La perla
Hermosa en su serenidad, contemplé su delicado cuello de cisne al apartarle el cabello.
Entonces, fulguró sobre el lóbulo y su brillo de nácar hizo palidecer al afilado acero.
—Un recuerdo de mi madre —concedió altiva María Antonieta.
—No tema, mi reina —la consolé como verdugo—, caerá en buenas manos.
Entonces, fulguró sobre el lóbulo y su brillo de nácar hizo palidecer al afilado acero.
—Un recuerdo de mi madre —concedió altiva María Antonieta.
—No tema, mi reina —la consolé como verdugo—, caerá en buenas manos.
Manuel original manera de contarnos la escena de la decapitación de María Antonieta, ni una perla tan bella como describes pudo evitar que perdiera la cabeza.
ResponderEliminarBuen relato Manuel.
Un abrazo.
Gracias Javier, una perla lleva a la otra, como diría aquél. Me alegro que te guste. Gracias por tu puntual comentario. Un abrazo.
EliminarMe gusta que el verdugo se haya detenido en la perla de María Antonieta. Parece que le ha impresionado realmente. Quizás el pensar en toda la riqueza que atesoró ella y que no le sirvió de nada...
ResponderEliminar¡Felicidades, Manuel!
Un fuerte abrazo.
Hola Mª José, la verdad es que hasta ese momento del relato, no debió pasarlo del todo mal, pero al final, las circunstancias acaban imponiéndos, al menos las suyas. Gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarAtascado o no este me ha gustado mucho. Es leve y sutil, pero con cargas profundas.
ResponderEliminarGracias, Luisa, por la delicadeza de tu comentario. Saludos.
EliminarMe gustó el título, la forma de ir narrando la historia y el gran final.
ResponderEliminarExcelente tu micro, Napoleón, perdón, Manuel.
Un abrazo.
Pablo
Mariscal Pablo, sus palabras me sientan igual de bien que una condecoración. Un abrazo para ambos.
EliminarAmigo mío, la educación ante todo. Y es que en cuestiones de cabezas conviene guardar la compostura, que nunca se sabe quien nos la va a hacer perder. Una perla de relato, digna de una reina, por su delicadeza.
ResponderEliminarCreo que es el tercer relato sobre cabezas de este mes. ¿Será una profecía?
Con la mía bien sujeta, un montón de aplausos y una reverencia con sombrero, majestad.
Mi reina Patricia, si ya me hizo disfrutar enormemente con la fuerza poética de las imágenes de su relato, que me llevaron por las rutas de los refugiados, tanto, que no más, me placen sus palabras de ahora. Ante su reverencia, mi inclinación ante su generosidad para mi relato y mi persona. Pienso como vos: sujetemos bien las cabezas, que no sabemos ni cuándo, ni cómo, qué viento las llevará. Gracias. Reciba mi cortesía.
EliminarUn detalle reducido, una simple bolita, en la que se condensa una historia completa e histórica, la de una dama privilegiada, pasto de una revolución, con una educación esmerada y una dignidad que mantiene hasta el final, que viene de manos de un verdugo tal vez humanitario, aunque puede también que algo aprovechado, o ambas cosas.
ResponderEliminarBuen relato, Manuel
Un abrazo
Ángel, has dado con las teclas en las que he basado la tensión del relato: la dignidad de la ajusticiada ante el final y la compasión (¿interesada?), del verdugo. Gracias por tus palabras. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente relato, Manuel. La figura de la perla, como en la célebre novela homónima de Steinbeck, me parece a mí un símbolo de la codicia de la víctima y el victimario. Me ha recordado también a la ejecución de Ana Bolena, donde el verdugo también tuvo un gesto «solidario» con la ajusticiada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así es Vicente, la maravillosa novela de Steinbeck ha sido la fuente de inspiración de este micro y quería hacer con el título un guiño-homenaje a esa gran obra. Gracias por tus palabras. Bienvenido tu comentario. Un abrazo.
EliminarHablando de verdugos, leí en alguna parte que el primer verdugo que empleó la guillotina se llamaba Charles Sansón, y lo apodaron Charlot, y pienso que, aunque tuviese algún gesto amable con sus víctimas, seguro que no las hacía reír.
ResponderEliminarLeo ahora en Internet que él solito, o ayudado por alguno de sus asistentes, separó casi tres mil cabezas de sus respectivos cuerpos, entre ellas las de personajes tan importantes como Luis XVI, Danton , Robespierre, Saint Just... El que sale en tu microcuento es un hijo suyo, cuyo nombre era Henri, según leo en el mismo artículo.
Aparte de lo anterior, he recordado un dibujo del pintor Jacques-Louis David –un rápido apunte-, en el que se ve a María Antonieta sentada en la carreta que la conduce al patíbulo. Lleva puesto un gorro, parecido a los de dormir, del que asoma una lacia melena, y un vestido largo que cubre todo su cuerpo; y dado que tiene las manos en la espalda, se supone que las tendría atadas.
Al volver a ver ese dibujo, he sentido un escalofrío por esos últimos momentos de su vida, por el baño de sangre que fue la Revolución Francesa, y por la decepción en la que acabó: el encumbramiento de Napoleón Bonaparte, del que, el desesperanzado Cioran dice en su libro Brevario de podredumbre: “París pesaba sobre Napoleón, según confesión propia, como un “manto de plomo”: diez millones de hombres perecieron a consecuencia de ello”.
En fin, ya ves el recorrido que me ha hecho dar tu microcuento, por no entrar en La perla, la obra de Steinbeck, que ha citado Vicente, o en La joven de la perla, novela y película, y la figura del exquisito pintor Vermeer.
Y es que, finalmente, todo está relacionado con todo.
Muy buen microcuento, Manuel, mi enhorabuena y un abrazo.
Estoy contigo, Enrique, ese viaje al que nos invita cada relato en su micromundo es de lo más interesante, unas piezas se tocan con otras y el recorrido puede ser casi interminable siguiendo las asociaciones a través de internet y su enlaces. Desde luego, tú, bordas cada uno de tus comentarios aportando datos y vivencias que enriquecen a este modesto autor, al que acabas de presentar, ni más ni menos que a mi propio protagonista, a Henry, el verdugo de María Antonieta. Gracias por tu comentario y tus aportaciones. Un abrazo.
EliminarUn relato exquisito, Manuel, de gran fuerza y belleza.
ResponderEliminarEnhorabuena y un abrazo.
Gracias, Carmen, es la sensibilidad de quien lo lee la que saca jugo a las palabras. La tuya es grande y delicada. Un abrazo.
EliminarVaya Manuel, el verdugo estaba en todo. Hasta fue delicado con ella en el último momento, claro que el pago era sustancioso y nunca vendría mal para dar de comer a tantas bocas. Un abrazo.
ResponderEliminarSí, sí, este verdugo debió ser antes maestro de ceremonias o algo parecido, pero tonto, tonto, ne era. Jaja. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.
EliminarAlgunas personas nunca pierden la dignidad y compostura, ni siquiera en el momento en que, de rodillas, esperan que una afilada cuchilla les decapite. El que no va a necesitar consuelo por la muerte de su reina es el verdugo, ya que al final, gana más que pierde. Un micro muy bien narrado, Manuel, felicidades. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Matrioska, así está el patio, unos a mantener el tipo y arriesgar el cuello y, otros, a afilar cuchillos y recoger ganacias. La cuestión es que mientras ellos hacen y deshacen, nosotros contamos sus andanzas. Gracias. Un abrazo.
EliminarMuy buen relato Manu y muy bien narrado.
ResponderEliminarUn me gusta y un abrazo.
También a mí me gusta que me hayas dejado tu comentario, Isidro. Muchas gracias. Saludos y un abrazo.
EliminarEl respeto y un golpe certero bien merecen una perla, que el verdugo y su familia seguro agradecerán. Muy bueno, Manuel. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Salvador. No cabe duda, que aunque sea cuestión de beneficio, mejor obrar con estilo y dar a cada cual lo que le corresponde. A ti, las gracias por tan amble comentario. Un abrazo.
Eliminar"Menuda perla te has sacado de la manga", Manuel. Lo cuentas con tanta elegancia que no nos salpica la sangre.
ResponderEliminarUn saludo
Dicen que lo cortés no quita lo valiente, y en eso me he mirado. La sangre, como dices, salpica y, en este caso tan evidente, mejor dejarla de lado. Gracias por tu comentario. Saludos.
EliminarDicen que lo cortés no quita lo valiente, y en eso me he mirado. La sangre, como dices, puede salpicar, así que en caso tan evidente, mejor dejarla de lado. Gracias por comentar. Saludos.
EliminarDe qué manera transciende la cínica delicadeza del verdugo en sus movimientos, arropados bajo esa magnífica descripción de aceros, perlas y brillos. Pero lo que cautiva es el diálogo final, ese vínculo imposible entre alta cuna y somier de descampado, ese intento de empatía del opresor que el ejecutor de los oprimidos coloca rápida y brillantemente en su contexto.
ResponderEliminarExtraordinario, Manuel. Enhorabuena.
Un abrazo.
Los matices que comentas extrapolando la relación entre ambos personajes a su contexto social entre opresores y oprimidos, le presta nuevos brillos a esa perla y la hace lucir esplendente, como el día en que la reina la recibió de su madre. Gracias por comentar, Antonio. Un abrazo
EliminarLa cabeza bien alta y glamour hasta el final. Ya me imagino al verdugo pensando cuánto sacará por esas perlas.
ResponderEliminarUn beso Manuel, muy buen relato partiendo de una simple pero bella y valiosa perla.
Malu.
Mientras ella tenga la cabeza sobre los hombros, ella es ella, luego ya que venga el diablo con las rebajas y discuta con el verdugo para quién es la perla. Gracias, Malu. Saludos.
ResponderEliminarMuy visual, y el final la perla del relato. Me ha gustado mucho.Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maite, por tu delicadeza al apreciarlo. La perla rueda sobre sí, hasta que cae. Saludos.
ResponderEliminarMe maravilla el modo en que está escrito este relato, Manuel. Todo en el es perfecto, desde la elección de cada palabra y la costrucción de todas sus frases hasta esa impecable narración, elegante y pausada, visual y hasta hermosa en su crudeza...
ResponderEliminarSobresaliente, lo mires por donde lo mires.
Saludos.
Enrique, qué voy a decirte...me echo a temblar con este comentario tan gratificante. Lo cierto es que he disfrutado mucho su elaboración, cada minuto dedicado a pulirlo buscando el ajuste entre los significantes y el contenido. Si luego ese hacer se ve corroborado por quienes tenéis la delicadeza de comentarlo, escribir se convierte en un sutil y rebuscado placer para los que amamos las palabras. Gracias, saludos.
ResponderEliminarReflejas la serenidad, la arrogancia y los modales de la aristocracia-realeza de forma "exquisita". No me extraña que seas finalista.
ResponderEliminarAunque yo me la imagino diferente: caprichosa, mal criada y muerta de miedo ante la consecución de tales acontecimientos. En lo único que coindimos (creo), es en la arrogancia.
Un saludo y enhorabuena
Hola Raquel, nuestro juego al escribir es imaginar un tanto, dejarnos llevar por el relato y, otro poco, conducirlo hacia donde nosotros queremos. Tu propuesta es interesante y, con probabilidad, más cerca de la realidad que la mía, yo la he dotado de una majestuosa serenidad para convertirla en perla a ella también. Gracias por comentar. Saludos.
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