De tierras adentro
No habían conocido paisaje diferente a la dehesa extremeña, hecho que motivó que, al fallecimiento del centenario patriarca, vendieran la numerosa piara de ibéricos heredada y viajaran hasta la costa para conocer el Mediterráneo.
Les gustó tanto que decidieron afincarse allí, junto al mar, aunque nunca antes habían usado bañador.
Les gustó tanto que decidieron afincarse allí, junto al mar, aunque nunca antes habían usado bañador.
Me parece un micro enormemente tierno, José Antonio. Con ese eco costumbrista que evoca tiempos no muy pasados en los que la tradición y el acervo condicionaban la forma de vivir. Excelente narración con cierto regusto a 'clásico'.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y además de desearte un gran año nuevo, me reservo otro deseo para mí: seguir leyéndote.
Creo que a los que hemos nacido tierra adentro, la primera vez (y otras muchas después) que vemos el mar nos deja hechizados. A mí me pasó de muy niña con el Cantábrico. Aunque también he de decir, que cuando conocí el Valle del Jerte extremeño, con ese mar blanco de cerezos en flor... mi corazón se embargó de emoción. Me quedo con los dos, aunque ninguno de los dos mares pertenecen a mi tierra. De todas formas, José Antonio, un micro muy bien narrado y entrañable cómo describes a esa familia cautivada por el mar. Como tú sueles decir, ahí va mi "me gusta". Feliz salida y entrada de año. Un abrazo navideño.
ResponderEliminarQuerido José Antonio: que hayas cogido una familia extremeña, rodeada de buenas carnes y tierra por todas partes, me recuerda a la infancia de mí padre, también extremeño, cuya rica tierra lleva en el corazón. Pero cuando salió de allí, el primer mar que vio fue el Mediterráneo, que tiene un regusto más poético que los demás, y hasta allí íbamos todos los veranos la familia al completo a disfrutar de un paisaje sin igual.
ResponderEliminarLuego, por circunstancias de la vida, los veranos los empezamos a pasar en el atlántico, buenas playas también. Lo que es indiscutible es que tu relato, lleno de sencillez, me ha recordado a él, al que estuvo más lejos del mar, al que más le gusta de la familia, en que, a sus 83 años, sigue escapándose para bañarse y disfrutar de la sal y las mareas.
Un me gusta bien grande y un abrazo enorme. Feliz año. Que sigamos disfrutando de tú maestría.
Pablo.
Es lógico que la tierra que nos ha visto nacer y crecer, donde conocimos a la primera novia y tantas otras cosas, sea la que más nos atraiga; pero aparte de leer y ver buen cine, nada enriquece más que viajar, ser ciudadano del mundo; el inmovilismo exagerado cierra posibilidades y no deja que se abra la mente. Ese patriarca tomó una decisión muy inusual y positiva que le honra, como a ti tus relatos, que espero que sigamos disfrutando en el año que comienza.
ResponderEliminarAbrazos, José Antonio
El mar, ese gran seductor, pudo más que las costumbres y hábitos de vida tan arraigados. Me imagino a esa familia rústica e incluso algo tosca, fascinada por los aires marinos del Mediterráneo. En fin, toda una escena costumbrista, simpática y curiosa la que nos has pintado.
ResponderEliminarUn abrazo, José Antonio y que tengas mucha suerte este año que nos llega.
Ya lo decía Serrat:
ResponderEliminar“Toma tu mula, tu hembra y tu arreo.
Sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna.
Tal vez mañana sonría la fortuna.
Y si te toca llorar
es mejor frente al mar.”
Es muy difícil dejar tus raíces y buscar arraigo en otro lugar, pero en este caso, el mar ha actuado de amarre. Un micro muy emotivo, José Antonio. Felicidades y un beso.
Me resulta entrañable la capacidad de cambio de esa familia, porque de que te guste algo nuevo a que ello te haga renunciar a cuanto habías conocido antes (y bueno además en este caso), va mucho. Y me intriga un poco la circunstancia de que nunca antes hubieran usado bañador. No me digas que van a seguir sin usarlo.
ResponderEliminarUn muy estimulante relato, José Antonio, con todo el poder evocador de la buena literatura.
Enhorabuena y un abrazo. Que Tengas buena despedida de año y que el próximo te llene de alegrías.
Renovarse o morir, aunque a veces se muera en el intento.
ResponderEliminarY así, con esa bella imagen que nos muestras, me has recordado la emoción de los días previos a los viajes largos, asfixiantes y complicados que hacíamos en el seiscientos toda la familia, apiñada y revuelta, para recorrer los kilómetros que separaban la vieja meseta de trigo y amapolas de la tierra lamida por el agua salada e infinita.
Me prometí que algún día cambiaría las margaritas que me gustaba ponerme en el pelo por adelfas de colores, y los adustos pinos que mis hermanos y yo usábamos como portería para marcar goles por elegantes palmeras.
Y aquí estoy, rodeada de azules eternos, aprendiendo a nadar cada día un poco mejor (y a partir cocos).
Cuando me ahogo, recuerdo los marrones y ocres de la meseta castellana y, aprovechando que el Pisuega pasa por Valladolid y que las distancias son cada vez más cortas, cambio gaviotas por cigüeñas y, si las circunstancias lo permiten además, me compro un bañador nuevo de esos que estilizan la figura.
¡Feliz Año Nuevo, José Antonio!
Un beso para ti y un deseo para mí (copio a Antonio): que siga leyendo tus historias y me hagas sonreír.
Sí, muy bonito el mar, pero yo me quedo con los ibéricos. Ya me relamo, todos para mí.
ResponderEliminar¡Feliz año, J.A!
Es que el Mediterráneo debe tener algo mágico, al menos así me lo imagino. Y no me extraña que esa familia haya decidido asentarse en sus costas. Me gustó mucho tu relato, Antonio.
ResponderEliminarUn beso y ¡muy feliz año nuevo!
Pues yo que soy de tierra adentro, muy cerquita de Extremadura, tierra a la que quiero y en la que tengo grandes amigos, te digo que muero por los ibéricos pero que no perdono ir al mar o al océano un par de veces al año.
ResponderEliminarMi gran pasión es viajar, vamos que si pudiera estaría todos los días del año como Willy Fog, ja, ja, ja...
Entrañable relato José Antonio. Toques el tema que toques lo haces con tal maestría que es una delicia leerte siempre.
Te mando un beso enorme y le pido al 2016 (yo no voy a ser menos) que sigas deleitándonos con tus letras y que, por favor, avises cuando vayas a Madrid.
Malu.
Pues yo me apunto a comerme los productos ibéricos que se habrán traído de su finca extremeña servidos en una mesa con vistas al Mediterráneo.
ResponderEliminarAh, y no te preocupes por el vino, de eso me encargo yo.
Un beso, Jose Antonio, feliz entrada de año.
Cambiar la dehesa por el Mediterráneo, somos lo que vivimos y las experiencias se acumulan en nuestra mochila enriqueciendo nuestra vida. Relato costumbrista pero que refleja, sobre todo, cómo decidimos nuestro camino. Un abrazo, José Antonio, y feliz 2016.
ResponderEliminarLa necesidad de saciar esa sed de lo desconocido, de llegar más allá, de comprobar que nuestros pulmones seguirán funcionando con el aire de otras latitudes, todo eso nos has pintado en tu relato, José Antonio. Muchas gracias y que el año que viene sea muy próspero.
ResponderEliminarVicente
Jose Antonio no me extraña que la familia se enamore del Mediterráneo, mi mar, es precioso. Siempre anhelamos conocer lo opuesto a lo conocido. Enhorabuena. Besos
ResponderEliminarSin que sirva de precedente, espero que me permitáis en esta ocasión hacer un único comentario para agradeceros, de forma global, vuestras muy atentas y excesivamente cariñosas palabras que me habéis dedicado. Pero no puedo dejar a un lado vuestros nombres, amigas y amigos cincuentistas. Así que muchísimas, pero que muchísimas gracias Antonio, Juana, Pablo, Ángel, María Jesús, Matrioska, Enrique, Margarita, Patricia, Sandra, Asun, Salvador y Vicente.
ResponderEliminarQuiero aclararos el porqué de mi microhistoria. Os cuento: Hace ya un puñado de años, veraneando en la costa tropical granadina, concretamente en Almuñécar, llegó a la playa un grupo de personas, de unas cierta edad (rondarían los sesenta y pico años), que por su aspecto y comentarios daban la sensación de que nunca habían estado en el mar. ¡Tal era su asombro y sus torpes maneras de desenvolverse en la playa! ¡Ninguno, ni ellas ni ellos, llevaban bañador sino unas vestidos ligeros, ellas, y sus pantalones y camisas de manga corta, ellos! No sé qué me sugirieron, pero me imaginé que eran varios hermanos que habían heredado la fortuna familiar (lo de los ibéricos es solo circunstancial, de tierras adentro) y que habían tomado la decisión unánime de ir a ver el mar, en este caso el Mediterráneo. Y allí se quedaron. No sé si allí seguirán, pero lo que sí sé es que seguro que supieron aclimatarse a aquella vida, tan diferente a la que habían conocido antes. Y del interior viajaron a la costa para quedarse y bañarse.
Y ya está. Ese es el secreto de esos dichosos y dichosas, que su cara de felicidad lo decía todo.
¡¡Gracias, cincuentistas!! ¡¡Nos seguiremos leyendo (y comentando)!!