Desmontando la tienda de campaña
—Bésame, cómeme entera.
¡Ni me lo creía! Le comí los labios, las axilas.
—Trini, qué buena estás.
Los pechos de pera, los pezones color trigo, duros como timbres de castillos, el ombliguito, el pubis que asomaba...
—¡Niño, levántate ya, que son las siete. Llegas tarde al instituto!
Mierda, mierda, mierda...
¡Ni me lo creía! Le comí los labios, las axilas.
—Trini, qué buena estás.
Los pechos de pera, los pezones color trigo, duros como timbres de castillos, el ombliguito, el pubis que asomaba...
—¡Niño, levántate ya, que son las siete. Llegas tarde al instituto!
Mierda, mierda, mierda...
Nos levantamos calentitos, qué bueno. Fresco como un prado de hierba salpicado de rocío, tu relato nos mete de lleno en el sueño adolescente, en la revolución hormonal por excelencia.¡Casi na! Lástima del despertar.
ResponderEliminarGoloso, Dipandra. Salut.
No lo puedo decir mejor que Manuel. Un relato valiente, además de hormonal y adolescente. Los sueños sueños son, sean del tipo que sean.
ResponderEliminarUn saludo
Que mal sabor de boca Dipandra Jajaja. Pobre chaval, con lo que cuesta desmontar la tienda de campaña el último día de festival, con el calor, el cansancio de la fiesta... Lo mal que enrollan, piqueta para aquí, piqueta para allá...
ResponderEliminarAsí no, Dipandra, así nooo... Jajaja
Ahora en serio, me ha gustado tu relato es fresco, juvenil... y con las hormonas revolucionado.
Un abrazo.
Relato transgresor, pero bienvenido también, porque habla de u comportamiento bien humano...y también de sueños.
ResponderEliminarSaludos cordiales, Dipandra.
EL gozo onírico y momentáneo que se cae, irremisiblemente, en el pozo de la realidad y la obligación. Pobre chaval. Suerte y saludos, Dipandra.
ResponderEliminarY los sueños sueños son.
ResponderEliminarEn la descripción corporal, me han encantado los símiles que has utilizado.
Mucha suerte y un besito virtual, Dipandra
Ya se sabe que los adolescentes son sacos de hormonas. Este lo tiene todo, el saco y la tienda de campaña. Y una madre inoportuna que lo devuelve a la relidad.
ResponderEliminarUn abrazo, Dipandra.
Y yo que me estaba imaginando, aunque hace días que no quiero ir al instituto. Que buen relato, prefiero a Trini.
ResponderEliminarLos adultos siempre fastidiando, jajaja. Muy bueno tu micro, Dipandra, lleno de explosión hormonal.
ResponderEliminarBesos.
Lástima ese despertar.
ResponderEliminar¡Un muy ardiente sueño, frustrado por la voz materna! Y encima hay que ir al instituto... Así me explico ese acertado «trifinal» tan elocuente. Sobre el título, un toque de humor que define magníficamente la historia que nos cuentas, Dipandra, en tu cincuenta.
ResponderEliminarMe ha gustado (supongo que al «niño» mucho más). Enhorabuena y nos seguimos leyendo. Un placer leerte.
Un abrazo.
Ay... lo bueno siempre se acaba pronto.
ResponderEliminarPobre adolescente.
Un beso Dipandra.
Malu.
Qué malvada es Afrodita que empieza a torturarnos a tan tempranas edades, que no nos deja en paz ni siquiera en sueños, que nos mete el caramelo en la boca y luego nos lo quita...
ResponderEliminarY encima, como decía Gila en uno de sus monólogos respecto a un muerto, el pobre chico se tiene que pegar un madrugón, porque, para esas tiernas edades levantarse a las siete es un calvario.
Así que frustrado, roto su sueño, tendrá que meterse el desayuno atragantándose, e ir a la escuela a pasar otra aburrida mañana en la que, quizá, esa ninfa que ha perturbado sus sueños siga aún rondándole por el magín.
Así que lo que para nosotros es motivo de complaciente sonrisa, para el pobre chico es una enorme frustración. Lo malo es que la diosa seguirá importunándole y, a lo largo de su vida, a nada que se le tuerzan las cosas, le puede quedar aún mucho que sufrir, hasta el punto de que pueda llegar a decir aquello de Góngora: Déjame en paz, Amor tirano.
Un abrazo, Dipandra.