El astronauta
En cuanto se asomó al ventanal perdió todos sus prejuicios. En aquel silencio, roto levemente por el zumbido sordo de la electrónica, vio la belleza de un mundo sin fronteras ni barreras y fue consciente de la sinrazón y estupidez humanas.
Lástima que no quedara nadie más para comprenderlo.
Lástima que no quedara nadie más para comprenderlo.
La idea del hombre que toma conciencia del universo frente a la soledad es propia de la poesía oriental, el modo de contarlo, la belleza de las palabras elegidas y el ritmo y cadencia del relato es un gran hallazgo. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarEl testimonio de un superviviente del apocalipsis, que bajo la perspectiva que otorga la distancia, comprende claramente la necia actitud de esos seres que llegaron a dominar ese planeta y a hacer grandes cosas, pero que nunca entendieron que era el mismo para todos y que las fronteras no existen. Todos deberíamos emprender ese viaje al espacio, puede que así aclarásemos nuestros conceptos, para no consentir más tantas desigualdades y empecinamientos. Tu protagonista ha perdido sus perjuicios, el problema es que cuando él lo hace ya es tarde para todos. Ojalá tu relato sirviera como aviso para navegantes.
ResponderEliminarUn saludo, Emilio
Y tanto que lástima. Qué sería de cualquiera de nosotros sin el apoyo, compañía o presencia de nadie, absolutamente nadie. Para este uno, estar acompañado de todas las bellezas y maravillas del universo puede suponer, tal vez, estar en la gloria durante un tiempo más o menos largo, pero nada más. Creo que no tendría futuro. Muy bueno tu texto. Suerte y saludos.
ResponderEliminarContemplar la inmensidad del universo y no poder contarlo a nadie debe ser impactante, ese saberse único superviviente.
ResponderEliminarBuen relato Emilio.
Un abrazo.
Una especie de 'Major Tom', un astronauta aislado que aunque pueda volver a su planeta, sabe que su mundo se ha perdido.
ResponderEliminarMuy bueno, Emilio.
Un afectuoso saludo.
Posible final, sí. La humanidad está rellenando papeletas de acción inconsecuente y febril desmesura en sus excesos, que se aboca a la desolación de un paisaje, donde vaya usted a sabe si habrá lugar para que la semilla humana vuelva a florecer.
ResponderEliminarY si florece. Sea más solidaria, menos terca en el tener y más, válgame la redundancia, humanitaria.
Necesario tu discurso, Emilio NB. Como el comer.
la imagen-cápsula del astronauta en la soledad del espacio absoluto es de otra parte, de una belleza brutal.
Saludos, Emilio.
Los límites que establecen las fronteras son el reflejo de nuestra incapacidad como especie para convivir en una tierra sin costuras, para reconocer la innata, y agresora, necesidad de delinear nuestro hecho diferencial sobre el espacio que ocupan nuestros congéneres.
ResponderEliminarNo sólo somos estúpidos, somos débiles, vulnerables, insignificantes; Conclusión a la que tan fácilmente llegó ese astronauta, porque allá arriba se entiende qué somos: ridículos egos flotando en una preciosa mota azul.
Fantástico relato, Emilio. Enhorabuena.
Un saludo.
Poco que añadir a los magníficos comentarios de los compañeros... soledad extrema producto de la estupidez humana, en un momento en que nada se puede hacer ya.
ResponderEliminarUn abrazo, Emilio.
Emilio,debe ser sobrecogedora la belleza del universo, lástima no poder compartir esa belleza por la locura de la humanidad.
ResponderEliminarBien contado.
Besos
Solo hasta que el ser humano sea capaz de tomar conciencia de lo insignificante que es y el papel tan ínfimo que juega dentro de la inmensidad, dejará de hacer el cafre. Muy buen micro, Emilio, felicidades. Un saludo.
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