Cenicienta II
Ella era feliz con su vida de cuento, sus zapatos de cristal y su príncipe azul. Su dicha hubiera sido completa de no haber sufrido esos terribles dolores de barriga que la llevaron directamente al hospital. Nada pudieron hacer los médicos por salvarla, el empacho de perdices había sido mortal.
Esta visto que la vida de cuento con tanto final feliz de
ResponderEliminar"fueron felices y comieron perdices" no lo ha podido soportar nuestra Cenicienta. Triste final. A partir de ahora los escritores de cuento tendrán que estar asesorados por un experto en nutrición.
Buen relato Margarita.
Besos.
Los cuentistas deben de tener todo un equipo de asesores a su alrededor porque no es nada fácil vivir del cuento. A mí me falta el nutricionista. Tomo nota.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Javier.
Besos
Si en vez de con varias perdices se hubiese contentado con una, a lo mejor no sufriría ese empacho, ¿quién sabe? Lo que sí sabemos es que tu relato mola mazo. Enhorabuena y suerte, Margarita. Un saludo.
ResponderEliminarEs que las perdices son como los bombones "mon cherie" (perdón por la publicidad): tomas uno y ya no puedes parar. O a lo mejor lo que nos falta (a las princesas de cuento y a mí) es un poquito de voluntad, vaya usted a saber.
EliminarGracias, Jesús.
Un saludo molón
¡Vaya! Creí que Cenicienta estaba embarazada. Tenía que haber ido a un McDonald's a celebrarlo; habría muerto, pero dentro de muchos años.
ResponderEliminarMuy ingenioso y ocurrente micro.
Enhorabuena, Margarita
Saludos
Pues mira, en una versión más larga sí estaba embarazada, pero luego me dio pena matar a la criatura y tuve que alargar más la historia para darle tiempo a nacer antes de que la madre muriera empachada. Total, que además de a un viudo, dejé a una niña huérfana, y tampoco es plan. Así que sobreescribí su destino con una pluma de faisán.
EliminarGracias, Plácido.
Saludos
En un mundo en el que existe tanta desdicha, ser beneficiaria de toda la felicidad no puede sentar bien. Tu princesa tal vez podía haberse dejado de tantos cuentos, salir a la realidad y compartir un poco con los más necesitados, así, además de princesa, habría sido una heroína con una dieta más equilibrada y sana, habría tenido una vida larga y habría sido querida, pero no, ella a lo suyo, y así le fue.
ResponderEliminarFelicidades, una vez más, por esa inventiva tuya que rompe moldes, siempre cuajada de buen humor.
Un abrazo, Margarita
Para seguir con los condicionales, tal vez detrás de esa compulsión alimenticia había una carencia de felicidad o un exceso de tristeza, que no es lo mismo, pero en este caso es igual.
EliminarDonde no caben los "tal vez" es en la condición que demuestras con todos tus relatos y comentarios.
Gracias, Ángel.
Un abrazo
Creo que ya va siendo hora, si me permites Margarita, de cambiar ese final al que se opone el Sindicato de Aves Maltratadas (abreviado SAM), y que dice que los cuentos terminen con la frase:
ResponderEliminar"Y se fueron a un restaurante y se comieron un elefante".
Aunque el resultado creo que habría sido el mismo.
Jajaja. Sí, creo que el resultado sería muy similar, salvo que, además, nos desplumarían; con el precio que tiene el marfil... Eso sí, lo importante es que nadie se coma la calabaza.
EliminarParece mentira, pero tiene mucha ciencia esto de la ficción.
Qué aburrido sería todo si la felicidad fuera sólo ausencia de obstáculos y nada más, Margarita. Me encantan tus princesas y príncipes de carne y hueso, nada ajenos a nuestros dolores de barriga, de cabeza o de corazón. Eso sí, yo creo los médicos de tu historia viven del «cuento» porque no han podido curar a la pobre Cenicienta. Afortunadamente, en la ficción todo puede suceder y ojalá esta dama se reencuentre con la vida, feliz o casi.
ResponderEliminarUn abrazo.
FIN
Lo ideal sería que los obstáculos tuvieran alturas asequibles, pero a veces somos tan brutos que pretendemos escalar el Everest con unos zapatos de cristal. Complicado esto de la felicidad.
EliminarMis príncipes y princesas, afortunadamente para todos, son de papel. Debo de tener algún trauma infantil con los cuentos, creo que no me contaron suficientes y tuve que leerlos de mayor y, claro, ya no es lo mismo.
Ojalá encontremos todos la felicidad en la realidad y dejemos la ficción solo para los ratos de aburrimiento.
Gracias, Vicente.
Un abrazo transoceánico
Si la chica era feliz, yo creo que el problema no estuvo tanto en la naturaleza de las vidas de cuento como en las rimas caprichosas de los prosistas metidos a poetas. Puestos a elegir, se me ocurre que por ejemplo con "y tuvieron lombrices", todos sus problemas se habrían solucionado con un simple vermífugo. Aunque en este caso, claro está, el tratamiento habría sido para ambos. Y hablando de tratamientos, a ti habrá que tratarte de Señora Escritora para arriba. Qué prosa más bella.
ResponderEliminarUn abrazo, Margarita.
Jajaja. Ya lo dice el refrán: zapatero a tus zapatos. Aunque como estos son de cristal, igual tenemos que llamar a un cristalero, no sé. Lo que está claro es que un prosista no sirve porque ya estamos viendo que los resultados no son buenos.
EliminarLas lombrices..., a estos bichos sin plumas y tan arrastrados no les veo yo mucho futuro, pero siempre habrá alguien que muerda el anzuelo, seguro.
En cuanto a los tratamientos, a ti y a mí nos faltan los personalizados, pero todo llegará, o eso espero.
Gracias, Enrique.
Un abrazo
Solo a alguien con tu imaginación se le podría ocurrir un cuento en el que, después de comer perdices, el final no fuera el más feliz.
ResponderEliminarGrande, Margarita.
Un beso.
Mi querido Pablo: cuando falla la técnica, no queda otra que recurrir a la imaginación. Tú ese problema no lo tienes.
EliminarMuchas gracias.
He leído que han operado a tu mujer. Deseo que todo haya salido bien.
Un beso grande
Indigestión de felicidad. El colmo de las Navidades que se aproximan. Todo el mundo con la palabrita en la boca. Feliz, feliz, feliz... pues les voy a dar tu cuento para que se lo apliquen. Aunque, la verdad, es que - todos lo sabemos bien - pocos serán capaces de resistir la felicidad fingida de la cena familiar (sálvense las excepciones) aguantando al cuñado sabelotodo, a la cuñada mohínes, al chiquillo de la zambomba, a los vídeo felicitación que llegan por el wasap...
ResponderEliminarY es que la felicidad es en sí misma una trampa edulcorada y estereotipada, entre otros, por los cuentos tradicionales que ya sabemos el papel que le reservaban a las mujeres. El resultado ha sido el de tantas mujeres intentando aparentar no ya felicidad, sino una vida normal cuando el malo del cuento vivía en casa y se había casado con él. Cuentos reales de vida que, tristemente, terminan tan mal.
Así que tu tirón de orejas al final perdicero de los cuentos me parece fenomenal. Una poquita más de realidad, sin llegar al reality, tal vez nos ayudaría a encajar los desmanes de la vida con mayor cintura, algo de mesura y una poca de racionalidad que sustituya el sentimental romanticismo, por asertividad e igualdad, denuncia y acción contra la violencia de género.
De la parte narrativa, ya sabe usted señora, que soy admirador de la frescura de sus textos y de su punto de vista singular y creativo. Y no le digo más porque he leído mucho comentario feliz (merecidamente) a su micro y no quiero que corra el riesgo de recrearse en la complacencia, que luego se llena uno de felicidad desmedida y, bueno...
¡qué te voy yo a contar a ti, Margarita, que sabes tanto de cuentos y los sabes contar tan bien!
Eso, sí, como final, un beso (feliz).
¡Qué profusión, Manuel!
EliminarComo ya has comprobado, soy una cobarde y no me prodigo mucho con las opiniones porque si lo hiciera tendría que escribir, por ejemplo, que mis Navidades son felices porque al cuñado no lo invito, a la cuñada le pongo un tupido velo en la cara antes de cenar y a los niños les ato las manos a las patas de la mesa para que no se les ocurra tocar lo que no deben, de hecho me llaman la "tía Herodes", y claro, todo esto que cuento, y lo que no cuento, no es políticamente correcto así que mejor no lo digo y me ciño a los otros cuentos, a los de princesas edulcoradas que bailan felices con sus zapatos de cristal, ¡y sin rozaduras! y a las perdices, que son las reinas de este mundo, en su versión animal.
Puedes prodigarte todo lo que quieras, y contar también, sobre la frescura de mis textos. A ningún tonto le amarga un dulce, y a mí en otoño se me baja mucho el azúcar.
Por cierto, tenemos pendiente por ahí una historia sobre un tren; ahora mismo no recuerdo a quién le dejaste el comentario, ayyy :( En cuanto recupere los niveles de glucosa en sangre y de complacencia auto, me pongo a ello.
¡Qué te voy a decir, Manuel! Bien sabes que la admiración es mutua y que me encantan tus comentarios.
Mil gracias y un beso, o al revés. Y Feliz Navidad.
Tu originalidad y tu imaginación no tienen límite, de lo cual me congratulo porque nos haces felices con tus cuentos. Pero yo sigo una dieta mediterránea, por si acaso se me contagia algo de tu Cenicienta.
ResponderEliminarUn relato genial y encantador. Felicidades y besos.
Me vas a perdonar, Carmen, pero no veo peligro de contagio en tu caso. A una mujer que escribe como tú no la veo extraviada entre las páginas ásperas y cenicientas de un cuento tan simple.
EliminarGracias por tu cálido comentario.
Un beso
Margarita, si es que todos los excesos se pagan y por lo que nos cuentas, una sobredosis de felicidad resulta muy peligrosa para la salud. No se puede tener todo...
ResponderEliminarTen creativa como siempre. Enhorabuena.
No sabes lo mucho que te echamos de menos amiga...
Besos apretados.
Pilar, se habla mucho de las redes sociales y sus "peligros asociales", pero, gracias a ellas, ni imaginas las ganas que tengo de darte un achuchón. Prometo no excederme ;-)
EliminarUn montón de gracias y de besos
Por rizar el rizo, hago dos lecturas.
ResponderEliminarLa primera es que las perdices eran falsas, estaban tan bien aderezadas y maridadas, que todo parecía perfecto, pero no lo era y de ahí viene ese dolor de tripa. Como suele pasar en estos casos, Cenicienta se dio cuenta demasiado tarde y ya nos imaginamos todos el disgusto.
La segunda lectura está relacionada con una frase que siempre decía mi padre, "el que no tiene problemas, se los busca". Es decir, que por muy bien y muy feliz que esté una persona, siempre va a encontrar una piedra (real o imaginaria) que le entre en el zapato para molestarle.
Por cierto, que todo lo que apuntan por aquí arriba, también está dentro de lo posible, pero yo no quería hablar de tanta felicidad, no vaya a ser que tengamos que salir corriendo todos al hospital, ja, ja, ja...
Uy, no sé, Margarita, tus historias son tan sugerentes que se me ha ido la pinza doblemente. En cualquier caso, el micro me parece espectacular y, como viene siendo habitual, todas tus creaciones son fantásticas.
Te mando mi enhorabuena y un beso enorme.
Malu.
Hay varias lecturas posibles, de hecho se me pasaron un montón de imágenes por la cabeza, tantas que al final tuve que poner un poco de orden porque no paraban de hablar y de moverse y no me dejaban escribir. Como ves, ambas tenemos unas pinzas muy díscolas que campan por sus anchas y se van cuando les da la gana ;-)
EliminarY al margen de pinzas, trapos sucios y coladas, tu padre tenía mucha razón: una cosa es ponerse objetivos que motiven, empujen o impulsen y otra muy distinta, meterse los problemas en los bolsillos para tener de repuesto cuando se nos acaben los que tenemos en uso.
Oye, y ni se te ocurra dejar de reír, que dicen en los hospitales que es muy sano.
Muchas gracias por tu sonrisa.
Un beso grande
"campan a sus anchas", perdón.
EliminarTu protagonista tiene un empacho de felicidad y parece que no estaba preparada para semejante situación. Hay que aprender a ser feliz con menos... Muy bueno tu relato, Margarita. Un beso.
ResponderEliminarNo nos preparan para ser felices y, claro, buscamos un estado en el que nos sentimos más cómodos. O a lo mejor es que no estamos acostumbrados. En fin, que esto no viene a cuento.
EliminarMuchas gracias, Olga.
Un beso
Parece que la felicidad, como todo, hay que saber dosificarla. Tal vez esta Cenicienta glotona, debería haberse hecho las pruebas de intolerancias alimentarias y le habrían dado positivo en las perdices. Aunque pienso que lo mejor que podría haber hecho es repartir perdices, o más bien felicidad, a su alrededor. Muy original y aleccionador, Margarita. Un beso.
ResponderEliminarPoco puedo añadir a tu sensato comentario, Juana. Yo no creo en el exceso de felicidad, si ya lo sentimos como exceso es que no es felicidad, en cambio, no ocurre lo mismo con la tristeza, es curioso.
EliminarMe alegra que te hayas parado a compartir y repartir. Gracias, Juana.
Un beso
Ya sabía yo que las perdices tampoco eran sinónimo de felicidad. Si es que lo queremos tener todo y luego pasa lo que pasa… indigestión al canto. Lo tuyo es genialidad en estado puro, Margarita. Un beso enorme, guapetona.
ResponderEliminarLas perdices son unos bichos emplumados que vuelan, Matrioska, que te veo despistada. Felicidad es otra cosa, que me dejes un comentario como este, por ejemplo, y que yo pueda enviarte un beso de vuelta. Ah, y aún no me has dado las señas de Soledad ;)
EliminarUn beso grande
Y resultó que aquello que madrastra y hermanastras no consiguieron, lo hizo un empacho de felicidad.
ResponderEliminarCuando un cuento se cierra, tu imaginación se abre de par en par y nos regalas momentos sorprendentes y enormemente seductores, colocando la vida cotidiana en medio de los acaramelados finales que no dejan títere con cabeza. Aunque, bien pensado, le está bien empleada la indigestión por desagradecida; con lo bien que se portaron con ella los animalillos antes de ser desposada, lo mínimo que debería haber hecho es pasarse a la dieta vegetariana, y haber cambiado la perdiz por el maíz.
Otro maravilloso cóctel Margarita que se saborea con los ojos. Enhorabuena.
Un fuerte abrazo.
Te voy a confesar una cosa, Antonio, pero solo una: yo nací princesa, pero como nadie me escribió un cuento, vivo perdida entre líneas; durante un tiempo recorrí extensas páginas en blanco, remonté caudalosas marcas de agua en el papel, sorteé peligrosas cuadrículas y eludí la vigilancia estrecha de las rayas milimetradas y todo para llegar a una página de papel pinocho gobernada por un rey de madera. Allí el aire estaba lleno de serrín y me costaba respirar, así que decidí quitarme los zapatos de cristal y la corona de latón y coger un lapicero y escribir mi propio cuento. Y en estas ando, aunque no me encuentre todavía.
EliminarAcabo de añadir una nota al margen para no olvidarme del maíz; si no le viene bien al cuento, seguro que a mi dieta sí.
Brindo por ti con ese cóctel.
Gracias y un abrazo fuerte.
Qué bueno, Margarita.
ResponderEliminarNo todo final feliz es apto para la salud.
Creo que lo que no es apto es que la felicidad tenga final, debería ser eterna, pero bueno, la estiraremos todo lo que podamos.
EliminarMuchas gracias, Lu
Esta Cenicienta tuya, Margarita, parece ser una comedora compulsiva... Todos los excesos provocan dolor de barriga, jajaja. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
La barriga es un órgano muy sensible, incluso algunos dicen que tiene cerebro, así que tendremos que pensar un poquito en ella.
EliminarMe encanta tu risa, María José.
Gracias.
Un abrazo
No sé a quién se le ocurriría ese final que se repetía en todos los cuentos que nos contaban cuando éramos niños –ahora imagino que se les da directamente un smartphone y allá se las apañen las criaturitas bajando aplicaciones y descubriendo los misterios de las redes sociales- de fueron felices y comieron perdices, debido a lo cual, supongo que los personajes de los cuentos acabarían aborreciéndolas, pues, de vez en cuando, deberían haber cambiado de dieta y haberse metido entre pecho y espalda una paella, una fabada, un buen cocido, o una tortilla de patatas, un suponer.
ResponderEliminarY luego ese pájaro monocromo, ese colorín colorado que anunciaba el final del cuento, pues podían haberle puesto alguna mecha, o haberle pintado en las alas los colores de la bandera de Yibuti, por ejemplo, pero tanta repetición, tanta monotonía, hacía presagiar lo peor como tú, muy bien, nos has desvelado en tu microcuento dedicado a la Cenicienta, pero también podría haber sido la protagonista Blancanieves, Caperucita Roja, Rapunzel, la Bella Durmiente o cualquier otra, pues el empacho mortal de esos personajes por culpa de las codornices estaba cantado.
Así que ahí quedan los zapatitos de cristal arrumbados en algún rincón de palacio, y el príncipe azul decolorándose y volviéndose gris en alguna oscura sala ante la pérdida de su amada. Quizá, en cuanto se le pasase la época de duelo, debería apuntarse a algún curso de cocina y dietética para que su próxima esposa tenga una dieta más variada.
En fin, Margarita, que tu microcuento tiene mucha frescura –en el mejor sentido de todas las acepciones de dicha palabra- y esa fluidez, humor y desenfado que te caracterizan.
Saludos cordiales prenavideños –la Navidad al caer y yo con estos pelos, que diría Forges- y un abrazo.
Dicen los expertos que los cuentos se utilizan para ayudar a los niños a comprender el mundo, y existen algunas teorías, además, que explican que a estos diminutos seres les resulta más fácil identificarse con los animales que con los humanos, por eso muchos de los protagonistas de los cuentos son "bichos".
EliminarDicho esto, además de ayudarles a comprender el mundo, podemos añadir en la historia publicidad subliminal del tipo príncipes y princesas para transmitir la importancia de la belleza, la juventud, la riqueza, la salud,... por si cuela. Las perdices, por ejemplo, eran las primas ricas de las codornices, y solo se las podían permitir en sus cocinas las familias acomodadas.
En mi época infantil, y más aún en la de mis padres, los valores de la sociedad eran los que eran, y por lo tanto, los cuentos debían ceñirse a ellos porque no había más; y tampoco teníamos internet ni aplicaciones ni redes sociales ni el mundo era un pañuelo en el que sonarse los mocos (con perdón), así que crecimos con lobos, cerditos con los mismos genes pero con distintas virtudes, princesas de largas y resistentes cabelleras rubias que suspiraban en una torre por el caballero montado sobre un rocín blanco que estaba por llegar,...
Ahora, por fortuna, los valores son otros, pero la finalidad de los cuentos, la misma, incluida la publicidad subliminal.
Resumiendo, que no le quito yo su importancia a leer cuentos, siguen siendo necesarios, aunque prefiero escribirlos y correr el riesgo de que me salga un príncipe de cristal con zapatos azules.
Mil gracias por su comentario, señor Angulo, y sus adjetivos calificativos.
Ojalá que esta Navidad, y las siguientes, seamos felices y comamos perdices.
Un cordial saludo
No sólo de pan vive el hombre, también de cuentos, y algunos avispados del cuento. Comeremos perdices en Navidad, por lo de hacer un extra, luego habrá que volver a las codornices. Salute, que dicen los italianos.
Eliminar¡Ahí estamos!¡Jodiendo el cuento! Estupenda idea y sorpresiva.
ResponderEliminarBesetes
:) Antes muerta que sencilla, Javier. Espero que no te lea mi señor esposo porque te levanta un monumento.
EliminarGracias muchas y besos.
¡Vaya!, parece que la joven sufrió un empacho de felicidad. Quizás es que abusó un poco de tanta dicha, habiendo tanta necesidad por ahí... No sé qué pensar de este relato, si buscarle moraleja o dejar que cada uno saque sus conclusiones. Ahí lo dejo.
ResponderEliminarBesos, Margarita.
¿Quieres un consejo no pedido, Mª Jesús? No intentes buscarme muchas explicaciones porque ni yo misma me entiendo. Eso sí, si decides no hacerme caso y encuentras alguna, cuéntamela, por favor, a ver si así...
Eliminar¡Gracias!
Besos
Jajaja, que mala eres Margarita, no dejándonos con la imagen de final feliz de la Cenicienta, y más encima poniendo la felicidad, representada por las perdices, como la causante de desgracias... Jajajaaja
ResponderEliminarUn abrazo, un besote y un ramo de plumas de perdices para que no te indigestes.
¡Jean, qué alegría verte!
EliminarUn poco mala sí que soy; cada día trabajo en ello y hago meditación, de la trascendental y de la otra, limpieza de conciencia y hasta veo vídeos de yoga. Y ¿sabes?, ya lo tengo casi asumido ;)
Mañana toca descanso, pienso sacar a pasear el ramo de plumas.
¡Gracias!
Un beso grande y un cariñoso abrazo.