El deseo
Para probar la máquina que hace crecer las ilusiones introduje mi sueño de viajar y la encendí. Enseguida me imaginé en otro continente, en las antípodas, en la luna...
Ahora he metido el deseo que tengo desde que empecé a leer. Pulso el interruptor. La máquina se pone en marcha.
Ahora he metido el deseo que tengo desde que empecé a leer. Pulso el interruptor. La máquina se pone en marcha.
Cadillac, bendita máquina. Me parece que la tuya es electrónica pero hay otras de papel, que también funcionan la mar de bien.
ResponderEliminarMuy ingenioso.
Pablo.
Gracias, Pablo. Cualquier máquina que sirva para fomentar nuestras ilusiones, sea la que sea, y sean las que sean, siempre será bienvenida.
EliminarUn abrazo.
Creo que tu maquina es un libro, que permite soñar, imaginar, reír, llorar....
ResponderEliminarOriginal relato, me ha gustado.
Un abrazo.
Un libro, nuestra imaginación, una "máquina real", lo que sea. No podemos dejar de soñar ni de perder las ilusiones.
EliminarGracias por tu comentario, Javier. Un abrazo.
Sí tu deseo, desde que empezaste a leer, era ser escritor, lo demuestras muy bien con este imaginativo relato. Esperemos que la máquina no deje de funcionar. Un abrazo.
ResponderEliminarSi tu deseo*
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Carmen. La máquina no debería dejar funcionar nunca. Eso espero.
EliminarUn abrazo.
Tu protagonista hace alusión a un deseo que seguro que compartimos la mayoría por aquí, por lo que, si se nos hubiera ocurrido la feliz idea, quizá algunos habríamos escrito estas cincuenta palabras, lo que no sé es si habrían quedado tan bien.
ResponderEliminarUn saludo, Cadillac
Ángel, seguro que sí. No hay más que leer alguno de los relatos que se pueden ver esta página.
EliminarGracias por el comentario. Un abrazo.
Entiendo en tu micro que para realizar el deseo de escribir antes hay que leer mucho. Leyendo se ejercita la imaginación, que podría ser "la máquina que hace crecer las ilusiones". Que no se te pare nunca esa máquina, Cadillac. Muy imaginativo. Saludos.
ResponderEliminarEso espero, Juana. Me ha gustado mucho tu comentario, esa mezcla de lectura e imaginación nunca debería faltarnos.
EliminarUn abrazo.
Pues yo creo que tu máquina no necesita más baterías que tus neuronas rebozadas en salsa de ilusión caramelizada. ¡Bendita imaginación!
ResponderEliminarEsperando el resultado, reciba un abrazo fuerte, señor escritor.
Con comentarios como el tuyo, ¿quién necesita máquinas?
EliminarMuchas gracias, Patricia.
Un abrazo.
Tan importante como la máquina es el sueño con que se alimenta, los de tu protagonista se nota que son tan seductores que facilitan mucho el obrar del mecanismo.
ResponderEliminar¿Cuál será el deseo que ahora procesa? ¿Conocer a Tom Sawyer, viajar al asteroide B-612, seguir el camino amarillo? Nos quedan la duda y el deleite.
Muy bueno, Cadillac.
Saludos cordiales.
Esos sueños son tan imprescindibles como la máquina, y hasta se confunden con ella. No deberían faltarnos nunca.
EliminarGracias por el comentario, Vicente. Un abrazo.
¿Me prestas la máquina? Tú ya no la necesitas.
ResponderEliminarUn saludo, Cadillac
¿Te puedo contar dos secretos, Margarita?
EliminarUno. No necesitas esa máquina. Al menos para lo que yo creo que me la pides.
Dos. Todos tenemos nuestra máquina. Lo mejor es no dejarla de alimentar. Para lo que queramos.
Gracias por el comentario. Un abrazo.
Cadillac, qué bien nos has contado que el mejor viaje se hace con la imaginación y un buen libro. No tiene límites.
ResponderEliminarMuy bonito relato.
Besos
Lo bueno de esas máquinas, Pilar, es precisamente su falta de límites.
EliminarGracias por comentar. Un abrazo.
Nuestra máquina necesita nutrirse para seguir funcionando, pero el cerebro, por ser uno de los dos motores fundamentales que la impulsan, necesita alimentarse de sueños y deseos para poder hacerlo a lo grande. Gran micro, Cadillac, felicidades. Un abrazo.
ResponderEliminarY es que sin ellos nos sentirímos perdidos, además, Matrioska. Gracias por el comentario.
EliminarUn abrazo.
¿Te confieso una cosa, Cadillac?
ResponderEliminarPues no es otra cosa que mi deseo sería poder dearrollar mis ilusiones con la misma fuerza con la que tú lo haces, echando imaginación alo grande, como tú, y, por lo que veo, con una máquina no defectuosa, como creo que es la mía.
Va mi me gusta.
Enhorabuena y un abrazo.
Estoy seguro de que la tienes, José Antonio, y no me refiero a una posible máquina defectuosa, sino a la capacidad de desarrollar tu imaginación a lo grande. Te lo he visto hacer muchas veces.
EliminarGracias por el comentario. Un abrazo.
No sé dónde se adquiere esa fantástica máquina, pero quiero deducir que está ya dentro de nosotros, que sólo necesitamos descubrirla, y una vez hecho ese descubrimiento, sólo tenemos que ponerla en marcha. Entonces ocurre lo fantástico, entonces un mundo infinito desfila por las avenidas de nuestra imaginación, y ya todo depende de nuestra pericia el que disfrutemos con esos viajes que no sólo pueden llegar a la Luna, además, pueden llegar a donde les plazca, a éste o a otros universos, a universos reales o a universos inventados.
ResponderEliminarCreo que sin esa capacidad los seres humanos no hubiésemos ido muy lejos, así que le daremos al interruptor y nos pondremos en marcha, no sé si en un Cadillac o en un Seiscientos.
Un saludo y enhorabuena por el microcuento.
Lo has expresado muy bien, Enrique. Solo necesitamos descubrir la máquina y saber o querer alimentarla. El resto también depende de nosotros mismos.
EliminarMuchas gracias por comentar. Un abrazo.
Bien, Cadillac, bien. No dejes de maquinar para cumplir tus sueños. Siempre ON.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
A veces hasta se cumplen, y no parecen causar tantos estragos, a pesar de aquel dicho que se refiere a que los dioses, para castigarnos, hacen posibles nuestros deseos.
EliminarGracias por el comentario, Carlos. Un abrazo.
Pocas cosas tienen tanto poder como el deseo en cualquiera de sus variantes, y tú lo has mostrado con un gran relato rebosante de optimismo y sensibilidad.
ResponderEliminarEnhorabuena, Cadillac. Un abrazo.
Muchas gracias también por tu comentario tan amable, Enrique. Un abrazo.
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