metáfora, José María. Yo interpreto que hablas de palabras, pero también de relatos y de relatistas. Una historia delicada y envuelta para regalo. Es un placer leerte. Muchos abrazos.
ResponderEliminarHas entendido perfectamente, son los relatos los pasajeros los pobres hijos que debo salvar subiéndolos al barco llamado libro que les permita ser observdos y leidos por los otros.
ResponderEliminarUn abrazo de los dos, la hija del ferroviario y yo