Hecha la ley
De regreso, después de años guerreando por Tierra Santa, toca localizar, entre cien alforjas, la llave garantía de su honra. La dama, por ganar tiempo, extrae una horquilla de su peinado y, con una sola mano, la manipula convenientemente para ofrecérsela a su caballero: ¿y si probáis con esta ganzúa?
Me ha encantado cómo cuentas esta historia de honras entre presuntas damas y engañados caballeros. Ironía en estado puro. Un abrazo, Rafa.
ResponderEliminarHola, Pepe. Hay temas que trascienden cualquier época y precaución antinatural.
EliminarGracias y un abrazo.
Hola, Rafael.
ResponderEliminarTexto redondo el tuyo. Desde el título que abre y de qué modo el apetito lector hasta el desenvolvimiento de la peripecia y el cierre. Una mano femenina a tiempo lo soluciona todo. Una mano cansada de acariciar a otros y tal y tal que quiere ahora pasar por honrada y enamoradísima. Lo que digo, genial.
Fue un placer de los grandes poder departir contigo, a poquitos, pero departir, en la quedada. De veras que te admiro mogollón. Eres modélico. Nadie como tú con un palmarés microrrelateril, en el orden cuantitativo como en el cualitativo, tan extenso e intenso a la vez. Un abrazo muy muy prieto.
Eduardo, tus comentarios siempre exuberantes no dejan de abrumarme. Solo admito que disfruto escribiendo y con el regalo que ello me proporciona conociendo gente como tú. También disfruté mucho en la quedada con tu conversación.
EliminarAbrazo bien prieto.
¡Vaya con la dama!...Pues muy bien, si la mujer así lo había decidido. Es posible, además, que el caballero no llegue a sospechar de ella, quedándose la cosa en un mero: "muchas gracias, amada mía, no sé dónde tengo la cabeza últimamente..."...jejeje
ResponderEliminarGran relato, tocayo...
Un saludo
Hola, tocayo. Una dama capaz de resolver cualquier incidencia que se presente. De esta guisa, bien tranquilo puede marchar el caballero por esos mundos de Dios.
EliminarGracias y un abrazo.
!Bien!, no sé qué pensar, si ella es más lista de lo que parece y él muy ingenuo. Muy bueno. Un beso.
ResponderEliminarAl menos tenemos claro que ella goza de una gran habilidad en sus manos.
EliminarGracias, Maite.
Un beso.
La rápida reacción y la habilidad de esta mujer con la horquilla es bastante sospechosa, aunque igual se trata de una esposa fiel y lo que imaginamos es culpa de los lectores, que somos mal pensados.
ResponderEliminarOtra buena muestra de tu humor agudo.
Un abrazo, Rafa
Una dama capaz de no genérale ningún disgusto a su caballero. Modélica, vamos.
EliminarUn fuerte abrazo, Ángel.
Creo que queda pendiente escribir una historia de la estupidez humana, aunque tendría tantos volúmenes que quizá diese más trabajo que la famosa Enciclopedia francesa de Diderot, D’Alambert y compañía.
ResponderEliminarSi detrás de tantas aberraciones y estulticias no estuviesen tantas desgracias y matanzas era como para estar riéndose a mandíbula batiente durante horas de las tonterías que hacemos los seres humanos en la vida, de cómo desperdiciamos el tiempo y nos inventamos jaulas para meternos en ellas e impedirnos sacarle el mayor jugo posible a estos cuatro días, al fin y al cabo, aunque ahora sea mayor la esperanza de vida que en la época de las Cruzadas.
En tu microcuento has sabido ver con ironía y lucidez uno de esos vericuetos de necedad en los que se perdieron nuestros antepasados –nuestra época, por supuesto, tiene los suyos- con las cuestiones de la honra, con los cinturones de castidad y con esas ideas absurdas sobre las relaciones sentimentales y eróticas, las cuales llegaban al delirio absoluto debido a la preponderancia de la religión.
Ya de entrada, eso de guerrear en Tierra Santa suena a oxímoron, pues se supone que en tales lugares se debería buscar la más elevada espiritualidad en vez de ir a escabechar a los enemigos.
En fin, a siglos pasados a uno se le escapa una carcajada al imaginar la escena que describes propia del Decamerón, que ya en esa época había individuos lúcidos capaces de burlarse de tanto desatino, aunque, a veces, se jugasen hasta la vida al poner en evidencia la mentecatez y el fanatismo reinantes.
Un soplo de aire fresco este microcuento tuyo, Rafa. Un abrazo y decirte que me encantó conocerte.
Un tratado sobre la estulticia daría para muchos muchos y gruesos tomos. No en vano constituye un atributo exclusivo del género humano. En la Edad Media una muestra pudieron ser los cinturones de castidad y ahora lo serían los cohetes de ojiva nuclear. Qué le vamos a hacer, somos así y no tenemos remedio. Menos mal que nuestros encuentros microrrelatistas parece que nos reconcilian algo con la vida.
EliminarUn placer haberte conocido.
Abrazos.
Hecha la ley...nos callamos porque no podemos hacer más. Auqnque para que cayeran en la ley y se olvidaran de la trampa podían ahcer relatos como este.
ResponderEliminarUn abrazo maerstro. Gracias
Siempre las leyes van por detrás de la realidad a la que no se puede enjaular, ni con un casto cinturón.
EliminarGracias, José María.
Un abrazo.
No hay viaje sin alforjas ni virtud sin ganzúa. Vuestra merced maneja con soltura la ironía a la que no se le resiste la cerradura de sonrisa alguna.
ResponderEliminarVictoriosa la cruzada de este mes, amigo Rafa, pues aúna originalidad, ingenio y buena escritura; la santisima trinadad de los relatos.
Un abrazo.
Abrumado por tanta virtud que atribuyes al relato, mucho mayor que la de la más casta de las damas medievales,
EliminarGracias, Antonio, abrazos.
Si es que ya lo dice el refrán: "antes se coge a un mentiroso que a un cojo". La tontería de guardar la honra con siete llaves que se abren con una simple horquilla.
ResponderEliminarMuy bueno, Rafa. Besos.
Y es que pretender poner puertas al campo no pasa de ser un intento vano.
EliminarGracias, Olga.
Un beso.
La verdad siempre es revelada, La señora tuvo un pequeño lapsus o sabe que el marido no había oído eso de “hacer el amor, no la guerra”. Excelente Rafa, un micro con el toque hurmoristico, pero con mucha profundidad.
ResponderEliminarSaludos.
Sin duda a la dama se le daban bien las manualidades, y quién sabe qué más habilidades, y tanto tiempo sola daba para llegar a ser una virtuosa del tema. O no.
EliminarGracias, Beto.
Ja, ja, ja... hecha la ley, hecha la trampa.
ResponderEliminarComo siempre, Rafa, tu ingenio y tu maestría hacen que tus textos sean únicos.
Enhorabuena.
Malu.
Ni ingenio ni maestría, solo observancia de la estulticia del hombre y de la inteligencia de la mujer. Eso da equilibrio a la vida, para bien.
EliminarGracias, Malu.
Un beso.
Eres la leche, padrino.
ResponderEliminarNo te digo más. Ya sabes.
Abrazaco.
Dado el tema acordaremos que se trata de la "en polvo", en brick con abrefácil.
ResponderEliminarAbrazote, ahijado.
Pues ya ves, la intención de ella era buena, y seguro que mientras él estuvo por ahí tampoco hizo ningún ningún daño a nadie. Una santa, vamos.
ResponderEliminarMuy bueno, Rafa.
Enhorabuena y un abrazo.
Una dama muy colaboradora, sin duda, dispuesta siempre a facilitar las cosas a cualquiera, cuánto más a su caballero.
EliminarGracias, Enrique.
Un abrazo.
Creo que los dos son expertos en conquistas. Cada uno en su especialidad. Muy ingenioso y divertido, Rafa.
ResponderEliminarFue un placer conocerte. Un abrazo.
Hola, Juana. Celebro que te guste. Lo mismo digo, siempre resulta grato poner cara y voz a quien admiras por sus letras,
EliminarUn abrazo.
Me admiro de la resolución de la dama. Tierra Santa queda muy lejos y el caballero bien puede no regresar jamás. Parece que algo de esto había en la Edad Media. El Arcipreste de Hita se hacía eco del ingenio femenino en la fábula de don Pitas Payas, pintor de Bretaña. Si no la recuerdas, léela. El humor y la ironía de tu relato podrían competir con el de Juan Ruiz. Y no es porque te aprecie, Rafa. Me ha divertido mucho el micro.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Una mujer capaz de adaptarse a las circunstancias de cada momento. Voy a buscar a ese tal Pitas, si lo recuerdas seguro que merece la pena.
EliminarGracias, Carmen.
Un beso fuerte.
Es que las damas conocen todas las llaves que abren su corazón, ja, ja, ja. Genial, Rafa. Un abrazo.
ResponderEliminarUna cerrajera del amor.
EliminarGracias, Salvador.
Abrazos.
Me caen lagrimones de la risa. Cincuenta no sería lo mismo sin ti. Gracias por tu oficio y por los buenos ratos que siempre nos regalas. Un beso fuerte, Rafa.
ResponderEliminarGracias, Inma, tus palabras y tu beso fuerte me obligan a seguir mientras aguantéis.
EliminarBesazos para ti.