La soledad (III)
Invitaba al teatro, planificaba los fines de semana, organizaba fiestas, mezclaba grupos de amigos, ayudaba a encontrar trabajo... Hasta que un día se cansó de tirar del carro. Esperó un fin de semana, otro, otro y otro y nunca sonó el teléfono. Solo quedó una amistad, que le pidió dinero.
Comprar la compañía presente es cavar más profundo el agujero de la soledad futura. El dinero no la consigue, la protituye, y la desolación final puede ser tan brutal como refleja esa última frase de forma magistral.
ResponderEliminarUn relato que refleja muy bien que la voluntad de compartir no se puede comprar con dinero.
Un abrazo, Iñaki.
Triste, un poco desgarrador... cala hondo esa profunda soledad. Buen relato.
ResponderEliminarSaber distinguir a los verdaderos amigos requiere sensatez y experiencia. Tu protagonista no ha tenido la suerte de encontrar la verdadera amistad, siempre rodeado de personas interesadas. Su soledad es de las más tristes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Iñaki.
¡Qué triste cuando una amistad es solo por interés!
ResponderEliminarMuy bueno, Iñaki.
Malu.
No le quedó ninguna amistad, es obvio. Tan solo se quedó con su propia soledad.
ResponderEliminarMuy bueno, Iñaki.
Saludos.
Pablo
Conocidos hay muchos pero amigos, sobran dedos de una mano. Lo has reflejado con impiedad y mucho realismo.
ResponderEliminarSuerte y un besito virtual.
Que gran verdad, y que tipo de Soledad tan inmerecida... Desolador.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Menudo final! Me parece que pronto va a perder a su único amigo.
ResponderEliminarUn buen micro.
Saludos, Iñaki
Peliaguda la arista que nos presenta de la amistad social. En la hoguera de las vanidades, poco más que un fuego fatuo es el amigo. Saludos, Iñaki.
ResponderEliminarQué gran verdad!
ResponderEliminarEse tipo de amistades interesadas no merecen el título de amigos. En ese plan de pedir dinero por interés, mejor sólo que mal acompañado.
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