Infieles
El hermano Leandro no era como los anteriores. Había algo en su semblante y maneras que le permitía lograr importantes avances en nuestra evangelización. En la tribu todos escuchábamos sus sermones boquiabiertos, dichosos de tenerlo entre nosotros, ilusionados con lo mucho que iba a halagar a nuestro dios su sacrificio.
Bueno, pues parece que el sacrificio será con todos los honores.
ResponderEliminarAbrazos
Sin duda, y quizá eso le consuele algo, aunque no pueda decir aquello de "Misión cumplida".
EliminarUn abrazo, Javier.
Tu relato podría ser del mismísimo Monterroso. Me lo ha recordado el tema y la forma de contarlo y,como tal, me ha parecido muy irónico y brillante.
ResponderEliminarSaludos cordiales, Enrique
Qué cosas dices, María Jesús. ¡Digo, Monterroso nada menos! Me conformo con haberte sabido transmitir ese sentido irónico. Muchas gracias por todo.
EliminarUn abrazo.
El hermano Leandro no ha realizado del todo bien su labor evangelica, va a ser un manjar muy exquisito para estos infieles, una delicaessen como lo es tu relato al leerlo.
ResponderEliminarUn abrazo Enrique.
Pues no sé si es que no supo vender bien su mercancía o que aquellos nativos no la necesitaban. El caso es que, como tú dices, este no va a ser un plato combinado cualquiera. Muchas gracias por tu visita y tu favorable opinión.
EliminarUn abrazo, Javier.
Enrique, parece que este año la cosecha va a ser superior, y ya que lo dices no creo que sean nada infieles, con su dios, el hermano Leandro puede sentirse orgulloso.
ResponderEliminarUn abrazo.
No sé si la grandeza espiritual del hermano Leandro daría de sí como para comprender que a su modo no eran infieles. Y en cuanto a sentirse orgulloso de ser una ofrenda de calidad superior..., pues que veo que has conectado perfectamente con la ironía de la historia.
EliminarUn abrazo, Pepe.
Narración impecable. Historia magnífica y el autor... ¡ni te cuento!
ResponderEliminarUn abrazo fuerte fuerte, amigo Quique.
(Nota: En lo del autor no he puesto "cojonudo" porque no está bien visto escribir tacos)
Qué pena que no esté bien visto escribir tacos, porque no encuentro el modo de responderte sin usarlos. Tendré que decirte que eres una persona de una enorme calidad humana, aunque suene algo cursi, y no aquello, siempre más rotundo, de que eres un tío de puta madre, ;). Todo sea por mantener el decoro.
EliminarOtro abrazo doblemente fuerte para ti, amigo Isidro.
¡Cómo serán ese semblante y sobre todo esas maneras para que tengan tantas ganas de quitárselo de en medio! En un principio estaba imaginando casi a un santo y ha resultado ser una pieza de cuidado. Muy logrado, Enrique. Enhorabuena y un abrazo.
ResponderEliminarNo creo que fuera mal hombre este Leandro. Como mucho, que estuviera algo equivocado.
EliminarMuchas gracias por todo, Juana.
Un abrazo.
Si te has inspirado en San Leando de Sevilla, desde luego no fue precisamente un mal hombre, como dices, más bien todo lo contrario.
EliminarPues ni idea, Juana, de quién era ese buen Leandro. Simplemente me sonó bien. Gracias.
EliminarParece que los infieles tenían muy claro qué hacer con el "bueno" del hermano Leandro. Apuesto a que tu micro, Enrique, está basado en hechos reales, como casi todo lo truculento. ¡Felicidades!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
María José
No me cabe duda de que situaciones idénticas se producirían en todos aquellos puntos del planeta en los que Dios necesitó de intermediarios para ser presentado; en todos los lugares donde estos pobres misioneros se metieron sin que nadie los hubiera llamado, vamos.
EliminarMuchas gracias, María José, y otro fuerte abrazo para ti.
El punto de vista de unos indígenas a los que se trata de evangelizar toma un giro drástico y absolutamente inesperado que, inevitablemente, sorprende. Tanto más le admiran y casi veneran cuando más le consideran carnaza perfecta para honrar a su dios, de ahí lo acertado del título, que nos lo está diciendo desde el principio, pero sin desvelar el final.
ResponderEliminarBuen tema y admirablemente conducido, una maestría que deja, una vez más, el listón muy alto.
Un abrazo grande, Enrique
En efecto, ese giro final puede sorprender solo a cualquiera que comparta nuestro punto de vista. Los conflictos generados por el choque entre culturas a menudo se enquistan por esos defectos tan comunes en el ser humano como son la falta de empatía y el de sertirse poseedor de la verdad, y que nos llevan casi siempre a intentar convencer, cuando no a rechazar o atacar, a todo aquel que piense o viva de forma diferente.
EliminarComo siempre, perfecto tu análisis, como exagerados tus elogios.
Muchas gracias por todo, Ángel, y otro gran abrazo para ti.
¡Pfff, Enrique! Qué perturbador. Los peligros de malinterpretar la religión son gigantescos. La razón debe prevalecer sobre el fanatismo.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Un gran abrazo.
P.D. Me ha recordado a un par de relatos geniales, «El evangelio según Marcos» de Jorge Luis Borges y «Las calles de Ascalón» de Harry Harrison.
Harry Harrison!!! eso es ciencia ficción.
EliminarEncuentro muy difícil hacer valer la razón en un terreno tan minado de dogmas como es la religión, aunque debo admitir que la interpretación que actualmente se hace de la biblia en la mayor parte del mundo se aleja bastante del fanatismo; de otro modo, siguiendo al pie de la letra sobre todo el antiguo testamento, estaríamos matándonos a diestro y siniestro cada día por orden divina (te aseguro que tras leer los libros sagrados aún sigo preguntándome de donde se han sacado conceptos como la "bondad infinita del todopoderoso" y cosas por el estilo).
EliminarNo recuerdo haber leído ese relato de Borges (hace años que leí un par de sus libros), pero no lo descarto, así como que de haberlo hecho su recuerdo hubiese inspirado de manera inconsciente la idea de mi relato. De Harrison sí que no he leído nada. Me tomo nota de ambos.
Muchas gracias por todo, Vicente, y aprovecho para decirte que ha sido para mí una sorpresa enorme no ver tu magnífico relato en la final de julio.
Otro gran abrazo para ti.
Otro pedazo de MicroMochón, compañero.
ResponderEliminarQue bien relatas la imagen de los indígenas, a la vez que vas engañando al lector, con esos adjetivos con los que van definiendo al padre Leandro.
Al decir que no era igual que los otros, veo que los otros habrán sido presentados ya a su Dios.
Una pirueta magistral justo al final da una vuelta al relato que deja sorprendido al lector y con una sonrisa irónica en la boca.
Lo dicho, qué bien escribes; qué bien cuentas.
Enhorabuena, padrino.
Pablo.
Veo que no has pasado por alto lo de que no era el primero. Lo cierto es que estos indígenas no parecen muy fáciles de convencer. No quiero ni pensar qué harán si aparecen por allí los del gas natural o el círculo del lectores.
EliminarLa pirueta final para mí es lo que marca la mayor diferencia entre ambos modos de ver las cosas. Por cierto que, hablando de piruetas, este Pablo Núñez parece como poseído por sus dos últimos personajes.
Muchas gracias, amigo, entre otras cosas por tus siempre desmedidos elogios hacia estos relatos por ti bautizados.
Un fuerte abrazo, ahijado y maestro.
Excelente relato sobre la evangelización. El punto de vista de la tribu va cautivando al lector, para asestarle la puñalada final.
ResponderEliminarExtraordinariamente contado, Enrique. Un abrazo.
Exactamente, Carmen. En esencia es eso: un situación más o menos "normal" que cobra singularidad y sorpresa al ser contada por un indígena desde su visión de la "normalidad".
EliminarMuchas gracias, Carmen, y otro abrazo para ti.
Todos los humanos llevamos a cuestas al Dios verdadero. Pero en este caso, el padre Leandro & company quisieron llenar unas alforjas ya bien servidas. En clave de humor, con tu exquisita ironía y esa extraordinaria habilidad tuya para imaginar, estructurar y narrar historias, nos cuentas un episodio de la humanidad que aún hoy perdura: la lucha de dioses. Más desgarradora que la lucha de clases, tan ignominiosa como la lucha de sexos o de razas.
ResponderEliminarUn ingenioso giro final en un relato que fluye como la seda y te deja ese poso de plenitud de las cosas bien hechas.
Enhorabuena, Enrique. Fantástico relato.
Un fuerte abrazo.
Así es, Antonio. Seguramente para ser un verdadero creyente hay que estar seguro de haber elegido el dios verdadero, algo que en principio parece no tener mayor importancia, pero que por unos motivos u otros ha sembrado, y lo sigue haciendo, el planeta de muertes durante milenios.
EliminarGran análisis el que haces, amigo, haciendo un uso del lenguaje fuera de lo común. Agradezco mucho tu valoración. Palabras como las tuyas, ya te lo he dicho otras veces, hacen que me esmere todo lo posible cada vez que escribo algo.
Muchas gracias de nuevo por todo y otro fuerte abrazo para ti.
Extraordinario micro, como todos los de Enrique.
ResponderEliminarUn abrazo
Vaya, Leire, cuánto me alegro de tu visita. Muchas gracias por tus amables palabras, aunque es evidente que no has leído todo lo que escribo, :).
EliminarUn abrazo.
Enrique, me parece que D. Leandro se ha convertido en el plato fuerte de la ofrenda a los dioses, un exquisito manjar.
ResponderEliminarMe ha sorprendido el final.
Enhorabuena.
Besos
Sin duda, Pilar. No todos los días se puede ofrecer algo tan especial como el hermano Leandro. De lo que no estoy seguro es de lo halagado que se pueda sentir él con semejante honor.
EliminarMuchas gracias y felicidades por aquí también por tu gran triunfo en julio.
Besos.
El relato lo he leído con música de Ennio Morricone, la cual ha empezado a sonar en mi cabeza al recordar la escena en que un misionero, atado a una cruz como un San Pedro redivivo, cae desde lo alto de una catarata. Ocurre en la película La misión, como recordará casi todo el mundo. No sé si al hermano Leandro de tu microcuento le espera un fin parecido.
ResponderEliminarPeliagudo tema el de las religiones, el de los ideales absolutos, el de los fieles y los infieles, pues, cuando parece que se han amansado, se revuelven con la fiereza de un tigre y te llevan media pierna.
Los componentes de la tribu en cuestión sacrificarán a su dios al hermano Leandro, pero, como bien sabemos por lo sucedido en la Historia, llevan todas las de perder.
Así que esa mínima historia denuncia siglos de ignominia, de gentes que dicen hacer la guerra santa –el oxímoron más execrable que conozco-, y que, poseedores de la verdad absoluta, se conceden el derecho de disponer de la vida de cualquiera. ¡Y a eso no se le llama locura!
Mi enhorabuena, Enrique por tan acertado microcuento tan bien desarrollado y culminado.
Un abrazo.
Que curioso, Enrique. Resulta que este relato está basado en otro que fue determinante para que me aficionara con mayor interés a la escritura; se llamaba igual y fue el primero que me seleccionaron para una final de Relatos en Cadena, y ese tema fue el que yo sugerí (entonces se hacía así) para que sonara durante su lectura.
EliminarEstoy de acuerdo contigo en todo lo que dices sobre las guerras santas. Están alimentadas por el peor de los fanatismos y a menudo repaldadas por la voluntad del dios de cada uno (al menos en la católica ocurre).
Muchas gracias por tu generosa opinión y por lo acertado y enriquecedor siempre de tus palabras.
Un abrazo.
Y es que la realidad es distinta según el punto de vista de cada uno.
ResponderEliminarPues no se va a llevar poca sorpresa Leandro cuando adivine sus intenciones!
Nos llevas bien engañados hasta el final ;-)
Un beso Enrique.
Carme.
Estoy de acuerdo contigo, Carme. Y no es necesario que ese punto de vista provenga de distintas culturas; a menudo ocurre entre personas con circunstancias socioculturales casi idénticas.
EliminarMe alegro de haber logrado engañaros, ;).
Muchas gracias y un beso.
Hola Enrique, muy divertido relato. De seguro (y aquí habla mi anticatolicismo) se tenia bien merecido el ser sacrificado tal evangelizador.
ResponderEliminarSaludos.
Desde luego, nadie de allí lo había llamado para que fuera. Y haciendo uso de empatía histórico-cultural seguramente ese debía ser su final, no sé si merecido o justo, porque seguro que su intención era buena (aunque equivocada, sin duda), pero si al menos natural.
EliminarMuchas gracias, Jean.
Saludos.
Hola Enrique. Como nos tienes acostumbrados, en este micro nos regalas toda una historia.Fieles a sus dioses no podrian dejar asi esta tierna ofrenda. Abrazos
ResponderEliminarEs verdad, Carmen; no era algo, ese excepcional hermano Leandro, como para dejar escapar. Muchas gracias por tus palabras (muy amables).
EliminarAbrazos.
La admiración inicial del aborigen contrasta de modo genial con el momento en que muestra sus reales intenciones. Buenísimo micro. Un abrazo!!
ResponderEliminarMe alegra mucho tu opinión, Silvina. En efecto, esas intenciones del aborigen eran tan naturales como su admiración ante una persona de esas características.
EliminarMuchas gracias y otro abrazo para ti.
Pues... me has dejado sin palabras, Enrique. ¡Está "currado" hasta el nombre del fraile!
ResponderEliminarUn abrazo y mi admiración, porque si tu relato beodo era bueno, este me gusta todavía más. Y enhorabuena por estar en la final (es lo que tiene llegar tarde).
Pues a mí también me gustaba este más, y me alegro de que coincidamos, porque mi opinión sobre los relatos propios no es muy fiable. Y no es que reniegue del otro ni mucho menos, pues puse bastante empeño al escribirlo para no defraudar con el resultado tan entrañable invitación.
EliminarMuchas gracias por todo, incluida tu felicitación, y otro abrazo (muy admirado) para ti.
No sé qué semblante se gastaba el hermano Leandro, lo que sí parece es que fue muy convincente a la hora de que sus infieles tomaran partido. Me ha gustado mucho tu micro, Enrique. Un beso fuerte.
ResponderEliminarYo siempre he imaginado a este personaje dotado del buen talante que, según la Biblia, casi siempre mostraba Jesucristo. Supongo que más que suficiente para ser un magnífico objeto de ofrenda.
EliminarMuchas gracias, Matrioska. Un placer que te haya gustado el relato.
Otro abrazo fuerte para ti.