Tempus fugit rural
Los años y el abandono lo habían transformado en un ser deforme y grotesco. Y aunque en su inútil mirada resistían chispeantes dos bolitas de carbón, en su tronco extenuado reposaban amigables avutardas y vencejos.
Quizás por eso el viejo Dimas nunca se decidió a sustituir al hombrecillo de paja.
Quizás por eso el viejo Dimas nunca se decidió a sustituir al hombrecillo de paja.
¡Qué bonito! Eso es literatura y no lo que hacemos los aficionados (conste que sólo hablo de mí).
ResponderEliminarQuerida Gemma, de los aficionados aprendemos los que no llegamos siquiera a esa categoría. Te has excedido tanto en el cumplido que todavía me dura el sonrojo, ¡ufff!
EliminarMuchas gracias y un abrazo.
Me parece genial tu relato, Chusa. Solo falta que sea el espantapájaros del Mago de Oz para tomar vida.
ResponderEliminarUn beso.
Pablo
Este espantapájaros es tan viejito que ya está en las últimas, como el viejo Dimas. En sus buenos tiempos posiblemente fue un espantapájaros eficaz contra los pájaros, como el de Oz, pero ahora las aves se encuentran muy a gusto sobre sus brazos.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Pablo.
Ese viejo Dimas, ¡¡un sentimental!! Podía haber cometido el delito de quemar su espantapájaros... Pero, entonces, ¿con quién hablaría de sus cosas? ¿Qué harían, desamparados, vencejos y avutardas?
ResponderEliminarVa mi me gusta, Chusa RH, porque has reflejado en tu relato el cariño de una persona hacia algo/alguien con quien tanto tiempo lleva conviviendo.
¡Enhorabuena y un beso!
Así es; José Antonio, ese espantapájaros representa su propia vida, comenzaron a envejecer a la vez y acabarán sus días juntos. Y mientras tanto los pajarillos son los espectadores de ese cercano final.
EliminarGracias por tus palabras y un abrazo.
El tiempo pasa para todos y en todas partes, en la ciudad y en el campo, igual para los hombres que para sus creaciones. No hace falta que el campesino lo diga abiertamente, está claro que el cariño y hasta la compasión que siente hacia ese producto que salió de sus manos, a pesar de que no cumple su función, se produce por pura solidaridad, porque su tronco también se ha doblado con el tiempo y su rendimiento ya no es el mismo.
ResponderEliminarUn relato sencillo, tierno y profundo.
Un saludo, Chusa
Con permiso,
Eliminar¡Qué análisis más brillante, Ángel!
Efectivamente, esa es la explicación de la negativa del anciano a deshacerse de su espantapájaros, forma parte de su larga existencia y en él ve reflejados sus achaques, sus dolencias y su propia decrepitud. Por eso se compadece de él como si del mejor de sus amigos se tratara.
EliminarGracias, Ángel, por tu análisis tan afinado siempre.
Un abrazo.
La vida pasa y nosotros, nuestras acciones y cosas... con ella. A veces... demasiado humanizadas por el continuo contacto. Un abrazo.
ResponderEliminarTodo lo que nos rodea forma parte de nuestra existencia y el objeto más trivial se puede transformar en algo indispensable para seguir adelante. En este caso el espantapájaros era como un espejo en el que se reflejaba la propia vida del anciano.
EliminarMuy agradecida, Salvador, por tus palabras.
Saludos.
Un relato que exalta el valor sentimental de los objetos, esa belleza que adquieren con el tiempo porque son los testigos de nuestra vida. Reemplazar al hombrecillo de paja sería como borrar una parte valiosa del propio Dimas.
ResponderEliminar¡Precioso, Chusa!
Saludos.
Posiblemente el hombrecillo de paja fuera como un confidente al que, en su soledad, revelaba sus sentimientos y pesadumbres. Y se veía comprendido ya que ambos sufrían a la par el deterioro natural de sus cuerpos, de palo y paja el uno, de carne y hueso el otro.
EliminarMuy agradecida, Vicente, por tu acertado análisis.
Un saludo.
Un buen espejo en el que mirarse y encontrar los recuerdos perdidos.
ResponderEliminarEntrañable, Chusa.
Un saludo
Ambos se miraban y quién sabe si ambos se comprendían desde sus respectivas situaciones. Al fin y al cabo es un cuento en el que caben multitud de interpretaciones.
EliminarMuchas gracias, Margarita. Aprovecho para felicitarte por tu llegada a la final en los REC.
Un abrazo.
Precioso cuento otoñal, Chusa.
ResponderEliminarMe parece bien reivindicar que no todo deba valorarse en términos de productividad (y mucho menos las personas).
Saludos cordiales,
Así es, Noctincgas, Dimas hizo de su creación un compañero inseparable, al margen de su eficacia como espantapájaros siempre lo conservó, quizás con la esperanza de que mientras uno aguantara el otro también resistiría.
EliminarMe alegra que te haya gustado esta historia.
Un abrazo.
Qué micro más hermoso y entrañable, Chusa. No sé qué imagen me produce más ternura, si la de los pájaros posándose sobre el hombre de paja que hace tiempo dejó de ser espantapájaros, o la de Dimas respetando el valor de los recuerdos compartidos con ese ser inanimado. Perfecto, me ha encantado. Es una alegría tenerte de nuevo entre nosotros. Un beso.
ResponderEliminarDimas y el espantapájaros forman una pareja entrañable, tan real en mi cabeza que los he visto mirarse abstraídos el uno al otro, sumidos en confidencias y departiendo de tú a tú, como cualquier pareja de buenos y leales amigos. Es lo que tienen los cuentos. ;)
EliminarMuchas gracias, Matrioska. Aquí sigo, emergiendo de vez en cuando para compartir nuestras historias.
Un abrazo.
El tiempo, que pasa tan rápido y deteriora todos los bienes materiales...
ResponderEliminarLo que queda bien claro es que el cariño que el viejo campesino siente por su espantapájaros sigue intacto, es más, aumenta con el tiempo.
Una historia otoñal llena de cariño. Me encanta que se hable de sentimiento en los relatos.
Un beso bien fuerte, querida amiga.
Malu.
Así es, Malu, el anciano ve en el espantapájaros su propia evolución y su propio desgaste. De ahí que se apiade de su deterioro que, junto al cariño que le ha cogido, hace que se resista a deshacerse de él. Realmente son los sentimientos, como bien dices, los que dominan en esta historia, y de eso bien sabes tú que los manejas con gran maestría, en eso no hay quien te gane.
EliminarUn beso para ti, amiga.
Es sorprendente la empatía que las personas podemos llegar a sentir por lo inanimado, hasta el punto de vincular nuestro propio devenir con el de simples objetos más o menos antropomorfos. En cierta manera, es como capturar la poesía de las cosas, utilizando la imaginación para envolver en un aura de romanticismo todo aquello que ha compartido vivencias en nuestro tiempo y espacio.
ResponderEliminarEl viejo Dimas puede estar satisfecho, porque gracias a lo bien que Chusa ha escogido y colocado las palabras, hemos podido conocer un trocito de su alma.
Un saludo.
Me encantan tus profundos comentarios, Antonio, siempre tan completos y tan intensos.
EliminarMuchas gracias y un abrazo.
Está claro que el espantapájaros ha perdido su función, pero el cariño de su dueño lo mantiene en pie.
ResponderEliminarChusa bonito relato que desprende mucho cariño, me ha gsutado mucho.
Besos.
Gracias a ti, Javier, por tu comentario tan amable.
EliminarUn saludo.
Bonito cuento, Chusa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro de que te guste, Fina.
EliminarUn abrazo.
Chusa, precioso relato que destila belleza por todos sus poros y nos recuerda que hay que saber valorar a las personas y a las cosas, no por su valor material si no por lo que han significado en nuestras vidas. Gracias por ello. Enhorabuena! Besos
ResponderEliminarEs tan sencillo como comprender el valor sentimental que cobran ciertos objetos en nuestra vida.
EliminarGracias, Pilar, por tu amable comentario.
Un saludo y un abrazo.
Apenas sin darnos cuenta vamos dejando nuestra impronta en todo cuanto nos rodea hasta convertirlo en una proyección de nosotros mismos. Eso implica en muchos casos un vínculo afectivo (no en vano son una parte importante de nuestra vida y, como tal, también actúan como link de conexión con el pasado) del que no escapan los objetos inanimados, y menos cuando estos tienen forma de ser vivo, en cuyo caso hasta nos hacen compañía como aquel famoso coco del náufrago de Zemeckis.Creo que es una historia magníficamente contada, que has plasmado muy bellamente la inquebrantable amistad existente entre tus dos personajes, y que además nos has hecho pensar. A mí en concreto me ha traído a la memoria aquella pregunta que se hacía Karen Blixen sobre si África guardaba algún recuerdo de ella. Enhorabuena, Chusa, y un abrazo.
ResponderEliminarPerdón, no era un coco sino un balón.
EliminarGracias, Enrique, por tu magnífica explicación.
EliminarUn balón, un espantapájaros, África... Testigos y compañeros íntimos de nuestras vidas.
Un fuerte abrazo y te deseo una feliz Navidad.