La sordomuda
La niña con una bolsa de dulces notó que todas las personas, pávidas y acobardadas, miraban un cielo común. La voz de un Dios los amenazaba, ella no podía oír el mensaje apocalíptico, se asustó y entonces gritó antes de caer al abismo, en donde los condenados iban a parar.
Hola, Víctor Hugo.
ResponderEliminarCaramba con tu nombre. Oye, si eres nuevo (yo casi lo soy), mi bienvenida por delante. Y si no también, qué demonios. La sordera es una condena severa en vida. Pero gritó la niña, llegado al fin de sus días. Y al parecer el de todos. A buenas horas, mangas verdes, ¿verdad? Ese Dios ahí, en el cielo, crónico y desentendido, como me gusta decir, como no sea para resultar implacable e impío. Si existe de veras esperemos que tenga una buena disculpa. Otra que no consista en condenar a los infernales abismos. Me gusta tu propuesta. Haces honor a tu nombre, tan significativo y carismático para la literatura. Un abrazo.
Un micro el tuyo que ahonda en la figura divina y su poder de salvar o condenar a los hombres. Elegir como protagonista a una niña (con lo que de inocencia conlleva) y, además, sordomuda (no puede oir la voz de ese Dios, no puede hablar... y, sin embargo, ¡¡¡grita!!! ante ese apocalíptico final). Extraordinario el tema elegido y cómo lo has desarrollado. Felicitaciones sinceras, Victor Hugo.
ResponderEliminarSaludos felizmente enmudecidos, pues así quedo tras la lectura.
Ese grito, duele y siempre la eterna pregunta ¿por qué?. Un beso.
ResponderEliminarVa de vuelta otro.Gracias por leer!
EliminarCómo duele que sea una niña la protagonista de este relato apocalíptico. El milagro del grito, dada su condición, acentúa la tragedia.
ResponderEliminarEn cuanto a la voluntad divina, ¿quién puede saberlo?
Un abrazo, Víctor Hugo.
Muchas gracias! y si, la voluntad divina, también duele. Abrazo de vuelta.
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