Incomunicación
"Parece que ha refrescado", le digo a mi padre, intentando torpemente iniciar esa conversación que nunca tuvimos. Mientras agarro su delgada mano, sus ojos parecen mirarme desde una profundidad abismal, como albergando un océano de comprensión. "Ya sabes, hijo —responde finalmente, meneando la cabeza—, que nunca he estado en Belgrado".
A través de esas manos, como un anhelante vínculo que los ojos se empeñan en desmentir, nos relatas lo irremediable. Con suma elegancia describes el intento de rescate de un nexo pendiente que el olvido ha convertido en imposible, pero que, a buen seguro, creará nuevos lazos mucho más intensos; aquellos que el tiempo y la senectud nunca robarán a las sensaciones del tacto.
ResponderEliminarEmotivo, conmovedor, Espléndido.
Enhorabuena, Enrique. Has vuelto a componer, más que un relato, una obra.
Un fuerte abrazo.
Maravilloso y emocionante relato, Enrique. En la linea de calidad que siempre ofreces. Me hace pensar en lo dificiles que pueden llegar a ser las relaciones humanas y, en concreto, las de padres e hijos. Está claro que la senectud suaviza los ímpetus y los arrebatos imprudentes. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Y ¿quién dice que no hay en su respuesta algo más que un desvarío?
ResponderEliminarEnrique, siempre el MicroMochón es sinónimo de calidad. Esa calidad que siempre lleva impregnada tu escritura y que de una historia sin necesidad de fantasías, logras hacer un gran número de magia, para regalarnos un relato fantástico. Solo de una mente privilegiada puede salir una frase como esta:
ResponderEliminar“Mientras agarro su delgada mano, sus ojos parecen mirarme desde una profundidad abismal, como albergando un océano de comprensión".
Eres un mago, padrino. Y tengo la suerte de tenerte cerca para aprender con cada uno de tus MicroMochones.
Yo intenté hacer uno ¿sabes? Pero me salió un churro. Mira:
El MicroMochón falso
Dulce agonizaba mientras Nolinho la acariciaba para que muriera con una sonrisa.*
*Este relato es de un tal Núñez que se hacía pasar por Mochón. Intentaba plagiar a los grandes, pero su estilo distaba mucho del original. Fue castigado sin entrar en el bosque de las palabras durante un mes.
Ya ves que no me salen.
Un fuerte abrazo, amigo mío.
Pablo.
Maldita sea mi estampa. ¡Qué puedo decir yo después de la cariñosa prédica que te dedica nuestro superPablo? Ah, ya sé. Muy bueno, Enrique. Original ¿no? Saludos y suerte.
ResponderEliminarEnrique esa incomunicación entre padre e hijo parece que viene de tiempo, pero nunca es tarde para intentar solucionarlo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esa mirada de profundidad abismal que alberga un océano de comprensión, es realmente bellisima y genial.
Un gran relato escrito de forma excelente Enrique.
Un abrazo enorme.
Enrique, me parece que la incomunicación entre padre e hijo persiste a pesar de los intentos de ambos para que desaparezca el problema. Tal vez, han esperado demasiado y ahora ya es tarde.
ResponderEliminarPreciosas palabras para contarlo.
Enhorabuena.
Besos apretados.
Ha refrescado... en Belgrado. Lo que podía ser un ripio absurdo lo has convertido en un precioso relato donde no sabemos quién está más desamparado, si el padre o el hijo. Enhorabuena, Enrique! Un abrazo.
ResponderEliminarUna vez más te sacas de la pluma unos personajes sólidos y profundos que desnudas emocionalmente delante de la pantalla y se sostienen detrás de ella.
ResponderEliminarCreo que su éxito, y por lo tanto el tuyo, está en que todos tenemos un vecino, un amigo, un conocido que podría ser uno de ellos (porque excepto Jean, a ver quién tiene el valor de reconocer que le has retratado y de posar desnudo).
Y ya sabes, Enrique, tampoco yo he estado nunca en Belgrado, pero ahora, después de leerte y con lo que ha refrescado...
Un beso
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLas murallas que irremediablemente levanta el tiempo entre generaciones nos afectan a todos. Hoy en día, padres e hijos parecen hablar en idiomas diferentes. En el caso de este relato, me queda la esperanza de que sea una leve sordera, cosas de la edad, la que hace confundir 'refrescado' con 'Belgrado'.
EliminarProfundo y con muchas aristas. A tu altura, Enrique. Enhorabuena.
Un fuerte abrazo.
Vicente
Ya nos lo dejas claro con esa mano delgada, pero profundizas con la profundidad (valga la redundancia), de la mirada abismal del padre, para dejarnos claro cual es la situación.
ResponderEliminarSobre el tema de las relaciones frías entre padres e hijos, hay tanto por decir, que creo que se merece otro micro, incluso hasta una mini-serie. Tantas cosas por decir y tan poco tiempo para hacerlo... un tema tan interesante como intenso.
Un relato elegante, limpio, sincero, emotivo, bello... un Micro-Mochón de lujo, querido Enrique, felicidades.
Beso grande.
Malu.
Dos hombres con la misma sangre condenados a no entenderse. Cuando pudieron hacerlo, un extraño orgullo o algo que se nos escapa lo impidió; queda constatado en "esa conversación que nunca tuvimos". El hijo ha necesitado una vida para darse cuenta del error absurdo, cuando se ha decidido a subsanarlo, su padre no tiene ya los sentidos como debería. Ese refrán tan animoso que dice que nunca es tarde tiene sus excepciones. Por suerte para todos los que te conocemos, tú no tienes esos problemas, eres un gran comunicador y más cosas buenas que no digo para no extender el comentario en exceso.
ResponderEliminarUn abrazo grande, Enrique
Tu micro me ha llegado tan hondo que ha hecho que parte de ese océano se desborde por mis ojos. No sé si felicitarte por tu forma de llegar al corazoncito de los demás, o darte una colleja, cariñosa eso sí, por lo mismo. ;-) Me has tocado la fibra sensible con tu emotivo micro. Muchos besos y abrazos, talentoso Enrique.
ResponderEliminarLo más duro de la incomunicación entre padre e hijo es que, probablemente, más de una vez cada uno en la vida ha intentado hablar con el otro, tender puentes, salvar ese muro, ese abismo que crece sin saber bien cómo entre sus formas de ver y sentir la vida y, cada vez, acaban hablando sobre Belgrado o sobre cualquier paisaje desolado que hiela las palabras.
ResponderEliminarDe nuevo, tu sensibilidad, escudriña los sentimientos acercándonos escenas cotidianas con las que podemos identificarnos y conmovernos, pues tienen tus palabras el intangible don de frisar la esencia, desmenuzarla y ofrecérnosla pequeña y sencilla, hacerla nuestra, digerible y cercana.
Conmovedor.
Un abrazo, Enrique.
Enternecedor, pero amargo a la vez. Ese instante temido en el que se rompe la última posibilidad de tender un hilo de comunicación con nuestros padres ancianos y nos quedamos un poco más solos. Enhorabuena, qué grande eres Enrique. Un beso.
ResponderEliminarEl paso del tiempo hace que la frialdad en las relaciones sea abismal. Por falta de entendimiento, no creo, sólo por no usar el mismo lenguaje, porque la mirada cuando el tiempo es largo es diferente. Te dejan frío en esos "meneos de cabeza" Y después cuando ya no están, ¡Quedan tantas cosas! Que no hemos dicho. Triste. Muy bien contado.
ResponderEliminarBesicos, amigo Enrique.
El calor de una mano y la profundidad de una mirada. No hace falta nada más para derretir el hielo de Belgrado. Dejémoslos solos, que tienen mucho que decirse.
ResponderEliminarBesote enorme, Enrique.
Las conversaciones entre padres e hijos se acaban convirtiendo en un diálogo de sordos.
ResponderEliminarUn triste micro.
Saludos, Enrique
Para ese hijo que nunca se ha entendido con su padre, el agarrar su mano, el poder andar a su lado y dirigir sus débiles pasos puede que sea suficiente, que concilie todos los desencuentros y faltas de comunicación.
ResponderEliminarDe alguna forma, me siento identificado con tu relato. Muy bello y sugerente.
Un abrazo, Enrique.
Si, finalmente, se produce ese encuentro, ese diálogo con la mirada o el tacto de las manos, la situación está salvada. Todo se disculpa y se comprende si se trata de un padre y un hijo. Nunca es demasiado tarde, aunque él viva sumido en otro mundo, mientras permanezca el cariño.
ResponderEliminarEnternecedor relato, Enrique, que nos hace recapacitar en las relaciones con nuestros padres.
Un abrazo.
Un relato muy tierno, Enrique. Parece que el abismo que separa a padre e hijo sea insalvable. Quizá ya es tarde para esa conversación pendiente, para las palabras, pero no para expresar sentimientos a través de las manos, de las miradas.
ResponderEliminarEnhorabuena. Sabes llegar al alma. Un abrazo enorme.
La falta de comunicación trasgeneracional es un clásico. Pero solo tu, Enrique, sabes darle esa sugerencia elegante en tan solo 50 palabras.
ResponderEliminarEs un honor leerte.
Saludos,
Muchas gracias, Antonio, María José, Pilar V, Pablo (ay, Pablo, Pablo, qué vamos a hacer contigo), Jesús, Javier, Pilar Alejos, Pepe, Margarita, Vicente, Malu, Ángel, Matrioska, Manuel, Belén, Carmen Martímez, Patricia, Plácido, Jose, María Jesús, Carmen Cano, Raquel... Siento mucho no poder responder a vuestros comentarios como merecen y merecéis (como esperaba poder hacer), y más teniendo en cuenta todas las cosas interesantes que con ellos habéis aportado al relato y la cantidad de amables halagos que me habéis dicho. Me ha sorprendido el que hayáis coincidido casi todos en vuestra lectura, y casi me alegro de ello, pues igual que semejante situación de despropósito puede provocar una sonrisa, también se podía haber visto en ella un atisbo de burla cruel, algo lejos de mi intención. Sí tuve en cuenta, sin embargo, la posibilidad que apunta Pilar V., de que le anciano se haga el sordo adrede, y de esa no reniego, ya que sería una variante más dentro del capítulo de las difíciles relaciones humanas. El que haya logrado conmover a alguien ha sido para mí una sorpresa muy gratificante.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo para todos y gracias de nuevo.
Una vez más, amigo Enrique, lo bordas con esta historia paternofilial. Primero, con ese sabor amargo de conocer la falta de comunicación entre un padre y su hijo, prolongada a lo largo de los años. Pero, a su vez, nos regalas un toque de ternura en esa aproximación, nunca tardía, del hijo hacia su padre enfermo, que nos hace ver que aún cabe la comprensión entre ambos.
ResponderEliminarEnhorabuena por esta nueva muestra de tu buen hacer literario a través de algunas historias humanas, como esta, que nos sueles ofrecer y que, al menos, en mi caso y por lo que veo por otros cincuentistas, nos haces disfrutar.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias a ti también, José Antonio. Un verdadero placer siempre poder estar en contacto con tu invariable amabilidad.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Bonito relato Enrique, a mi más que darme la sensación de alzhéimer, me huele a que el padre, ya con una brecha tan abismal entre ellos, no pone ni atención a lo que su hijo le dice.
ResponderEliminarUn abrazo y que tengas bonito mes.
Muchas gracias, Jean. Es una de las interpretaciones posibles dentro de mi primera intención.
EliminarOtro abrazo para ti junto con mis mejores deseos.
Ciertamente en primera lectura no sabía si acogerme a la idea del alzheimer o a la voluntaria incomunicación por parte del padre o a una respuesta de escena absurda propia de Ionesco. La última la descarté -a mi pesar, pues me encanta- y juzgando el tono, me quedo con la versión de la demencia senil que tanto está lacerando la vida de muchas personas.
ResponderEliminarMuy buen relato y por supuesto, digno de estar en la final.
Suerte y un fuerte abrazo, amigo Quique.
Muchas gracias, amigo Isidro. Esto de estar en la final es un poco azaroso a veces. Ojalá hubiera sitio siempre para todos los que merecen estar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me atrevo a decir que, muchas veces, incluso entre las personas más cercanas, hay incomunicación; pero el tema de los padres y los hijos es uno de los abismos más difícil de saltar, ejemplos hay a muchos, para mí, de los que conozco, uno de los más lacerantes es el de Kafka y su padre, a quien el autor de La metamorfosis le escribió una carta que sería algo así como la madre de todas las cartas, la cual, supongo, hasta el día de hoy, la habrán leído millones de personas, y que, sin embargo, el padre no leyó.
ResponderEliminarUna de las frases certeras de tu microcuento –y todo él tiene una magnífica arquitectura- es la de “esa conversación que nunca tuvimos”.
¡Son tantas las cosas que, entre personas que se aman, a veces, se callan! Y se callan sin saber realmente por qué, quizá por pereza, por dejadez, por falta de voluntad, por alguna carencia de nuestro carácter, pues estar a la altura de la vida exige una atención continua y una lucha constante, además de una cabeza bien ordenada.
Y son esas cosas nunca dichas las que luego, cuando un ser amado fallece, suelen torturar a los supervivientes con el “y si le hubiese dicho...” “Y si hubiese hecho esto o aquello”...
Y no sólo pasa con los padres, los hijos, o el cónyuge, también sucede con otros familiares, o con amigos a quienes la Parca decidió llevarse antes que a nosotros, y, ocurrido el fatal hecho, empezamos a sentir remordimientos por no haberles dicho esto o lo otro, por no haber mostrado mayor énfasis en nuestros afectos. ¡Son tan complejas las relaciones humanas!
En fin, si como parece deducirse de la narración, ese padre se ha hundido en las aguas cenagosas de la desmemoria, el hijo ya, casi, sólo puede hacer gestos para sí mismo, como suele ocurrir en los entierros. Aunque sentirlo vivo a su lado sea todavía un soplo de esperanza.
Excelente tu microcuento, como ha reconocido el jurado, mi enhorabuena y un abrazo, tocayo.
Muchas gracias, Enrique. Acertadas y enriquecedoras tus reflexiones sobre el tema, como siempre, y magnífico ejemplo ese de la "Carta al padre" (que en su día disfruté y que posiblemente relea) para ilustrar una situación tan intemporal como universal.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, tocayo.