Cien millones de chinos
A Basilio, sus colegas literatos intentaron convencerlo de que era absurdo meter a cien millones de chinos en un microcuento. Pero él era terco y también rupturista, y no sólo metió en su microcuento a cien millones de chinos; además, añadió diez millones de japoneses y tres millones de camboyanos.
Enrique a lo mejor me equivoco en mi interpretación, no sé si Basilio será muy cabezón, pero si en su microcuento quería hacer referencia a victimas de guerras entre esos países, dictaduras que han sufrido y genocidios cometidos a esos pueblos por sus gobiernos o entre ellos, es posible que a lo mejor la cifra se aproxime bastante.
ResponderEliminarBuen relato Enrique.
Un abrazo.
Javier, me parece muy interesante tu interpretación, por un lado, porque un texto puede ser interpretado de varias maneras –la del autor sólo sería una más entre ellas-, y por otro, porque pones el dedo en la llaga de las infinitas matanzas que ha habido en el continente asiático sin que hayan tenido entre nosotros la repercusión que deberían. Así que Basilio bien podría haberse propuesto esa tarea, lo cual sería muy loable por su parte.
EliminarPero la intención con la que lo escribí era más bien lúdica y de divertimento, dado que en mis seis anteriores microcuentos en esta página había habido cuatro suicidios y cinco asesinatos, así que me dije, voy a parar un poco y voy a darle algo de cancha al humor.
Muchas gracias por el comentario y un abrazo.
Gracias Enrique por aceptar mi interpretación, pero me he equivocado de todas todas. Cuando leí el comentario de Angel, ya me di cuenta que había errado. Me tenía que haber llevado por mi primera impresión, ya que al leer el nombre de tu personaje, Basilio, me acorde de los personajes de Forges "los Blasillos" una asociación de ideas. Y luego al final cuando vi los millones de chinos, japoneses y camboyanos que cabían en el micro, pensé que tu micro era el camarote de los hermanos Marx, y me reí. Pero cuando iba a escribir el comentario se me fue la pinza y me fui por los cerros de Úbeda, jajaja.
EliminarBueno lo dicho gracias por aceptar mi loco comentario, y si te digo la verdad después de leer tus respuestas y volver a leerte el micro, me gusta más aún.
Un abrazo.
Javier, los errores, a veces, suelen ser muy creativos, el tuyo –y lo de que sea un error es discutible- lo es.
EliminarBasilio ha podido decidir meter en su microcuento a esas inmensas muchedumbres para llamar la atención sobre las matanzas de los japoneses en China, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, sobre las innumerables víctimas del comunismo en China, sobre todo en la época de Mao, o del genocidio que Pol Pot llevó a cabo en Camboya. ¡Y yo que pretendí escribir algo ligero y humorístico!
Así que no sólo no desecho tu interpretación, sino que la adjunto a todas las demás como muy enriquecedora.
Un abrazo de vuelta.
Patricia, de entrada, voy a montarme en esa ola que tan generosamente me has regalado y voy a darme una vuelta por todo el mundo.
EliminarGracias por ese viaje tan extraordinario que me has organizado, cuando pase por la Muralla China miraré a ver si veo a alguno de los cien millones de chinos que aparecen en el microcuento, aunque creo que lo voy a tener difícil porque no me acuerdo de la cara de todos. ¡Se parecían tanto unos a otros!
Por otra parte, como muy bien señalas, el microcuento es como una pescadilla –o quizá sea pesadilla- que se muerde la cola, pues el narrador cuenta cómo Basilio mete cien millones de chinos, más los diez millones de japoneses y los tres millones de camboyanos en un microcuento, algo que también hace él.
Muchas gracias por tu comentario y por llamarme grande, esto es un tanto exagerado porque, en lo que a las letras se refiere, sólo soy un aspirante a enano de tercera.
Un abrazo.
Este último comentario era para Patricia, juraría que lo he hecho bien y el ordenata me ha liado una de las suyas, o quizá esté medio zombi debido a el calor. Sea como fuere, creo que antes de seguir me voy a dar una ducha.
EliminarPues cuanto uno quiere lo consigue, o bien por cabezonería o por que lo intenta hasta el final. Bueno dices que en esta vida el que la sigue la consigue. Muy simpático y divertido amigo Enrique. Abrazos.
ResponderEliminarEl que la sigue la consigue, exactamente, y también aquello de “cómo no sabían que era imposible lo hicieron”.
EliminarCreo que cada cual tiene derecho a intentar lo que crea conveniente, derecho a probar, a experimentar, a equivocarse.
Ya sabemos que en esta vida hay muchos agoreros que si les hacemos partícipes de algún plan intentan quitárnoslo de la cabeza, de entrada, no hay que hacerles ningún caso, y si no son muy allegados a nosotros, lo mejor es perderlos de vista.
Muchas gracias por el comentario, Carmen, abrazos, igualmente.
He leído el comentario de Javier, tan lúcido como siempre, una interpretación que podría ser perfectamente correcta, aunque conociendo tus letras y ese humor ocurrente y fino que te sale hasta sin querer, me inclino más a pensar que se trata de un relato donde predomina el tono jocoso. Además, podría contener un mensaje interno, en el sentido de que el protagonista conoce la virtud de la constancia y tiene muy claro lo que quiere, no es de los que se rinden, la prueba es que ha superado con creces el objetivo que se había propuesto y que parecía imposible. La verdad es que cae bien y es todo un ejemplo.
ResponderEliminarUn abrazo grande, Enrique
Como bien dices, Ángel, el comentario de Javier es muy lúcido, y no se me había ocurrido pensar en esa posibilidad, pero, como le he contestado a él, deseaba hacer algo que fuese por el lado del humor, aunque también guarda su mensaje, como bien apuntas: el de aquellas personas que conciben un plan y no se rinden, y tienen constancia y, muchas veces, triunfan, demostrando a la mayoría que estaban equivocados.
EliminarPor otro lado, también quería hacer un poco de ironía con la crítica, con las teorías, con todos esos sabihondos que pontifican sobre la materia en la que se creen sabios, y luego los hechos les dejan en evidencia, aunque muchos de ellos, pillados en falta, no suelen darse por aludidos, y los hay incluso que erre que erre.
Muchas gracias por tu comentario, y un abrazo igualmente grande, o gordo, como dice José Mota.
Ojo, que no los ha metido en un microrrelato al uso. Han cabido en 50 palabras y eso, señores, se merece una ola que empiece en Burgos, pase por Casablanca, gire hacia la Meca y de ahí salte hasta la muralla china para acabar en Tokio y, puestos ya, por un poco más, la acabamos en Minesota.
ResponderEliminar¡Grande, Enrique!
Patricia, de entrada, voy a montarme en esa ola que tan generosamente me has regalado y voy a darme una vuelta por todo el mundo.
EliminarGracias por ese viaje tan extraordinario que me has organizado, cuando pase por la Muralla China miraré a ver si veo a alguno de los cien millones de chinos que aparecen en el microcuento, aunque creo que lo voy a tener difícil porque no me acuerdo de la cara de todos. ¡Se parecían tanto unos a otros!
Por otra parte, como muy bien señalas, el microcuento es como una pescadilla –o quizá sea pesadilla- que se muerde la cola, pues el narrador cuenta cómo Basilio mete cien millones de chinos, más los diez millones de japoneses y los tres millones de camboyanos en un microcuento, algo que también hace él.
Muchas gracias por tu comentario y por llamarme grande, esto es un tanto exagerado porque, en lo que a las letras se refiere, sólo soy un aspirante a enano de tercera.
Un abrazo.
Lo raro es que sepa distinguirlos. Jajaja. Justo esta mañana me he encontrado un ascensor en un Museo de Madrid cargado de japoneses (y un elefante...) Muy bueno.
ResponderEliminarEs curioso lo que apuntas, Olga, acerca de que todos los asiáticos de ojos rasgados nos parecen iguales. Ellos dicen lo mismo de nosotros.
EliminarHay una anécdota -falsa, desde luego- del Mundial de Fútbol de Inglaterra del año 1966, según la cual, en la segunda parte de su partido contra Portugal, Corea del Norte sacó a once jugadores nuevos, y nadie podía descubrirlos porque todos se parecían como gotas de agua.
Muchas gracias por tu comentario. Saludos afectuosos.
Ja, ja, ja. Enrique te diré lo que los antiguos: «Si cupo Pilatos en el credo...» La imaginación no entiende de barreras espaciales.
ResponderEliminarBuenísimo.
Cien millones de aplausos + 1 abrazo.
La imaginación suele tener casi infinitos recursos a su alcance, otra cosa es que nosotros estemos a la altura de la imaginación.
EliminarAparte de eso, suele estar mal repartida, y hay personas que tienen menos imaginación que un ladrillo, y lo peor es que suelen empecinarse en su estulticia, en vez de intentar hacerle un poco la corte a esa señora que tantas satisfacciones suele dar a poco que uno sea amable con ella.
Muchas gracias por tu comentario, Vicente, y por tantísimos aplausos, los repartiré con mis chinos, mis japoneses y mis camboyanos.
Un abrazo.
Original forma de decirnos que la palabra y la imaginación no tienen límites. Solo el adoctrinamiento y el adocenamiento social pueden encorsetar el pensamiento. Muy bueno, Enrique. Un abrazo.
ResponderEliminarDesde luego la postura de Basilio vale para todo, es buena esa actitud de rebeldía, de no dejarse embaucar por cantos de sirena, los hay de todos los estilos y a todas las horas, y ser beligerante con todo eso que se ha dado en llamar el pensamiento único y lo políticamente correcto.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Salvador, un abrazo.
Basilio, además de terco, rompe con una de las reglas básicas del microrrelato, que consiste en no excederse en el número de personajes. De dos o tres aconsejables pasa, como si nada, a cien millones -si son chinos, mejor, porque constituyen una población muy numerosa y, en ocasiones, somos incapaces de distinguirlos-, pero no contento con ello añade millones de japoneses y de camboyanos.
ResponderEliminarNo hay límite en esta divertida hipérbole que va creciendo hasta el final.
La interpretación de Javier también me ha gustado, que es la de la denuncia social.
Divertido y original micro, Enrique, propio del fino humor que te caracteriza.
Un gran abrazo.
La crítica va un poco también contra las reglas, no digo yo que no sean necesarias, pero deben tener holguras, gateras para salir o entrar según se necesite. Y cuando llega un genio pues suele poner todas las reglas patas arriba.
EliminarPor otro lado, es también una reivindicación del humor, aunque, como dice Woody Allen, siempre valoraremos más una tragedia que una comedia, por ejemplo, Hamlet que El sueño de una noche de verano, o, si recurrimos al cine, más El padrino que Sopa de ganso.
Así que, por mi parte, si con este microcuento he conseguido una sonrisa de algunos de quienes lo lean, me doy por satisfecho.
Muchas gracias por tu comentario, Carmen, otro gran abrazo para ti.
Me ha divertido mucho tu micro, Enrique. Yo lo relaciono con la capacidad de imaginar y crear, que es ilimitada. Además, Basilio es terco y pienso que hay que serlo para conseguir lo que nadie ha hecho antes (o, al menos, intentar lograrlo). Lo que me ha mareado un poco ha sido la cantidad de millones de personas, jajaja. Es dificil imaginárselas todas dentro de un micro tan pequeño pero, como por arte de magia, tú los has acomodado muy bien. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarUn abrazo.
María José, si el microcuento –esto por llamarlo de alguna manera- te ha divertido, ha cumplido el objetivo principal que me había fijado con él.
EliminarPor otra parte, esa postura de Basilio ante la vida, siempre que uno no se fanatice y sepa enmendarse cuando ha equivocado el camino, está bien, pues sin tenacidad y persistencia no suele conseguirse casi nada.
En cuanto a la enorme cantidad de asiáticos que pululan por mi microcuento, pues sí marean un poco, y no sé cómo les voy a ir convenciendo para que se vayan buscando alguna otra historia en la que alojarse.
Muchas gracias por tu comentario, un abrazo.
Estoy con Basilio y no veo mayor problema en meter a cien millones de chinos en un microrrelato. El papel, aunque en este caso sea virtual o por eso mismo, lo aguanta todo. Como en el clásico chiste de Jaimito, el problema sería tener que nombrarlos a todos.
ResponderEliminarNo sé si el nombre de Basilio lo pusiste a voleo, pero me ha hecho gracia que en internet (aunque no creo nada de estas cosas) dice que "Son Insistentes. Se expresan en la independencia de acción y en la originalidad de conceptos". Vamos, que encaja con el protagonista de tu micro. Una idea ocurrente y divertida, Enrique. Un abrazo.
Como dices, Juana, el papel, o la pantalla del ordenador lo aguantan todo, así que, aunque nos equivoquemos –que nos equivocaremos-, podemos hacer toda clase de experimentos, sólo así conseguiremos ir avanzando, y si no avanzamos, pues bueno, al menos, experimentamos.
EliminarY ya que has nombrado a Jaimito, te diré que el microcuento nace un poco también de los chistes. Hubo una época en la que estaban de moda los chistes absurdos de chinos. Me acuerdo ahora de uno que decía que cinco mil chinos estaban jugando al fútbol dentro de una cabina telefónica, y de pronto, se oía gritar: -¡Goooool! Entonces, el portero al que le habían metido el gol decía: -Claro, me habéis dejado solo.
El nombre sí que lo puse a voleo, pero resulta curioso lo que has encontrado en internet asociado a ese nombre. Como suele decir Jordi Hurtado en su programa, y Pepa Fernández en el suyo: siempre aprendemos cosas.
Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo de vuelta.
Bien Basilio. Hay que intentarlo y la ficción nos da ciertas libertades.
ResponderEliminarMe gustó la frescura y originalidad de tu micro.
Un abrazo.
Por intentarlo que no quede, Pablo. Esto de los chinos siempre ha dado mucho juego en el humor. Gila, por ejemplo, decía que los chinos no tienen problemas para poner los nombres a los niños, que cogen, tirar unos cuantos cacharros al aire, y apuntan los ruidos que hacen al caer: Chin Plas Pum, Cras Chan Plan, etcétera...
EliminarEn cuanto a la frescura, no sé si es de Basilio o de quien ha osado escribir este microcuento en plan humorístico, sea como fuere, el parto ya está hecho, ahora que el ‘niño’ se las apañe como pueda por esos mundos de Dios.
Muchas gracias por tu comentario, un abrazo.
La mayoría de las limitaciones son autoimpuestas, por eso me gusta la actitud de tu personaje escritor, rebelde ante imposiciones ajenas. Además me ha encantado la contundencia que subrayas con la exageración, con el despliegue de tan ingente número de asiáticos.
ResponderEliminarUn estupendo micro marca de la casa, Enrique; refrescante y lleno de gracia. Enhorabuena.
Un abrazo.
Tienes toda la razón, Antonio, cuando dices que todas las limitaciones son autoimpuestas, que ya tiene trabajo uno consigo mismo, y es que, sin llegar a los extremos del Doctor Jekyll y Mister Hyde, sí solemos estar ahí dale que te pego dentro de nuestras cabezas.
EliminarQuizá es que dentro de nosotros hay, al menos, dos personalidades, cada una alojada en uno de los hemisferios y, a veces, se llevan como el perro y el gato.
Quizá es que nos quedan por hacer algunos ajustes, que somos un ‘aparato’ mal sintonizado, no lo sé, pero lo cierto es que la pifiamos con mucha más frecuencia de la que deberíamos.
Dicho lo cual, Basilio hace bien siguiendo su inclinación, y, por mi parte, subrayar que el humor siempre es necesario, y que después de las más sesudas disquisiciones viene bien contar un chiste y soltar una carcajada. Así que si he conseguido un poquito de eso, me doy por satisfecho.
Muchas gracias por tu comentario, Antonio, un abrazo, igualmente.
Hola Enrique,con tesón y humor, es posible que hasta cincuenta palabras se conviertan en un micro refrescante y estimulante.Acertado y divertido. Saludos.
ResponderEliminarLo curioso del caso es que a pesar de lo disparatado que era meter cien millones de chinos en un microcuento, luego resultó ser de lo más sencillo, y ya de cachondeo, el buen Basilio añadió a los japoneses y los camboyanos, claro está que había truco.
EliminarEl tesón y el humor son dos buenas cosas, no siempre están a nuestro alcance, pero hemos de perseguirlas y reconocerlas allí donde se den.
Muchas gracias por tu comentario, Manuel, saludos afectuosos.
¡Qué barbaridad, señor Angulo! Miedo me da que se rompa la pantalla y se desplomen todos por aquí porque, a pesar de los consejos de los entendidos, yo aún no he aprendido a hablar chino, ni nada parecido, y no podría entenderme con ellos. Y no sé si tendríamos espacio para ejercitar el tan manido lenguaje gestual.
ResponderEliminarDe lo que no tengo ninguna duda es de que Basilio se apellida Angulo, y de que tiene en común con usted mucho más que el apellido.
Como siempre, un placer.
Y un cordial saludo.
Como ves, Margarita, esto es la invasión amarilla, espero que ninguna de esas oleadas de asiáticos haya atravesado la pantalla de tu ordenador. En cuanto a lo de hablar el chino es sencillo, sólo hay que cambiar la erre por la ele, ¿o era eso lo que hacían los chinos al hablar español? Ya no lo sé.
EliminarY como me has descubierto, tendré que parafrasear a Flaubert cuando dijo aquello de Madame Bovary soy yo, y decir que Basilio soy yo.
Muchas gracias por tu refrescante comentario –falta hace con esta calor que dicen los del sur-, y cordiales saludos de vuelta.
Enrique, muy divertido y ocurrente tu micro. Está claro que cuando queremos hacer algo siempre encontramos la manera y en tu caso con mucho acierto.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Enrique.
Besos
Hoy mismo he leído en un libro sobre Woody Allen esta frase suya: “Tú tienes que seguir adelante con tus propias creencias, por mucho que choquen con las de los demás”.
EliminarAdemás de creencias se podría añadir proyectos, ideas, todo lo que uno mismo, aunque al final se demuestre que es erróneo, desea hacer o experimentar; vale más eso que luego lamentarse por no haberse decidido a hacer algo que, por decirlo con palabras llanas, nos lo pedía el cuerpo.
Así que mi microcuento, o lo que sea -Unamuno, que quería distanciarse de la novela que se hacía en su época llamaba a sus creaciones nivolas”-, va en esa dirección y con un toque de humor.
Muchas gracias por tu amable comentario, Pilar. Un beso igualmente.
¡Qué frescura, y qué bien sienta una sonrisa intrascendente, en estos días en que el Brexit y el calor nos agobian!
ResponderEliminarEl calor, el Brexit y muchas cosas más nos agobian estos días, aparte de los cambios de humor que uno mismo suele tener debidos a las circunstancias por las que tenemos que pasar cada día, por eso, el humor siempre es necesario, y yo me he descolgado en este microcuento con un poco de humor, todas las sonrisas que haya conseguido con esta historieta intrascendente, como muy bien dices, pues me congratulan mucho.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Luis, y un abrazo.
Si tres (unidades) ya son multitud en un micro, ciento trece millones de individuos se van a sentir algo hacinados, pero oye, si el terco y rupturista Basilio así lo quiere, pues adelante. Muy simpático, Enrique, felicidades y gracias por las risas. Un beso.
ResponderEliminarPues sí, Basilio ha debido de pegar una patada a todas esas normas y se ha dicho: “Os vais a enterar. ¡Qué gaitas es eso de las tres unidades!”
EliminarY ahí que se ha lanzado a desarrollar una idea loca. Quizá, los chinos, que sufren la superpoblación, le agradezcan que les haya quitado a cien millones de compatriotas de encima, también los japoneses se sentirán algo más aliviados, y a los camboyanos puede que no les haya gustado mucho.
Me alegran esas risas, Matrioska, muchas gracias por tu comentario y un beso de vuelta.
Mi comentario iba por ese camino que apunta Matrioska, en relación con esas premisas recogidas en muchos manuales de escritura y parecen de riguroso cumplimiento para que un relato sea bueno, pero que la práctica demuestra que se pueden transgredir con excelentes resultados. Por eso veo tu historia, aparte de graciosa y llena de ingenio, como un dato para reflexionar.
ResponderEliminarEnhorabuena, Enrique.
Un abrazo.
No seré yo quien denueste las normas y las enseñanzas, bienvenido sea todo lo que añada algo, todo lo que aporte, pero tampoco hay que anquilosarse, ni volverse rígido, ni purista.
EliminarLa novela, ahora mismo, es el género más abierto, en el que ya cabe todo. Con los libros electrónicos, hasta hay intercalados en el texto enlaces a páginas web, donde, como sabemos, podrías oír una canción, ver una imagen, un vídeo, etcétera.
O sea, que a la creatividad no hay nada que la detenga, y más después de la ruptura que supusieron todos los ismos.
Así que el microcuento, ese hermano menor, pues ¿por qué no va a poder permitirse también romper las normas? Una de ellas, que he leído en más de una ocasión, es que el microcuento no puede parecerse a un chiste. Pues lo siento, porque a mí me gusta mucho el humor, y no voy a renunciar a él por más que lo diga alguna norma.
Muchas gracias, tocayo, por tus, siempre, ponderados e inteligentes comentarios. Un abrazo.