Recursos
De pequeño siempre lloraba cuando me tiraba por el tobogán, luego dejaba de hacerlo hasta que volvía motu proprio a lanzarme. Mis padres no lo entendían y siempre me preguntaban el porqué con verdadera preocupación.
Sé que hablaron con alguien y dejaron de interesarse por el asunto. Siguieron discutiendo acaloradamente.
Sé que hablaron con alguien y dejaron de interesarse por el asunto. Siguieron discutiendo acaloradamente.
Los niños son sabios bajitos que se dan cuenta de todo y tienen sus propios recursos, uno de ellos, bastante efectivo, es el llanto; aunque ni siquiera estos fenómenos, utilizando sus armas más poderosas, tienen poder para arreglarlo todo.
ResponderEliminarUn relato que cuenta mucho sin decirlo. Muy bueno, Javier.
Un abrazo
Has removido algo dentro de mí, Javier. Hace mucho tiempo que no me lanzo por un tobogán y, aunque no vaya a llorar, seguro que sigue siendo el mejor de los recursos.
ResponderEliminarJavier, tu protagonista tendrá que buscar otro recurso para lograr llamar la atención de sus padres. A lo si se tira de cabeza por el tobogán lo consigue.
ResponderEliminarBuen relato, Javier.
Un abrazo.
Javier, los niños son pequeños pero no tontos y siempre encuentran la manera de llamar la atención de sus padres, lo más recurrente es el llanto. En este caso, intenta que sus padres no discutan, pero parece ser que no ha funcionado. Me parece que sus padres necesitan ayuda, con su llanto no es suficiente...
ResponderEliminarBuen relato.
Besos.
La mayor desazón para un niño debe ser apreciar la falta de amor entre sus padres, de ahí que recurran a sus armas naturales, llanto o risa, para intentar revertir la situación. Para ellos el mundo de los afectos es vital. Si ellos no se quieren ¿cómo podrán quererlo a él?, debe pensar.
ResponderEliminarMe ha recordado la película "Nuestro último verano en Escocia", que aborda este mismo tema desde el humor.
La última frase es un estupendo colofón para redondear el micro y reiniciar el ciclo de la exasperante situación. Saludos, Javier.
Recursos que, ante la ceguera de unos padres egoístas, nunca darán resultado. Buen micro, Javier, felicidades. Un beso.
ResponderEliminarEs una historia de reacciones humanas y cotidianas. Y no solamente humanas. Tuve una perrita cocker que con apenas un año, en mitad de una pequeña (de verdad pequeña aunque quizás tensa) discusión, saltó al sofá entre ambos y se puso a saltar y lamernos la cara. No le gustaban las discusiones.
ResponderEliminarBuen relato, en el que cuentas mucho sin decirlo.
Un fuerte abrazo
Parece que ese alguien con el que hablaron los padres les hizo comprender que no tenían que utilizar la excusa del niño para discutir. Saludos, Javier
ResponderEliminarExcelente relato, Javier. Tiene todo lo que, a mi juicio, convierte un micro en una obra maestra. Una historia que trasciende, que causa emoción, un final inesperado pero acorde con el resto del relato, y en este caso, con la guinda extra de un título que no avanza el contenido del texto, pero que resulta imprescindible para su completa comprensión.
ResponderEliminarPara mí, un 10.
Saludos cordiales.
Javier, te estás convirtiendo, para mí, en uno de mis autores de culto. Ya no solo en este rincón cincuentista, sino en otros en los que coincidimos y no tengo tiempo para comentarte.
ResponderEliminarUn micro genial, contando una historia que se repite, desde un punto de vista que tan solo es capaz de ver un genio como tú.
Me encanta.
Un abrazo.
Pablo.
Gran trabajo de un maestro microrrelatista. Ni falta ni sobra nada, ni se puede leer con indiferencia, porque te agarra con sutileza.
ResponderEliminarEnhorabuena, Javier. Suscribo todo lo bueno que ya te han dicho.
Un abrazo.
Los niños, tan sabios y tan inocentes. Basta con leer en sus ojos para entender todo.
ResponderEliminarMuy buen micro, que cuenta mucho diciendo lo justo y necesario. Enhorabuena.
Malu.
Recursos... fallidos, porque «alguien» les dijo a los padres que eso de llorar y tirarse por el tobogán era «cosa de niños». Y era verdad, pero también era la única oportunidad de que ellos se preocuparan por algo y no discutieran entre sí. Se ve que el consejo psicopedagógico no sirvió más que para ahondar en unas heridas ya presentes.
ResponderEliminarDices, Javier, mucho de las relaciones humanas en dos párrafos y con las preceptivas cincuenta palabras.
Buena historia y buen cincuenta. Enhorabuena.
Saludos.
Gracias a todos por tan amables comentarios y perdón por no entrar a cada uno de ellos.
ResponderEliminarMuchos abrazos