El ordenado
Amanece. Voy a la cocina, lleno la pava con agua, hasta que siento el peso acostumbrado. Prendo la hornalla con el chispero y preparo la calabaza con la yerba mate. Salgo al patio y siento el calor del sol sobre mi cara. Tropiezo. ¡Otra vez, cambiaron la silla de lugar!
Narras el deambular cotidiano de una persona invidente, algo de lo que nos damos cuenta al final, aunque en ningún momento lo dices expresamente, y ahí creo que puede radicar el mérito principal de este relato. Resulta admirable la superación que supone suplir una carencia con otras cosas, en este caso, el orden, que al romperse tiene, como todo, consecuencias.
ResponderEliminarUn saludo, Yolanda
Gracias por este comentario y el de los demás. Es un relato basto, rústico, en cuanto a la luz, pero pudieron ver al personaje.
EliminarYolanda, tus últimas frases nos hacen tropezar y en nuestro caso descubrir la ceguera que padece tu protagonista. Nos has dejado pistas durante todo el relato, como cuando dices "siento el peso acostumbrado", genial.
ResponderEliminarBuen relato, Yolanda, me ha gustado.
Un saludo.
Qué sutil, Yolanda. He sentido lo contrario de lo que describes: después de leer con una venda en los ojos, se me ha caído de golpe.
ResponderEliminarAplausos.
Yolanda, a lo largo de tu relato nos has dejado pistas sobre la ceguera del protagonista, pero no ha sido hasta el final cuando nos hemos dado de bruces con su problema.
ResponderEliminarMuy buen micro.
Besos.
Muy bueno, Yolanda. Enseñar un poquito y que el lector tenga que pensar para descifrar el relato, un recurso que siempre da buen resultado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen relato, Yolanda. No haces ninguna alusión clara a la ceguera y, sin embargo, está todo el texto girando entorno a ella. Felicidades por tu maestría.
ResponderEliminarUn abrazo.
En cuanto terminé de leerlo, pude ver las cosas claras. Buen trabajo Yolabda, seguro tu protagonista mira mejor cada detalle que uno mismo. Saludos.
ResponderEliminarNos has acercado con acierto y sin sensiblerías al mundo cotidiano de un invidente; y, paradojas de la literatura, hemos podido "ver" las peripecias del protagonista.
ResponderEliminarBien contado, Yolanda.
Saludos cordiales.
Una cotidianidad que se rige por el mapa interiorizado de las cosas en su lugar, necesita del orden como premisa necesaria para un normal funcionamiento. Un simple desplazamiento de los objetos cotidianos pueden suponer un serio obstáculo a quien no puede ver.
ResponderEliminarAjustado y sereno, me ha parecido, Yolanda. Saludos.
Además de con todo lo que te han comentado por ahí arriba, me has hecho disfrutar con la sonoridad de algunas de la hermosas palabras que usas y que no estoy, o estamos, acostumbrado a escuchar: pava, hornalla, chispero... Suerte, Yolanda. Un saludo.
ResponderEliminarLa verdad es que yo me siento así por las mañanas. Para no despertar a nadie no enciendo la luz y a veces sólo consigo despertar a todo el mundo porque me encuentro algo fuera de lugar.
ResponderEliminarSaludos, Yolanda
Nos has ido guiando para seguir los pasos de un invidente. Y aunque parezca una paradoja, te diré que tu relato es muy visual.
ResponderEliminarEnhorabuena, Yolanda.
Malu.
Nos mantienes oculto quién protagoniza tu cincuenta, Yolanda, pero nos vas dando puntadas para que vayamos comprendiendo de quien se trata. El título, muy acorde, porque para él es fundamental saber dónde se encuentran las cosas, ya que su invidencia exige que todo esté en su correcto orden. Así es cómo evita los percances hogareños.
ResponderEliminarMe ha gustado. Enhorabuena.
Un saludo.
Tu protagonista parece no tener más remedio que ser ordenado.
ResponderEliminarMe encanta el modo, la dulce manera en que lo cuentas, así cómo tu capacidad para significar algo sin decirlo.
Enhorabuena, Yolanda.
Saludos