El olvido
Cuando dejó de albergar ilusiones, se desvanecieron sus ganas de vivir y comenzó a olvidar: primero, los buenos recuerdos, viviendo angustiado por los malos hasta que también le abandonaron; después, la gente, incluso las personas más queridas; al final, a él mismo. Al morir, ya no sabía que había vivido.
Tememos a la muerte porque nos arrebata lo único que conocemos; también por el miedo a lo desconocido; pero, sobre todo, por el temor al olvido. Como el título de aquella película: "Quien hablará de nosotras cuando hayamos muerto", tu relato refleja nuestro mayor terror: la posibilidad, casi certeza, de que el tiempo borrará todo lo que fuimos.
ResponderEliminarUn saludo
Argonauta, coincidencia, casualidad o causalidad, ayer mismo, escribí un cincuenta con esta temática y este mismo título. Cuando se haya pasada la mitad de la vida, como diría Cernuda, nos rondan algunos temas recurrentes aventurando, quizá, algunos escollos del camino que nos queda, o expresamos algunas experiencias que conocemos por otro.
ResponderEliminarAntes, cuando la esperanza de vida era más corta, el olvido lo imponía la muerte. Llegada ella, el vivo no es y hasta olvida que vivió. Tal que ahora. Solo que la extensión y durabilidad de la vida cada vez da más oportunidades al olvido para acudir en vida al vivo. Vive el cuerpo tal vez y el alma, que son al fin y al cabo los recuerdos y sentimientos atesorados, se esfuma cuando su tiempo se ha cumplido. Visto así poéticamente, porque en explicación de la ciencia sabemos de todo un proceso de degeneración neuronal que está en la base física del mal.
Creo que tras la lectura de tu bien traído relato, celebrar la vida y compartir comentarios, relatos, recuerdos y experiencias, es un regalo que hemos de seguir prodigando mientras podamos tener conciencia de quienes somos.
Saludos, Argonauta.
El olvido, como genialmente títulas este relato, es lo peor que le puede pasar a una persona, ya que al final hasta uno mismo olvida quien fue. Mientras haya un recuerdo uno nunca habrá muerto.
ResponderEliminarBuen relato, me ha gustado.
Un abrazo.
Podemos reconocer como una de las mayores desgracias que le pueden pasar a cualquier persona el no ser capaz de recordar quien fuimos, a quien hemos querido, que hemos deseado... Nos lo muestras con maestría. Suerte, Argonauta. Saludos.
ResponderEliminarCoincido de lleno. Lo más dramático de la muerte es el olvido. La ausencia. La nada.
ResponderEliminarUn abrazo
Mucho peor que la muerte, el olvido.
ResponderEliminarUn beso.
Malu.
Un texto paradójico, pues, pese a versar sobre el olvido, destila melancolía, que es, en realidad, una sublimación del recuerdo.
ResponderEliminarBuen relato, Argonauta.
Saludos cordiales.
Triste final que, desgraciadamente, cada vez es más habitual en nuestras vidas. Bonita manera de expresarlo y acertada reflexión. Enhorabuena.
ResponderEliminarParadójico título porque, al menos en mi caso, si algo consigue es que, tras su lectura detenida, uno no pueda olvidar este espléndido cincuenta. Una invitación a que reflexionemos sobre la vida y, también, sobre la muerte, magníficamente narrada.
ResponderEliminarEnhorabuena, Argonauta.
Saludos cordiales.