Lágrimas de medio siglo
Y pensar que yo la consolaba cuando lloraba en el patio al caer:
—Sana, sanita y... ¡abrazo gaaande!
Hace 50 años. Rememoro esos instantes mientras avanzo con bastón por la alfombra. Ella aguarda en la tarima. No merezco este gran honor: ¡entregarle el Nobel!
—¡Abrazo gaaande! —dice mientras me consuela.
—Sana, sanita y... ¡abrazo gaaande!
Hace 50 años. Rememoro esos instantes mientras avanzo con bastón por la alfombra. Ella aguarda en la tarima. No merezco este gran honor: ¡entregarle el Nobel!
—¡Abrazo gaaande! —dice mientras me consuela.
Como siempre, tus palabras son pero sentimiento, Enrique. Emociona esa historia de humildad y humanidad entre el eterno profesor y la eterna alumna. Entre eternos amigos.
ResponderEliminarPrecioso.
Un abrazo.
Pablo
Muchas gracias, Pablo. No escatimemos en soñar. Solamente imaginarme la situación de que después de tantos años se acuerden del profesor, me hace sentirme feliz y ver cómo los profesores pueden tener una influencia decisiva en el devenir de Sus Niños.
EliminarUn abrazo.
Enrique
En los tiempos que corren, en demasiadas ocasiones, cuesta encontrar personas que hagan de su profesión un estandarte. Tú, con la humanidad que te caracteriza, me has hecho reencontrarme, con este hermoso relato, en algún lugar de mi infancia y en un presente que hoy ya me abraza. Será pasión de padre, dirán pero, querido hijo, estoy muy orgulloso de tí.
EliminarEnrique, el mayor orgullo para un profesor debe de ser que sus alumnos lleguen muy lejos en la vida y sobre todo que siempre se acuerden de él.
ResponderEliminarBonito micro, donde la alumna después de 50 años le demuestra, en la cumbre de su carrera, su agradecimiento al viejo profesor.
Buen micro.
Besos.
Sin duda, Pilar. Ese es un orgullo que da sentido a la profesión. Poder disfrutar de todos sus éxitos personales y profesionales es sencillamente felicidad.
EliminarBesos.
Enrique
Conmueve tu historia, Enrique. Muy lograda.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Gracias, María Jesús. Me alegro de que te haya conmovido.
EliminarUn saludo.
Enrique
Enrique, no soy quien para hacerlo, pero me atrevo a sugerirte una cosa: reúne este relato y otros escritos bajo semejante prisma, humanos, tiernos, reales, y recógelos en un libro. No soy maestro, pero sí tengo hijos. Creo que puedo decir que tus letras son un ejemplo de motivación para la comunidad educativa, que tanto precisa de vocación e ilusión por lo que hace, algo de lo que se benefician los más pequeños, simiente de futuro.
ResponderEliminarEste relato lo tiene todo: cala en el corazón, cierra un círculo y justifica una vida, es un monumento al agradecimiento, algo que tanto nos cuesta a veces.
Un abrazo, Enrique
Te agradezco tu comentario y tu sugerencia, Ángel. Me has abrumado al leerla; recopilar los escritos algún día en un libro sería un sueño a nivel personal. De momento, puedo decir que disfruto escribiendo y me inspira mucho pensar que he encontrado mi sitio en la vida.
EliminarUn abrazo y mil gracias, Ángel.
Sabes en qué rincón guardan las palabras la humanidad de las cosas, Enrique. Con una suave destilación en cada frase, nos dejas un relato vibrante que habla de lo esencial, de esos pequeños detalles que componen lo que merece la pena recordar.
ResponderEliminarMe ha encantado, compañero.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Antonio. Son, efectivamente, esos pequeños detalles con lo que al final nos quedamos, ya no solo de nuestra profesión, sino de la vida misma.
EliminarUn abrazo.
Enrique
Un buen maestro nos marca de por vida y se alegra con nuestros logros que de alguna forma llevan su impronta. Tu emotiva historia es una forma perfecta de destacarlo.
ResponderEliminarEnhorabuena, Enrique.
Un abrazo.
Ver cómo crecen nuestros niños, nos hace querer aplaudirles. Como decía Miliki: "Esto va dedicado a mis niños de 30 años..." La enseñanza no termina cuando reciben su certificado académico.
EliminarUn abrazo.
Entrañable micro. Saludos, Enrique
ResponderEliminarGracias, Plácido, por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Enrique
¡Qué maravilla de relato!
ResponderEliminarMe ha recordado a un cuento de tradición oral que contaba mi abuelo, que luego contaba mi padre, que quizás cuente yo...
Es un cincuenta que llega, Enrique
Mucha suerte
Besicos
Te agradezco mucho tu comentario, Cabopá. Espero poder escuchar algún día ese cuento.
EliminarBesos.
Enrique
Cincuenta años condensados en cincuenta palabras rebosantes de emoción y ternura. Precioso, Enrique. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Juana.
EliminarSiempre cargadas de energía positiva.
Un abrazo.
Enrique
Hermosa historia donde la alumna, cerrando ese círculo maravilloso que a veces es la vida, responde al apoyo y enseñanzas recibidas. La emoción de compartir con su maestro, uno de los momentos más importantes de su vida quede reflejado perfectamente en tu relato. Muy tierno y bonito.
ResponderEliminarQué bonito sería poder sentir que los alumnos se acuerdan de uno después de tantos años. Un inmenso honor.
EliminarGracias, Smokey por tus palabras.
Un abrazo.
Qué hermoso! Cuantos sentimentos caben ahí. Una vida entera y ese reconocimiento compartido con el viejo profesor.
ResponderEliminarPrecioso.
Gracias por tus palabras, Galilea. Aquel viejo profesor estoy seguro de que, aunque le cueste caminar por aquella alfombra, lleva una sonrisa de oreja a oreja por el éxito de su alumna.
EliminarUn beso.
Enrique
No hay mayor recompensa para un profesor que ver crecer y brillar a sus alumnos, pues ese ha sido el objetivo de lo que pudo aportar con su trabajo y su dedicación. En tu micro homenajeas la figura del maestro entregado, tierno, humano, y la de la alumna que llega muy lejos y nunca olvida al viejo profesor.
ResponderEliminarAlbert Camus también quiso agradecer el Nobel a su primer maestro, en el paupérrimo Argel de su infancia, que creyó en él y convenció a su familia para que le diesen la oportunidad de estudiar.
Pienso, como Ángel, que tus relatos sobre la enseñanza forman un corpus digno de publicación para deleite de docentes y padres.
Un fuerte abrazo, Enrique.
Muy cierto: no hay mayor recompensa para un profesor que ver crecer y brillar a sus alumnos, tal cual. He intentado homenajear la figura de la alumna que llegará muy lejos en cada meta que se proponga como lo ha hecho hasta ahora.
EliminarMuchas gracias, Carmen.
Un fuerte abrazo.
Enrique
Como ha recordado Carmen, cuando Albert Camus ganó el Premio Nobel de Literatura, no sólo le dedicó su discurso de agradecimiento del premio a su viejo profesor, además, a los pocos días, le escribió una carta en la que le decía que al recibir el premio había pensado primero en su madre y después en él.
ResponderEliminarA mí esa anécdota me emociona mucho, pues, como dice el dicho, de desagradecidos está el mundo lleno, gente que no sabe reconocer nada, que, a veces, son hasta incapaces de reconocer a sus padres los sacrificios y esfuerzos que han hecho por ellos, como si todos estuviesen en este mundo para agasajarlos.
Y ya que estoy de dichos, aquí va otro: De bien nacidos es ser agradecidos. Y la gente bondadosa, la que no olvida, la que reconoce las cosas, es la imprescindible, por recordar una frase de Bertolt Brecht
Aquel profesor de Camus que se llamaba Louis Germain le ayudó en sus estudios y convenció a la abuela del novelista francés para que le dejase continuar sus estudios, en vez de ponerlo a trabajar como era su idea.
Así que tu microcuento, en el que la vieja profesora o profesor, entrega el Premio Nobel a una antigua alumna con quien fue especialmente tierna, me ha recordado esta otra historia del autor de El extranjero.
Y has sabido captar muy bien esa huella que dejaron una en otra, pues, pasados cincuenta años, esa frase de consuelo está viva en ambas mentes.
Entrañable y gran historia, tocayo, mi enhorabuena. Un abrazo.
Enrique, te agradezco tu comentario. Estoy seguro de que Louis Germain pudo vibrar de emoción con esa dedicatoria. Ya no porque se tratase de un Premio Nobel, sino del detalle de Camus de acordarse de él. El hecho de que en un rinconcito del corazón de Camus anidase aquel profesor de su infancia es un regalo en sí mismo.
ResponderEliminarMe conformo con saber que son felices y que se cumplen sus sueños; lo demás, que sea lo que libremente tenga que ser.
¡Querido Enrique, me emocionan tus micros, este especialmente!
ResponderEliminarTengo la gran suerte de conocerte como persona y como docente por haber sido profesor de mis hijas y ellas, como todos tus alumnos, tienen la grandísima suerte de haber aprendido contigo no solamente matemáticas o lengua, sino también muchísimos valores que les has inculcado.
Siempre estaremos en deuda contigo, por eso, gracias infinitas por ser y estar. Estoy convencida de que tus alumnos te llevarán siempre en el corazón.
Malu.
El privilegio y la suerte han sido míos: felicidades por los grandes valores que habéis inculcado desde casa. Habéis conseguido que enseñar sea una inspiración. Con vuestro modo de ser y, por extensión, de vuestras hijas, conseguís que más que profesor, uno se sienta como parte de la familia.
EliminarHay me sueño, de viejecito, disfrutando de cada uno de sus éxitos presentes y futuros. Compartiendo cada pequeño paso.
Como ya sabes, este micro lleva la dedicatoria especial a esa gran familia que formáis. Habéis labrado una ilusión en vuestras hijas y en mí, contribuyendo a titular esta parte de mi vida como FELICIDAD. Como decía el ya fallecido Andrés Montés: "Porque la vida puede ser maravillosa".
Enrique
Perdón. *Ahí
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