El sombrero
Dos corcheas atravesadas echaron a mi dueño de la filarmónica. Desde entonces, trabajamos en la calle: él toca el violín mientras yo hago el pino. Los transeúntes dejan en mi boca monedas que recompensan nuestro arte: él cree que es por su música; yo sé que es por mi pirueta.
Precioso y tierno relato Pablo. Su sencillez me ha llegado al corazon.Con cuanta pericia haces vivir al sombrero,para que nos cuente su historia. Me encanta que en 50 palabras hallas contado una vida. Feliz verano. Abrazos.
ResponderEliminarHola, Carmen. La pericia es que hacer creer a mi dueño que es él el que gana dinero con su arte, cuando soy yo el que me llevo horas y horas haciendo piruetas, pero bueno, yo dejo que lo crea, soy así de sentimental.
EliminarHay que tener buen pulso para manejar el arco y dar a las corcheas el tiempo justo; si no es así, se ponen negras y estropean el concierto. Y hay que ser un mago de las palabras para sacarse una pirueta locutiva como esta del sombrero.
ResponderEliminarUn beso, mi querido Pablo.
Yo tengo bastante pericia con el violín y nunca me hubieran echado si, entre las partituras, no me hubieran colocado la lista de la compra. En ese momento las corcheas se me cruzaron.
EliminarEsas dos corcheas atravesadas han marcado el futuro de tus protagonistas, y creo que el sombrero tiene razón, lo que les echan es gracias a él.
ResponderEliminarPablo un relato muy armonioso y en el que me encanta esa personificación del sombrero, verdadero protagonista.
Buen relato Pablo, y un placer volverte a comentar este mes.
Un abrazo.
Claro que llevo razón. Soy el verdadero artista. Hasta camuflé entre las partituras de mi dueño una lista de la compra para que nos dieran la libertad y poder vivir en la calle a nuestras anchas.
EliminarPara no variar, un micro formidable, Pablo. Hay tantas y tantas historias callejeras dignas de contarse. Sólo imaginar a este dueto, tan humilde como entrañable, interpretando melodías inspiradoras que ayudan a su público a sobrellevar la rutina, se me hace un nudo en la garganta.
ResponderEliminarEn cosas más mundanas, espero que este Paganini de banqueta le dé parte de las ganancias a su compañero. Se lo ha ganado.
Un abrazo.
Desde luego tengo los brazos tan largos como Paganini, por lo que mis interpretaciones son geniales, aunque esté feo que yo lo diga. Al sombrero lo trato bien: tiene una percha, lo cepillo y le doy un beso antes de dormir.
EliminarAy, Beodo5... ¡Guárdate de todo lo que se sube a la cabeza! Bourbon, gallinas, sombreros... todos, artefactos cargados por el demoño.
ResponderEliminarTira ese gorro maldito al Guadalquivir y toca al maestro Piazzolla como tú sabes.
Una admiradora.
Ya me guardo yo de los humanos y beodos que son más peligrosos que los sombreros. Dale recuerdos al tuyo de plumas.
EliminarMe ha encantado, Pablo, como todos tus micros. Yo pienso más que en un sombrero, en una mascota adiestrada haciendo piruetas. Bueno, tengo mucha imaginación... Me ha gustado mucho la frase "corcheas atravesadas" porque es muy ilustrativa y ya me parece escuchar los chirridos de un violín mal tocado. En la calle puede, en teoría, tocar cualquiera, sea mejor o peor músico, aunque hay normativas recientes para cuidar un poco la calidad de la música que se ofrece al aire libre, tales como exámenes o pruebas de audición en ciertos ayuntamientos (si no me equivoco).
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
María José
Pues tenía una cabra, que realmente era mi hermano con un disfraz y unos cuernos hechos de papel de plata, pero se cansó de trabajar subiendo escaleras a cuatro patas. Ahora trabajo solo, y no tengo que repartir las ganancias.
EliminarEse "yo sé" en contraposición a "él cree" nos muestra o bien que el sombrero es un poco engreído o que su singular cualidad de objeto animado le confiere también el don de la clarividencia. Sea como sea lo cierto es que el tandem que forma junto con su amo parece funcionar en los dos ámbitos: el artístico y el personal, además poseer la capacidad de conmover al lector. Gran "Núñez", Pablo, esta historia en la que el violín suena triste, pero la simpatía del sombrero nos arranca una sonrisa. Por cierto que muy bien utilizado el comodín del título.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
De engreído nada, Enrique. Soy el artista y además peco de humildad dejando a mi dueño que sueñe que es él el artista. Cada vez toca música más chabacana. Ayer, sin ir más lejos, se puso a interpretar la canción de Leticia Sabater y me espantó a todo mi público.
EliminarMira que son exigentes con las corcheas en la filarmónica, eh!
ResponderEliminarY al sombrero quizá se le bajen los humos al ver un poco más allá una simple gorra que también recoge monedas, jeje.
Simpática micro que retrata una triste historia, que bien puede vivir más de un músico en estos días.
Un beso.
Carme.
Empiezo a sospechar que el sombrero tuvo algo que ver en ese duelo de corcheas que se introdujo en mi violín. Cerca de nuestro sitio hay una gorra, y su dueño toca unos blues sobre negros esclavizados y ejecutados. Hiela la sangre, hasta la gorra creo que a veces llora. Yo seguiré con el truhán de mi sombrero, de momento.
EliminarPablo, digo: músico, mira que te has currado las respuestas! jeje, muy bueno!
Eliminarun beso
Carme.
Yo también me lo he currado. Bueno, en esto tenemos el mismo mérito el músico y yo.
EliminarUna fuerte pirueta y gracias por saludarnos.
Ambos, sombrero y músico, son tal para cual. Dos personajes mediocres que se creen con talento y que seguramente susciten más pena que admiración.
ResponderEliminarEs un relato que transmite un lánguida ternura que nos lleva a empatizar con el miope devenir de dos pelagatos. El sombrero, como lazarillo presuntuoso, no reconoce las dotes musicales que pueda tener su dueño. Por su parte, el músico, no aprecia la gracia que a los transeúntes les provoca su anacrónico sombrero.
Un atractivo relato lleno de encanto, Pablo. Enhorabuena.
Un fuerte abrazo.
Mi dueño solo aprecia a su violín. Lo cuida como si fuera un Stradivarius. En cuanto a mí, apenas me cepilla después de tanto trabajo. Eso sí, no sé por qué me besa cuando se va a dormir.
EliminarYo no soy presuntuoso, soy humilde. Es más, si trabajara solo estoy seguro que mi éxito sería aún más grande.
Que bonita forma de ver las cosas. Indudablemente un relato muy original. Besos y abrazos Pablo.
ResponderEliminarSin duda querrás decir que qué música tan bonita escuchas. En cuanto al tal Pablo, no lo conozco: mi nombre es Hans
EliminarEn este mundo de prisas continuas, de consumo rápido, se necesita más que nunca una capacidad de visión que sepa apreciar los detalles que realmente importante, extraer de lo cotidiano argumentos útiles para la vida, que la llenen de motivos para continuar adelante a pesar de todos los pesares, que no son pocos. Hay que tener una buena sensibilidad y una pluma impecable para saberlo plasmar en palabras que son certeras pinceladas. Si usara ese complemento que da título a tu relato me lo quitaría.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, Pablo
Bueno, querido amigo, no creas que es tan cotidiano el llevarme todo el día cabeza abajo. Si quieres verme, pásate por Viena, junto a la Musikverein te espero.
EliminarAsí son las cosas. Cada cual cree que es él quien se gana el reconocimiento a su arte o a su trabajo. Pablo, lo has expresado en una breve, pero contundente historia.
ResponderEliminarSuerte y saludos.
El reconocimiento debe ser para mí y para mi violín. El otro es un simple sombrero que solo sabe quejarse.
EliminarPrecioso Pablo. Qué bonito lo has contado. Besitos
ResponderEliminarSoy un sombrero y me llamo Christian, no Pablo, que no sé quien es y sí, soy un sombrero muy bonito. Gracias.
EliminarDemasiado presuntuoso le salió el sombrero. Si el hombre tocó en la filarmónica dará gusto escucharle. Así que dejemos que es cosa de los dos.
ResponderEliminarAbrazos, Pablo
Claro que da gusto escucharme. Fui el mejor silueta de la filarmónica y ahora lo soy todas las calles de Cuenta. Gracias por darte cuenta.
EliminarGenial relato por lo bien entretejida la historia de la persona, el objeto, la sorpresa y aderezado con un oportuno título.
ResponderEliminarTe mereces dos abrazos, el virtual que te mando y uno físico cuando te vea. (No hará falta que me lo recuerdes, no se me va a olvidar)
Pues, como sombrero que soy, prefiero cubrirte la cabeza y que me des cobijo en esa cabeza tan llena de ideas.
EliminarMe ha pasado como a Mª José, sin tener en cuenta demasiado el título he imaginado a un perrito haciendo el pino. Luego, al ver que es un sombrero animado el que habla, me ha sorprendido muy positivamente. Imaginativo, tierno, agridulce... para quitarse el sombrero, Pablo. Felicidades y un abrazo.
ResponderEliminarNunca he usado animales pues mi música se basta sola para llenar el ambiente de espectáculo. Lo más fue ese número con mi hermano vestido de cabra, pero estoy mejor ahora.
EliminarYo también pensé en un perro, dada la habilidad en las piruetas. Este sombrero animado ha sido una grata sorpresa. Y les echo, por supuesto, unas monedas.
ResponderEliminarMagnífico relato, Pablo. Un abrazo.
Yo hago muchas mejores piruetas que cualquier perro, de ahí las ganancias que se lleva mi dueño cada día. ¡Alejop!
EliminarPablo, has conseguido enternecernos con tu micro, pensando que se trata de un perro y en una pirueta final nos descubres que hablas del sombrero con un ego muy grande.
ResponderEliminarBuen micro.
Enhorabuena.
Besos
Es verdad, mi sombrero tiene un ego muy grande, pero no tiene nada que ver con mi éxito. Los años de práctica y mi violín son los que lo consiguen.
EliminarHola Pablo, me ha gustado tu micro y la verdad que como Pilar uno cree que es un animal el de las piruetas (en mi caso un mono), pero el titulo es claro con el personaje principal, ahora una duda, sera sombrero de copas? que me imagino serán (entre los sombreros) el con mayor ego.
ResponderEliminarSaludos.
No soy mono, pero sí mono y elegante y, por supuesto que soy de copas, de hecho, cuando mi dueño no me mira, de vez en cuando cae alguna de ron para calentarme, pues en Viena hace mucho frío.
EliminarQuizá lo primero sería averiguar si la causa de que al violinista lo echaran de la filarmónica fue esas dos corcheas atravesadas, porque puede que fuese también la decisión de un alcornoque más obsesionado con los recortes económicos que con la buena música, pero esa sería otra historia. En esta que nos afecta más de lleno, y que haces avanzar con temple y buen tono, los méritos se los lleva todos ese sombrero que nos sorprende al final apareciendo entre bambalinas imaginarias en plena rúe, para decirnos: “Aquí estoy yo, so pasmados, auténtico protagonista del relato, aplaudid un poco y dejad alguna moneda en mi boca”.
ResponderEliminarEn fin, una historia de siempre que, representada de una u otra forma, vemos cada día en las calles y plazas de las ciudades, y a la que le has dado una original vuelta de tuerca. Hay magia, hay ternura, hay misterio, hay denuncia social...
Un fuerte aplauso tras la actuación y puede pasar ese sombrero que voy a dejar en él unos cuantos halagos y un óbolo para que, al menos, el violinista en cuestión tenga para un bocata y una cerveza.
Un abrazo, Pablo.
Como bien dices, no solo me echaron las dos corcheas atravesadas por culpa de esa lista de la compra que me encontré entre las partituras, sino el director que, envidioso de mi fama, y temiendo que le usurpara su puesto, sobornó a mi sombrero para que el pentagrama se difuminara y en vez de las notas leyera los kilos de melocotones, las barras de pan o el papel higiénico que tenía que comprar una vez finalizado el concierto.
EliminarDe todas formas ahora tengo una libertad que nunca había conocido tras las estrictas normas de la filarmónica. Toco lo que quiero y mi horario de trabajo me lo impongo yo. De hecho me he convertido en autónomo y he contratado a un empleado: mi sombrero.
Saludos a todos, amigos.
Como buen espíritu artista que es, tu sombrero tira de ego para defender su valía. Un micro con un original punto de vista. Felicidades, Pablo. Un besote.
ResponderEliminarSoy un artista, pero no tiro de ego, es que valgo mucho. Hasta el músico me ha hecho un contrato, pues tenía miedo de perderme.
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