Ni siquiera me importa ya
Mire, padre. No soporto ser el único que trabaja. Mientras todos pasan el día bebiendo y cantando, yo no salgo de la fragua. No lo entiendo. ¿Por qué precisamente yo, entre todos los dioses, soy el único que debe trabajar? Ni siquiera me importa ya que Afrodita me sea infiel.
Pobre... Ares beneficiándose a su esposa y tan ajeno. Él medio tullido, cojeando, como buena divinidad, pero de una inteligencia sublime. A ver si le da a Hefesto por vengarse del dios de Guerra y lo humilla con alguna añagaza. No sé, propongo que lo cace, cual cándida avecilla, con una red metálica 😉
ResponderEliminarGracias, Plácido, por estas greguerías clásicas, que cualquiera diría son de hoy en día.
Un placer leerlo.
Salut.
Pobrecillo, ¿aún está condenado en la fragua? Déjale salir ya, hombre, que no es delito ser feo, deforme y respondón. Ya tuvo bastante castigo con la distraída de su mujercita.
ResponderEliminarLas historias de dioses mitológicos casi no me gustan. Pero tu le diste giro a mi punto de vista. Me ha encantado tu manera de contarme otro cuento a puerta cerrada de los dioses. Saludos Plácido.
ResponderEliminarLe entiendo, ya está bien, que le dejen salir.
ResponderEliminarLuego dicen que el trabajo es salud, más parece una maldición, de la que, por lo visto, no hay forma de librarse, ni cuando se es dios. Tal es así que el pobre Vulcano perdonaría las correrías de su mujer con tal de tener tiempo libre como los demás.
ResponderEliminarIngenioso y divertido relato, Plácido.
Un abrazo
Eso le pasa por trabajar para la familia, siempre se aprovechan, da igual que sean dioses o personas terrenales. Y eso que al pobre le da igual la cornamenta.
ResponderEliminarBuen relato, Plácido.
Un abrazo.
O todos o ninguno. Cuando toca pagar los platos rotos dan ganas de gritar aquello de aquí jugamos todos o rompemos la baraja.
ResponderEliminarMuy logrado ese tono de queja irónico que viene a cuestionar ese vicio tan español que es que uno trabaje mientras el resto mira.
Saludos, Plácido.
Plácido, por tu micro veo que hasta los dioses se rebelan ante las injusticias, dejando de importarle incluso la infidelidad que sufre.
ResponderEliminarYa era hora que los dioses fuesen un poco más humanos.
Buen micro.
Besos apretados.
Hefesto, el más infortunado de los dioses, se queja, no de su cólera y fealdad, ni tan siquiera de la infidelidad de Afrodita con Ares, sino de ser el único que trabaja en todo el Olimpo. Razón no le falta. No goza de ningún privilegio divino.
ResponderEliminarMuy humana esta queja del dios herrero ante su padre. Y muy irónico el relato, Plácido.
Siempre es un placer leerte. Un abrazo.
No era "cólera", sino "cojera"; aunque en tu micro bien se le puede aplicar.
ResponderEliminarSiempre hay quien trabaja y quien vive a cuenta del trabajador. Creo que es lo que has querido dar a entender en tu micro "Mitológico".
ResponderEliminarBien escrito, Plácido.
Te deseo suerte.
Un trabajo bastante duro además y con contrato fijo por los siglos de los siglos. Pobre hombre o, mejor dicho, pobre dios.
ResponderEliminarIngenioso micro, Plácido. A veces la empatía del escritor puede llegar más allá.
Un abrazo.
Es normal que se queje, pobrecito. Esa jornada laboral, no hay Dios que pueda con ella. Y lo de Afrodita... se veía venir, tan sola ella... ja, ja, ja...
ResponderEliminarMuy original e ingenioso, Plácido.
Besos.
Malu.
Y el calor que pasa el pobre, todo el día al lado del fuego. Un dios trabajando en unas condiciones infrahumanas. ¡Zeus, cómo está el Olimpo!
ResponderEliminarMuy buen relato, Plácido.
Al leer tu microcuento, me he ido directamente al cuadro de Velázquez, La fragua de Vulcano, en el que nuestro mejor pintor capta el momento en el que Apolo –él sí con los atributos de un dios- le dice a Vulcano que su esposa Venus le está haciendo cornudo con el dios de la guerra, Marte, para quien, para más inri, él está haciendo una armadura.
ResponderEliminarAsí el pobre Vulcano, o Hefesto, tiene motivos más que suficientes para poner el grito en el cielo o en el monte Olimpo, pues la caradura del resto de los dioses resulta clamorosa.
Pero Vulcano se vengaría más tarde atrapando a los amantes en una red irrompible y exponiéndoles al escarnio del resto de los dioses, con lo cual, avergonzados, tuvieron que separarse.
Y su venganza no acabó ahí, pues luego la pagarían los descendientes de la ilícita unión de Marte y Venus, tanto su hija Harmonía –a la que, el día de su boda le regaló un collar que sería el causante de multitud de desgracias- como los hijos que Harmonía tuvo con Cadmo. Ya de paso recomiendo el excelente libro del genial Roberto Calasso Las bodas de Cadmo y Harmonía.
Por tanto, como suele decirse, la historia no es como empieza sino como termina, y Vulcano, que sin duda rumiaría su venganza mientras daba martillazos en la fragua, fue de lo más astuto y cruel a ese respecto.
Enhorabuena por este microcuento desmitificador, Plácido, un abrazo.
¿Dónde está el sindicato de Dioses cuando se le necesita?
ResponderEliminarBuena historia, Plácido. Saludos cordiales.