La muerte del poeta
Diecisiete semanas y tres días sin escribir una sola línea.
La primera luz de la mañana iluminó el cuerpo lleno de vida que descansaba a su lado. Paz, por fin. Por primera vez sentía que todo encajaba.
El lunes llamaría para aceptar el trabajo en el almacén de su hermano.
La primera luz de la mañana iluminó el cuerpo lleno de vida que descansaba a su lado. Paz, por fin. Por primera vez sentía que todo encajaba.
El lunes llamaría para aceptar el trabajo en el almacén de su hermano.
Cuatro meses es mucho tiempo sin escribir, quizá demasiado para las pretensiones de ese poeta que vive dentro del personaje. Si hace bien o no al tirar la toalla y dejar que su inquilino se dedique a asuntos más prácticos, eso nunca lo sabremos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato, Ignatius. Elegantemente descrito.
Enhorabuena y Saludos.
Decía P.D. James que cualquier trabajo puede servir de inspiración para un escritor. Así que, después de todo, quizá el poeta no haya muerto.
ResponderEliminarUn buen micro. Saludos, Ignatius
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSi de verdad es poeta, sabrá sacar la vena idem, de esta nueva experiencia laboral. Todo tiene su encanto, aunque esté muy escondido.
ResponderEliminarSuerte Ignatius y un saludo virtual
Ese poeta no puede morir.Quedará en su interior el germen de sus versos y florecerán en las circunstancias más anodinas o más adversas en las que le toque vivir.
ResponderEliminarO no era un verdadero poeta...
Un abrazo, Ignatius.
Un poeta nunca muere, ni siquiera después de muerto (cuando ya no tiene latido).
ResponderEliminarPero tiene que vivir, subsistir y no le queda otra que aceptar un trabajo que no le gusta.
La poesía saldrá tarde o temprano, estoy convencida.
Enhorabuena, Ignatius.
Malu.