Serial killer
Nadie lo diría al verme, con mi carita de niño bueno. (Nada. No siento nada. Ningún remordimiento). Las maté a todas: muchas agonizaron por el impacto de mis botas en sus frágiles cabezas; algunas las quemé. Ardieron vivas. Otras... acabaron ahogándose, tras la fatídica inundación de Cacaolat en el hormiguero.
Hola Raquel, a pesar del título, y la evolución de la historia, que hacía ver una gran violencia, al final con tú palabra final "hormiguero", has logrado que saque una sonrisa ya que le has dado un giro final total al relato.
ResponderEliminarMe ha gustado Raquel.
Besos.
Me alegro que te haya gustado. Otro beso para ti Javier.
EliminarHola, amiga Raquel. Veo que sigues dejándonos imágenes potentes en tus micros, muy cinematográficas. por un momento pensé que estaba viendo una película de la guerra del Vietnam, pero ese giro magistral, me ha llevado a mi infancia, cuando éramos observadores de hormigas, y experimentábamos alguna que otra atrocidad con ellas.
ResponderEliminarBrillante.
Besos.
Pablo
Hola amigo Pablo, que bien que te haya gustado. La culpa de todo la tienen "american psycho" que me ha servido de inspiración. Por lo demás yo soy muy buena niña Jajaja cándida e inocente incapaz de matar a una hormiguita Jajaja
EliminarUn abrazo
¡Segundo día tras el «apagón» de mes y medio (necesario por otra parte) de esta nuestra web literaria! ¡Y giro radical a las historias que se han incorporado a este reencuentro desde ayer (tan necesario también como el aludido «apagón»)!
ResponderEliminarRaquel abandona el bellísimo lirismo de Antonio (que tanta falta nos hace en estos días semioscuros), aparta los sentimientos arrumbados de Pablo (amor, melancolía, y soledad, dejados a un lado a sabiendas de su exigente necesidad) y tampoco echa mano de alegoría alguna, como la de María José sobre el esfuerzo y su valor último. No. Raquel nos deja un cincuenta de los que te pillan con el pie cambiado, porque te esperas, detrás de las primeras palabras, encontrarte con un asesino en serie (el título ya nos lo adelanta, aunque sea en inglés) para descubrirnos al final a un «gamberro» titulado "cum laude" que es capaz de emplear en sus torturas batidos de chocolate, pensando criminalmente que así proporciona una muerte dulce. Ahora bien, no quiero justificar a este aprendiz de la violencia gratuita, porque se empieza extinguiendo un hormiguero y se puede terminar, si no hay enderazamiento en su vida, asesinando sin piedad a congéneres. Eso sí, siempre que estos sean mucho más débiles que el potencial homicida, como suele suceder lamentablemente en la vida real.
¡Enhorabuena, Raquel, por tu microrrelato! Nos seguimos leyendo...
Besos.
Nos seguimos leyendo J.A.Barronuevo.
EliminarYo pienso que el formato de cincuenta palabras es increíblemente sugerente para los relatos de misterio y terror, y siempre intentaré reivindicar el género desde esta plataforma.
Un abrazo
Me encanta tu relato. Muy bueno el giro final y reconozco que me ha impacatado tras leer los comentarios de los compañeros, pues tal como también dice José Antonio, has cambiado de estilo y has marcado nueva tonalidad dentro de esta polícroma paleta de colores que es 50palabras.
ResponderEliminarMe alegro de volverte a leer, Raquel.
Un abrazo.
...al leer los RELATOS anteriores de los compañeros...
EliminarGracias Isidro. Eso es uno de los encantos de la web, que cada uno tiene su estilo, y además ya nos vamos conociendo (los estilos ;))
EliminarUn saludo
Raquel, me encantan tus historias, cómo las tratas, los giros que das con y en ellas.
ResponderEliminarNos habías dibujado al principio un niño bien, me lo imaginé rubito, piel muy clara, pecas, ojos azules, que se había convertido en un killer en serie, también pensé que podía ser un soldado de guerra agazapado en su trinchera... ¿tú sabes la de imágenes que me han pasado por la cabeza? Y solo en cincuenta palabras. Esa es la genialidad de tu micro.
Un beso, enhorabuena.
Malu.
Gracias por tus palabras. A veces, cuando os leo me sobreviene cierto complejo de inferioridad. Porque algunos de vuestros relatos son tan buenos, o están tan bien narrados. Así que me has hecho muy feliz.
EliminarUn abrazo Malu
L´enfant terrible, el asesino del Cacaolat. Has hecho un salto mortal con tirabuzón al presentarnos esa "carita de niño bueno" inmediatamente seguido de la frialdad de los desalmados que no tienen ningún tipo de sentimiento y las imágenes crueles de sus crímenes despiadados, hasta que abres la escena con ese fatídico, e incluso accidental, derrame del Cacaolat sobre el hormiguero. Fantástico, Raquel, felicidades. Un beso.
ResponderEliminarGracias Mstrioska.
EliminarBesos
Pero, que comentarios tan bonitos. ¡Gracias chicos! Que bien estar de vuelta.
ResponderEliminarUn abrazo enorme a todos.
A mi me parece que tu "niño bueno", no lo es. Esa conciencia en tiempo presente de sus propios actos y de cómo los demás le contemplan, esconde una pérfida inclinación psicopática que entrena con las hormigas, que son víctimas propiciatorias y un recurso fácil a su alcance. No sé si será que acabo de leer un artículo que detallaba el modus operandi del psicópata brasileño que asesinó y descuartizó a sus tíos y a sus dos hijos (2 y 4 años) sin pestañear y contándolo por whatssapp a un amigo de Brasil. Al igual este killer infantil, él declaró no sentir nada, ni siquiera haberse puesto nervioso. Lo planeó y lo ejecutó. Tal que el killer del Cacaolat.
ResponderEliminarImpacta tu relato por la crudeza que explicita, y sorprende el giro final al encontrarnos con que el asesino es un niño, porque bien pudiera ser este tipo al que me refiero reflexionando después de limpiar con lejía el escenario de su crimen.
Desde luego, un relato que no nos deja indiferentes. Para echarse a temblar (de miedo) y a aplaudir (por lo conseguido. Un abrazo, Raquel.
Gracias Bocanenegra.
EliminarDespués de tu bautizo "el killer del cacaolat " ya puedo decir orgullosa que es un auténtico asesino en serie. Pues ningún asesino que se precie, carece de un alias.
Un abrazo
Raquel, me gusta tu micro, pero no me hace sonreir el hecho de que un niño puede tener instinto de "asesino en serie". Todos hemos hecho cosas, siendo niños, de las que no nos sentimos orgullosos cuando crecemos. Una de ellas es la crueldad contra pequeños animales que, no por serlo, son menos importantes que un perro o un gato. Lo has contado muy bien. Estoy feliz de reencontrarme con tu escritura.
ResponderEliminarBesos.
La crueldad infantil va casi implícita. Afortunadamente, luego "casi" todos desarrollamos adecuadamente la empatia.
EliminarUn abrazo
Que sepas que casi me caigo de la silla, pero no de susto como sospechaba (miedosa que es una... ¡qué le vamos a hacer!), sino de risa.
ResponderEliminar¡Bravo, Raquel!
Un abrazo.
Gracias Fina. Pero no te vayas hacer daño... no quisiera yo más muertes a mis espaldas. Jajaja
EliminarUn abrazo
Muy simpático y muy bueno, pobres hormigas aunque la muerte sea dulce dulce en este caso. Ya lo veo, sacando la lengua mientras piensa en su siguiente objetivo.
ResponderEliminarFelicidades!
Dulce, dulce muerte.
EliminarUn abrazo Luisa.
Gracias, Raquel. Me encantan los finales que me arrancan una sonrisa 😉
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Salut.
Gracias a ti por leerme y comentarme Dipandra.
EliminarBesos,
¡Que malísima eres, Raquel!, con qué habilidad nos despistas.
ResponderEliminarMucha, mucha suerte con tus hormiguitas, tan laboriosas ellas.
Besito virtual
Soy maléfica Jijiji :-)
EliminarBesos virtuales para ti también.
Qué final mas inesperado. Mientras lo leía pensaba: que maldad y con regodeo... y resulta que eso creo que lo hemos hecho todos... de pequeños/as. Muy bueno.
ResponderEliminarMe alegro de haberos engañado hasta la frase final ¡JA JA JAA! Cómo diría Hannibal (del equipo A) "Me gustan que los planes salgan bien".
EliminarUn abrazo
Me has hecho recordar que yo hice cosas como esas de pequeño, aunque ahora me arrepiento, la verdad, y ya no soy capaz ni quiero, de matar a una mosca. La inocencia o la ignorancia de los pocos años, también el estar mucho en la calle y que no existiesen más pantallas que la de una televisión con dos canales. Muy logrado ese personaje que, aunque con sorpresa final, no deja de ser un asesino en serie, que en inglés suena aún más dramático.
ResponderEliminarUn abrazo, Raquel
Un abrazo Ángel.
EliminarNo hay piedad para los fórmicos, ¿eh? pero ¡cuidado! la leyenda dice que si los ahogas en cacaolat, sus espíritus regresan del otro mundo y te atormentan cada vez que te tomas un batido de cacao.
ResponderEliminarSaludos cordiales, Raquel.
Jajaja Ahora que lo dices creo que me atormentan en forma de michelines Jajaja
EliminarGracias por Carles por comentar.
Esos hormigueros...entiendo perfectamente a ese niño. Yo, que era una niña muy buena, me conformaba con echarles agua, la justa para verlas salir del hormiguero, sacar las larvas y ponerlas a secar al sol.
ResponderEliminarUn abrazo y sigue con lo tuyo, que no se lo diremos a nadie.
Gracias por guardarme el secreto. ;)
EliminarUn saludo Asun.
El relato da más miedito por lo que sugiere que por lo que cuenta. Eres una maestra del acojone, Raquel.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Tú si que eres una maestra Patricia Richmond.
EliminarUn abrazo
Este niño malvado nos sorprende con su crueldad y tú nos has sorprendido al final de la historia cuando descubrimos quiénes son las víctimas.
ResponderEliminarMuy bien contado. Besos.
Gracias Carmen.
EliminarBesos para ti también.
¡Qué buen giro, Raquel!
ResponderEliminarEl título me predispone para una clase de relato; después las primeras palabras me confirman mi sospecha. Pero entonces llega el final "tras la fatídica inundación de Cacaolat en el hormiguero" y todo cambia con tan sólo 9 palabras y me muero de la risa.
Lo dicha, Raquel, genial...
Me alegro que te haya sacado un sonrisa.
EliminarUn abrazo Alma rural
La inocencia infantil es un arma de doble filo, y sino, que se lo pregunten a las antenas de los saltamontes, alas de mariposa y, como en tu caso, hormigueros inundados sin piedad ni remordimientos.
ResponderEliminarMe ha gustado tu relato tan bien desarrollado, Raquel. Escondes perfectamente ese sorprendente final, consiguiendo el impacto buscado y, en mi caso, una sonrisa al recordar aquellas meriendas con cacaolat.
Un abrazo.
Gracias Antonio.
EliminarOtro abrazo para ti.
Madre mía Raquel. Qué bien consigues que sintamos angustia por los crímenes supuestamente perpetrados por un joven descerebrado, como juegas con nuestra imaginación tras leer tus palabras (por desgracia basándonos en hechos reales de este estilo), hasta que vemos que se trata de un niño martirizando hormigas... Aunque dicen que por algo se empieza!
ResponderEliminarMuy bien logrado.
Un abrazo.
Carme.
Gracias Carmen por esas palabras tan bonitas. La verdad es que soy una apasionada del género, un poco morbosilla.
EliminarUn abrazo y gracias por comentarlo.
Ese asesino en serie me retrotrae a mi infancia, a cuando yo era un émulo de ese déspota que cuenta sus hazañas con total impavidez. Desde luego, yo no le iba a la zaga, y no quiero contar las barbaridades que les hacía a las hormigas, moscas, arañas, grillos, abejas, ranas, lagartijas...
ResponderEliminarPor otra parte, el Cacaolat me ha traído a la memoria mis vacaciones de verano en casa de mis abuelos, en Tarragona, vacaciones en las que no solía despegarme de mi tío, el menor de los hermanos de mi madre, que sólo me llevaba tres años y medio, y era, por tanto, algo así como mi ídolo. Por desgracia, ha fallecido hace poco.
Esa bebida no existía en Burgos, y vaya usted a saber por qué, para mí era un placer tomármela acompañada por una ración de berberechos, consumición que solía pagarme mi tío. Aunque siguen gustándome las dos cosas, hoy no se me ocurriría mezclarlas.
Lo anterior en cuanto a lo que me ha traído a la memoria tu microcuento, luego está la inteligente narración que has hecho, con esas potentes imágenes de horror que nos vas transmitiendo, para hacer que respiremos al final al saber que las víctimas no son niñas, sino hormigas, aunque maldita la gracia que les haría a ellas la indolente crueldad del niño con carita de bueno.
Felicidades, Raquel por tan sugestivo y original microcuento. Un abrazo.
Me encanta haberte evocado recuerdos de tu infancia Enrique.
EliminarUn abrazo
Uno piensa qué pensaría si tuvieras una inundación así en tu hogar, esa ciclogénesis en la que clamarías a un Dios Formigal, como en una escena de La Cúpula de Stephen King, en la que que son ellas las que nos observan mientras agonizamos por falta de aire. La única solución es la de demostrarles que los humanos tenemos sentimientos racionales.
ResponderEliminarCreo que hubiera sido peor con Coca Cola.
Un abrazo Raquel.
Si una muerte mucho más pegajosa. Gracias Pepe. Me gusta que nombres a Stephen King, aunque no esté muy valorado, nadie le podrá negar su originalidad y lo prolífico de su carrera. Y pasará cómo el escritor mago del suspense del SXX, junto con el director de cine Hitchcock.
EliminarUn saludo
Raquel, este niño cruel apunta maneras de Serial Killer, como indica tu título. Asusta cuando dice que no tiene remordimientos. Nos llevas a lo largo de tu relato por un camino para al final dar un giro inesperado que nos desvela que se trata de hormigas...
ResponderEliminarBuen relato con sorpresa final. Enhorabuena.
Besos
Gracias Pilar.
EliminarPobres hormiguitas, con lo trabajadoras que son. Al menos las últimas tuvieron una muerte dulce. Creo que eso de matar hormigas lo practicaban más los chicos. A las chicas, todos los bichos nos daban pena. Ese es el recuerdo que me ha quedado. Bien contado y conseguida la sorpresa final. Un abrazo, Raquel.
ResponderEliminarSi al menos las últimas hormigas tuvieron una muerte muy dulce. Descansen en paz.
EliminarUn abrazo Juana
Hola Raquel. A mí no me ha hecho ni pizca de gracia. Me ha helado la sangre en las venas. ¡Menudo Damian!. No querría yo encontrármelo de noche en un callejón oscuro. Apunta aptitudes, y tanto que las apunta. Felicidades. No brindaremos con un batido, le dejamos al chavalín disfrutando del doble goce que le ha proporcionado el cacao. ¡Míralo, aún se está relamiendo!. Chinchín con agua con gas, que parece inocua, pero engaña. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas Gracias Cristina. Esa era la idea generar una especie de "Damian", que generará desconcierto entre la maldad y la inocencia.
EliminarUn saludo
¿Quién no ha realizado una masacre con hormigas, mariquitas, escarabajos...? Me reconozco culpable, y me avergüenza sentirme identificado con el prota de tu relato. Todos somos asesinos en potencia...
ResponderEliminarYo también me reconozco culpabililla. Jejeje a esa edad ni siquiera sabes lo que las cosas significan de verdad. Mucho tiempo después, siempre me he preguntado porque les tiraba líquido a los hormigueros impasible pero nunca he hallado respuesta. Supongo que quería saber que pasaría. Al final ha concluido en una idea para un relato.
EliminarUn saludo
Raquel, ese niño es de armas tomar, bajo su inocencia y como si fuese un juego.
ResponderEliminarMuy bien contado.
Besos.
Gracias Amparo.
EliminarUn abrazo
Original giro para sorprendernos con el genocidio de un microcosmos. Un niño que, seguro, la vida le insuflará madurez. Muy bueno, Raquel. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias salvador. Me encanta la palabra "microcosmos". Si esperemos que madure y desarrolle las famosas "neuronas espejo" responsables de que sintamos empatia.
EliminarUn abrazo
Muchos padres suelen decirle a sus hijos traviesos o gamberros, en el buen sentido, que si siguen así, acabarán mal. A mí me da que hay de todo: niños buenísimos y obedientes que cuando crecen se convierten en demonios y otros a los que les ocurre lo contrario, que con los años cambian para bien. Dicho esto, tu chaval asusta... mucho. Eso está bien en un relato. Suerte, Raquel. Un saludo.
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo. Además creo que hay una edad para todo, períodos críticos, en los que uno puede y debe experimentar. Que al fin y al cabo, es lo que está haciendo el protagonista. Para nada me lo imagino un asesino en serie de adulto. Sólo es un niño tanteando los límites y sus consecuencias.
EliminarUn saludo
Pues sí, Raquel; podríamos decir que en mayor o menor medida todos tenemos un pasado oscuro, con crímenes a nuestras espaldas tan atroces como los de este encantador crío. Los humanos y nuestra a veces inconsciente crueldad.
ResponderEliminarUn relato tan simpático y como escalofriante.
Un abrazo.
Estupendo relato con un dulcificado e inesperado giro final. Enhorabuena, Raquel.
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