Bum, bum
Los trágicos maquillajes apoderándose de la ciudad. Diabólicas pirotecnias y trepidaciones. Carros de combate escupiendo proyectiles como enloquecidos. Pajarracos de metal, soltando su lastre por las barrigas. Terror, carreras, escombros, cuerpos desmenuzados. Y el niño en la cuna, sin brazos que lo abracen, que sonríe en mitad de este microtristerrelato.
Eduardo, muestras, casi fotografías, en este como tu llamas "microtristerrelato", todo el horror de la guerra. Y que por desgracia vemos muy habitualmente en las noticias de la televisión y casi no le damos importancia, ya nos hemos hecho insensibles al horror.
ResponderEliminarUn relato que golpea y ojalá hiciese reaccionar a más de uno.
Muy tierno y a la vez triste tu párrafo final.
Enhorabuena, Eduardo.
Un abrazo.
Hola, Javier.
EliminarGracias por tu comentario. Ese monstruo grande que pisa fuerte. La guerra es la negación del hombre, la negación de las madres, que son las que dan la vida. Y esto es muy triste sin duda. "Los hombres hacemos la guerra, y la soportan mujeres y niños" o algo parecido dejo W. Churchill. Ojalá quien pueda evitar semejante escarnio lo lleve a efecto. Golpea el texto, sí, como la onomatopeya que encierra el título. Un abrazo grande.
No nos puede dejar indiferente este relato. Una trama de escenas bélicas que explicas sin concesiones . Y el efecto final del niño es un contrapunto perfecto. La definición microtristerrelato, una pasada... Felicidades y abrazos, Eduardo.
ResponderEliminarHola, Pepe.
EliminarGracias por tu comentario. Esa era la idea: remover las conciencias de los que originan una guerra. Todo ese horripilante escenario y sus consecuencias. El candor del niño como contrapunto, sí, para acentuar el efecto sobrecogedor. Y, sí, claro que sí, Pepe, es un muy microtristerrelato. La guerra es lo más triste y desolador que puede existir, peor que infinitos cólicos nefríticos; es la negación de la humanidad, de la vida, de la integridad física y anímica de los pueblos que la padecen. Sin concesiones.
En un comienzo siempre prevalece la inocencia. Lo malo es que crecemos.
ResponderEliminarUna cruda imagen de lo que fuimos y de lo que somos. Y sin visos de cambio.
Genial esa definición, la adaptaremos para futuros...microtristesrrelatos.
Un besazo Eduardo.
Hola, María.
EliminarGracias por tu comentario. Siento tener que darte la razón: no vamos a cambiar. Rousseau, qué cándido, ya sabes, sostenía que el hombre era bueno por naturaleza. ¿Un salvaje bueno o un buen salvaje? Pedazos de bestias son algunos, sin circunstancias atenuantes. Un escritor muy curioso, un tal Óscar Kiss Maerth, o como se escriba, en un libro muy curioso "El principio era el fin" define al hombre como el genial loco. Pues eso. Un beso inmenso para ti.
Una sucesión de imágenes dantescas, que dejan bien a las claras que el hombre es capaz de crear infiernos en un punto concreto, mientras los que habitan en el resto miran para otro lado. Ese pequeño, aún siendo como es, una víctima, también puede simbolizar la eterna esperanza de que, pese a todo la vida se abre paso, de que quizá algún día todo cambie para mejor, aunque difícil será, de ahí esa buena definición para subdividir al género, que creo va a tener éxito, algo me dice que no será la primera vez que la veamos y que vendrán otras con la misma raíz y diferentes terminaciones.
ResponderEliminarUn texto que golpea como un látigo de siete colas, que se corresponde con cada una de las siete frases que ahondan en la piel. Una ficción demasiado real y sin visos de ser historia pasada. Otro ejemplo de tu fuerza narrativa.
Un abrazo fuerte, Eduardo
Hola, Ángel.
ResponderEliminarTú sí que tienes fuerza, un millón de voltios en cada una de tus neuronas, por lo menos. Hoy escuchaba, nostálgico, música con mi hijo, con Edu: la isla de White, los hippies, su filosofía del amor, la paz y no la guerra. La esperanza es quizá, con el amor ya mencionado, la palabra más bonita. Y es más porque tú la dices tan a cuento, con esa lógica gramatical y poética, porque tú eres un poeta camuflado, con esa coherencia que inunda, que asola dulcemente el espíritu. Hacen falta muchos hombres como tú, activos y generosos, es preciso: humanos. Me has emocionado, amigo; me has emocionado mucho. Feliz día del padre, amigo mío, gran amigo, escritor brillantísimo y laureado y el mejor comentarista de textos conocido. Y no lo digo por este caso concreto. Ya he leído cientos de tus exégesis. Ni los glosadores del Corpus Iuris justinianeo tienen, para mí, tu honda finura. Eres ave capaz de anidar dentro de cada escritor. Creo que sabes lo que vamos a escribir incluso antes de hayamos puesto un solo dedo en el teclado. Tú si eres mucho. Bueno, pues agradecerte, Ángel, y con mucho gusto, las palabras que has derramado como si tal cosa. Brindo por ti y por todos los cincuentistas con un chupito de Chinchón dulce de la Alcoholera, palabras mayores. Un abrazo inmenso, Ángel querido.
En el fondo, Eduardo, en la sonrisa de ese niño se redime la misma humanidad que mata. Ojalá ninguna ciudad se maquillara en rojo sangre, verde tanque,o negro ametralladora. Se nota que escribiste con el corazón bombeando tinta. Y se agradece.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Paloma.
EliminarGracias por tu comentario. Te luces nuevamente con uno muy pero que muy literario, a tu altura. Me uno a ese ¡OJALÁ!. Ojalá no luciéramos más maquillaje que el blanco de la pureza y la paz, o el color natural de cada ser humano sin mayores aditamentos, los más y los menos baqueteados por la vida. Ojalá pusiéramos lucir esa sonrisa de continuo: una sonrisa inocente. Todo hombre lleva en su corazón un mundo nuevo y mejor. Y es posible, así lo creía Lennon, el gran genio de la música, en su inolvidable "Imagine". Y sí, claro que he escrito, tecleado con el corazón en la mano, lo hago casi siempre, pero mucho más acentuadamente con esta temática. El hombre es el único animal que mata en masa (bueno, los lobos y los zorros....también se las traen. A lo mejor también (aparte de esa redención que apuntas, y me encanta, sin ironía de por medio) el niño lleva en los genes los sonidos de la guerra y por eso sonríe sin temor al estruendo. Y es que hay lugares del mundo que, por desgracia, están siempre en guerra. Son países belicosos, bélicos por antonomasia. En fin... El mundo da una pena tantas veces...
Un beso inmenso, maestra y amiga mía.
Eduardo, la descripción que haces del escenario bélico adopta el ritmo trepidante del baleo cuando el fuego a discreción, acaso el de los chispazos de los propios detonadores. El título, genial: es la visión fiel de la cosa por parte del niño de la cuna. El último vocablo, una suerte de tríptico de significados apretados, hace que en vez de 52, el micro tenga las 50 preceptivas...
ResponderEliminarBromas aparte, Eduardo, mi enhorabuena!
Hola, Carmelo.
EliminarGracias por tu comentario. He pretendido del posible lector, de vosotros, una involucración total con el texto, como si estuvierais ahí. Por eso el título onomatopéyico y todo ese estruendo, la siniestra música de la guerra y su funesto maquillaje. El niño es un espectador sí, el contrapunto candoroso. Digamos que suaviza de alguna manera el microcuento y genera esperanza y redención. Y, claro, es un microtristerrelato, muy triste, tristísimo, más que amargo. La guerra es la peor de las lacras. Es preferible, hasta cierto punto, ceder, transigir, que guerrear, en mi humilde opinión. Esas guerras eternas... Una locura.
Un abrazo grande.
¡Bravo, Eduardo! Eres un creador nato. Tu prosa, en esta ocasión, con ese movimiento angustioso de la acción, te ha llevado a crear un neologísmo, ni más ni menos. ¡Qué gran palabra: microtristerrelato! Eres un genio. No he querido leer las opiniones que preceden a la mía. No lo necesito para constatar que has sido, eres y seguirás siendo un enorme escritor. Muchos se deberían dar cuenta de ello. Un gran abrazo, amigo.
ResponderEliminarHola, maría José, querídísima mía.
EliminarGracias por tu comentario. Necesito esos excesos que el cariño hace que prodigues hacia mi persona. Los necesito porque no escribo para mí, escribo para vosotros. Y verme reconocido por una enorme escritora, como lo eres tú, de las de raza, de las que abarca todos los espectros y panorámicas y que encima —es una bellísima persona—, y todo eso y más eres tú, me enaltece, me coma de orgullo y me hace sostener la brega con las letras, que no me resulta nada fácil. Lo de gran escritor, haciendo memoria, me suena a un catedrático que tuve de Historia del Derecho: no me ponía unas calificaciones altas pero siempre me decía que era un gran escritor. De cualquier manera, agradezco en lo que valen tus palabras, que significan mucho para mí, y a seguir tratando de darlo todo con humildad y responsabilidad. La guerra, me impone tanto que surgió ese término que parece que os gusta a todos.
Un beso de los grandes grandes y entrañables entrañables.
Un buen micro, la historia nos va llevando desde la primera palabra hasta la última. Muy bien tratado el tema y la sorpresa del final, un saludo.
ResponderEliminarHola, Luis.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y el elogio. Trato de esforzarme por vosotros, compañeros y compañeras, y no creas que me resulta fácil escribir. He tratado de meteros ahí, como si os encontrarais dentro de ese horror para más repudiarlo todavía; los sentidos, sobre todo el oído, están más que involucrados. El niño es la otra cara de la moneda, el candor, la inocencia, la esperanza, la redención de una humanidad errada en sus comportamientos. La guerra es lo peor de lo peor de lo peor.
Un abrazo grande.
El horror, y nada más que el horror de las guerras insensatas. Qué bien lo has plasmado Eduardo, llegas con tus palabras a describirlo tan bien que aplasta el corazón sensible de cualquier persona de bien. Y el final, el final es increíblemente tierno, con la imagen vívida del niño que espera en su cuna desamparado. Me ha gustado muchísimo. Un fuerte abrazo, amigo Eduardo.
ResponderEliminarHola, Carmen.
EliminarGracias por tu comentario. El horror de las guerras insensatas, qué bien lo has resumido, porque todas lo son: ninguna tiene fundamento. El objetivo era ese, llegar a los corazones sensibles como el tuyo de una manera aplastante, como si estuviéramos allí, dentro de semejante barbaridad. Y en efinal busqué el contraste abiertamente opuesto: el candor, la ternura del niño inocente y en total desamparo. A ver si no oímos hablar más de una guerra, que, insisto, es la negación de la humanidad.
Un beso grande.
Y ahora, vienes tú, mi niño Eduardo, con una lágrima de rabia entre los dientes para dejarnos atónitos de estrépito y dolor bajo esta artillería cebada de intereses que cerca la inocencia de ese niño último huérfano de abrazos y de amor.
ResponderEliminarFalta amor en el mundo. Sobran secuaces del poder, aplaudidores del mercado que justifica guerra por producción de armamento, indiferentes ocupados en nuestras labores, mientras el mal propiciado por el hombre está planeando la voladura del último puente que nos sujeta a la humanidad.
¡Ay, tu niño desmembrado!¡ay, su llanto, su dolor sin consuelo! qué metáfora tan desoladora, como una semilla abandonada en la tierra seca de ese microtristerrelato que es toda una declaración emocional ante el vacío moral que preside los principios de esta nueva época global.
¡Ay, qué alcance tan grande el de tus términos, Eduardo amigo! Tú y tu corazón, sois hoy la lámpara que ilumina los cuerpos desmembrados del Guernica, el último rayo de esperanza para no renunciar a nuestra posición en la trinchera de la resistencia que abandera los derechos humanos, la libertad y la paz entre los pueblos como la única semilla posible de futuro.
Me dejo llevar por el trepidante ritmo de tu relato y estoy llorando desde hace un buen rato ya sobre Siria devastada, sangrante herida para la vergüenza de una civilización que se tiene por avanzada y está aún blandiendo la quijada cainita sobre sus hermanos.
Como restalla el látigo de tus letras en Cincuenta, Eduardo, qué placer leerte, aunque provoques duelo, dolor y llanto que no sé cómo vamos a enjugar con estas lágrimas tan humildes que tenemos a mano: solo nuestras letras, solo el color para pintar sobre las ruinas de la guerra y llevar la luz allende las fronteras.
Mi abrazo, mi enhorabuena y mi cariño, son hacen tuyos, todas uno, en este abrazo.
Manuel, poeta, pintor amigo queridísimo.
EliminarVoy a ser siempre niño, sí. La vejez no acarrea más que goteras o goterones, achaques. Y acomodamiento o ausencia de rebeldía. Voy a ser siempre un rebelde a cara descubierta. Muchas cosas son las que me duelen y alcanzan a provocar mi ira. Pero lo que más duele es el daño moral insoslayable. Centras muy bien el ámbito espacial en el que por desgracia he tenido que inspirarme. Todo gira en torno al planeta dinero: hasta las guerras y si se vende armamento a los hermanos encontrados pues mejor. Alguien dijo aquello de que parasen el mundo que él se bajaba. Solo el arte nos redime. Y, qué curioso, muerto el creador pasa a algún adinerado vía subasta. La humanidad es un desastre, Vivimos nuestras "vidillas" como conejos tomados por las orejas. El que llamó genial loco al hombre, ya lo he citado en un comentario, un tal Óscar Kiss Maerth ("El principio era el fin") no erró el disparo. Santiago Segura asegura que esto, la vida, no es más que una broma cósmica. Pero algunos nos seguimos emocionando y mucho ante un comportamiento "guapo", ético, porque todos sabemos lo que está bien y está mal sin necesidad de Códigos penales, esa voz que nos absuelve y nos condena (la conciencia) nos lo dice. El comportamiento guapo da lugar a otros, y se puede producir una reacción en cadena, una concatenación causal de bellos comportamientos. El arte es lo único que hace al hombre humano, y la bondad. Y, sí, es cierto, somos muy humildes los que escribimos. Pero todo lo que se escribe se lee, más tarde o más temprano. Yo hago lo que puedo: dejar mi corazón de niño hombre casi viejo latiendo en mis renglones. No sé hacer más ni mejores cosas. Prefiero transigir a guerrear, aunque no sé qué haría con según que cuestiones o qué casos si tuviera poder coercitivo. Los artistas, aunque humildes como yo, somos unos valientes, de sobra lo saben ellos. Todavía son presos por ser artistas, esto es, amigos de la verdad, en ciertos países. Prefiero reír a llorar. Pero es que el mundo... En fin, lo de siempre, que aquí somos especiales, vinos jóvenes o con más solera, pero intrépidos defensores de lo verdadero.
Que llegue a Sevilla, para que te envuelva, duradero, mi abrazo sentido y admirado por entero; todas tus facetas son a mis ojos prodigiosas, tocadas por un sublime y raro don, el que habita en ti y fulgura, amigo, en un tal Manuel Bocanegra.
Pinceladas de sangre sobre un lienzo poético que nos muestra la sinrazón grabada en nuestra mente desde la primigenia del tiempo. De contrapunto la inocencia anhelando un abrazo, tal vez, desmembrado por la guerra. El título, un latido que golpea nuestros corazones. Espléndido relato, amigo Eduardo. Enhorabuena y un abrazo.
ResponderEliminarHola, Salvador.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, amigo, siempre con esa precisión de neurocirujano. La sangre derramada en mala lid, con esa sinrazón histórica que, terca, se repite para trasladarnos mucho dolor y mucha vergüenza de paso. Y el revés del espejo en ese niño candoroso que sonríe inocente a su desamparo. O quizá lleve en los genes el horrísono bramido de la guerra (hay países que siempre están guerreando) y sus broncos perfiles, y por eso es que sonría en vez de llorar aterrado. Sea como fuere, que el bum, bum no se escuchara más sería uno de mis más importantes anhelos.
Un abrazo muy entrañable, Salvador, poeta, amigo mío.
Que la humanidad jamás se ha dado tregua es un hecho. El hombre es un lobo para el hombre. Seré una ingenua, pero siempre he pensado que no debería ser tan difícil vivir en armonía, supongo que para eso solo haría falta un poco de educación en el respeto a los demás y, que no se me ofenda nadie, un poco menos de testosterona. :) De momento, parte de la humanidad nos aferramos a esa esperanza que narras en la imagen de esa sonrisa dando luz a tantas tinieblas. Me ha encantado la fuerza que tiene el micro, Eduardo, enhorabuena. Un beso.
ResponderEliminarHola, Matrioska.
ResponderEliminarGracias por tu comentario en términos tan elogiosos, Y ¿sabes qué? Pues que te doy la razón. Con un poco de educación todo cambiaría: no hace falta que demos la vida los unos por los otros. Si el día empezara con gestos coterses de unos para con los otros, se iría creando una cadena contagiosa y viviríamos en armonía. La fuerza del texto es la de la guerra en sí y el clamor de la esperanza en una sonrisa cándida. La guerra es una tiniebla, claro que sí, es tétrica, tenebrosa. Y la llamaron Cruzada y la llaman Guerra Santa. A otro humanoide con esa prehistoria. La guerra es un porque´ría de lo más sucio. No eres una ingenua, qué va, explicitando tus buenas intenciones que aplaudo con entusiasmo.
Un beso muy grande.
Magníficas pinceladas de un cuadro impresionista e impresionante que consigue atraer la atención del lector por esos contrastes de colores rojos de sangre, pardos de suciedad, ruidos, humos... y como contraste o punto de fuga del dibujo: Un niño en una cuna. Parece mentira que el niño de la cuna y los señores que tiran las bombas, los que firman autorizando que las tiren... sean todos del género humano.
ResponderEliminarTu microtristerrelato debería estar colgado en muchos sitios como cuadro recordatorio de la guerra y de la condición humana.
Muy bueno, amigo Edu.
Un fuerte abrazo.
Hola, Isidro.
EliminarMe gusta superlativamente tu comentario, eres todo un artista, tú sí. Y que me llames amigo y además Edu, ya consigue que me despiporre por completo. No es mala idea la que apuntas: ahora que los microrrelatos están de moda según parece, colgar el cuadro-recordatorio en muchos puntos, el mío o el que fuera, acerca de la ignominia de la guerra tan entroncada con la naturaleza humana. Muchas gracias por tu comentario tan elogioso y pictórico, muestra innegable de tu agudeza artística y cerebral.
Un abrazo fortísimo, justamente el que mereces, Isidro, amigo mío.
Dinamismo narrativo en las terribles enumeraciones, onomatopeya en el título, animalización de las armas, acertados epítetos en este micro que, sin concesiones, nos enfrenta al horror y el dolor de la guerra, la actividad de mayor bajeza moral del ser humano. Vivir en un país sacudido por las armas -y existen muchos ejemplos, como el de Siria- es habitar el Infierno. Insisto en esta idea del mes anterior, porque no se le puede llamar vida a la amenaza constante de las bombas y los tanques. ¿Cuántos niños ignoran qué es la paz, la convivencia, la alimentación necesaria, la educación? ¿Cuántos han perecido en la guerra? ¿Cuántos se han convertido en migrantes forzosos, en desplazados? También los adultos, pero siempre duele más la desgracia infantil, por su inocencia, por el futuro que se les niega. El bebé que sonríe en su cuna aún no sabe del peligro en el que se encuentra, ni de su probable orfandad.
ResponderEliminarHas creado un género con ese hermoso neologismo, microtristerrelato, Eduardo. Presentas lo absurdo de la destrucción de unos seres humanos por otros en toda su crudeza.
Enhorabuena. Eres muy grande, en letras y en corazón. Besos.
Gracias, amiga, con un comentario que me emociona mucho. Que me está haciendo derramar alguna que otra lágrima. La vida deja tantísimo que desear... Y claro que todo lo nefasto suma exponencialmente al llevarlo al terreno de la infancia. La guerra es el peor atentado contra las madres, que son las que dan la vida (técnicas biológicas aparte). La muerte, insisto, es la negación de la humanidad. Bendito el siglo que no conozca ninguna. Ese sería mi mayor deseo.
ResponderEliminarTrato, Carmen, de escribir humilde pero dignamente, y créeme si te digo que me cuesta mucho hacerlo, pues soy impulsivo y tiendo al caos, pero a un caos humano y solidario. Y sí, trato de poner el corazón en lo que hago y con las personas, pensando que siempre me he quedado corto en darles, en facilitarles, en proporcionarles. En acompañarles. Creo que a estas alturas ya no cambiaré, ni lo deseo tampoco. Aquí hemos venido a ser felices y a hacer felices a los demás. Ese es mi lema. Muchas gracias por tu comentario y por los términos elogiosos hacia mi literatura y persona que contiene, y otro beso muy cariñoso y muy entrañable y muy admirado para ti, amiga mía.
El título de tu microcuento me ha recordado las viñetas de esos tebeos de hazañas bélicas que leía embelesado cuando era un niño, sin sospechar, ni por asomo, lo espantosa que es la guerra y la colosal devastación que causa en miles o millones de personas.
ResponderEliminarLuego, leído el microcuento, y tras esa acumulación de imágenes cinematográficas que has ido yuxtaponiendo, me ha venido a la memoria el comienzo de una novela de Louis-Ferdinand Céline –de quien hace poco escribió Mario Vargas Llosa que era el mejor novelista francés del siglo XX tras Proust, aunque como persona le parecía deleznable, principalmente por su antisemitismo, lo mismo opino yo, lo que no quiere decir que algunos de sus libros me hayan gustado mucho, y piense lo mismo que Vargas Llosa, y ese es otro de los misterios de este extraño mundo, el que seres deleznables sean capaces de alzarse a tales alturas artísticas- que se titula Guignol’s band, la cual comienza describiendo, con un poderío de imágenes extraordinario, un bombardeo sobre Londres, y la inicia con estas dos onomatopeyas: “¡Braúm!¡Vraúm!” Que no sé en qué se diferenciará una de la otra de pronunciarse con be a pronunciarse con uve.
Pero ahí no se ha detenido mi memoria, luego, he recordado dos libros que, en cierto modo, están emparentados, uno es El incendio de Jörg Friedrich, que habla sobre los bombardeos sobre Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, y el otro Historia natural de la destrucción, del gran y malogrado escritor W.G Sebald, que trata del mismo tema desde un aspecto más literario, mientras que Friedrich lo hace desde un punto de vista histórico. Ambos esclarecen esa parte oscura de la historia de la Segunda Guerra Mundial, bastante desconocida por el sentido de culpa de pueblo alemán tras el descomunal horror del Holocausto.
Todo eso por no irme al espanto actual de Siria, o por no recordar otros espantos algo más alejados en el tiempo. O por no ahondar en el espanto de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, de las que Japón tampoco ha hablado mucho también por ser perdedora de la guerra, como Alemania; o por las atrocidades que cometieron en Asia, principalmente en China, de muestra vale las salvajadas que hicieron en Nankín.
Así que fíjate lo que has desatado en mi mente, y no sigo por no extenderme más de lo que lo he hecho, que ha sido mucho, pero eso es un mérito de tu magnífico microcuento, que culminas con esa gran imagen del niño ajeno a todo ese espanto que sonríe en su idílico mundo, y con esa palabra que quizá sirva para un nuevo género de microcuentos: microtristerrelato.
Un abrazo, Eduardo.
Mi gran Enrique.
EliminarGracias, mucha gracias por tu comentario. Como siempre haces gala de tu formidable erudición y de una memoria a prueba de bomba, sin ironía aunque le pegue al texto. La retahíla de crímenes contra la humanidad es una adición sin límites, cuantitativos ni cualitativos, por desgracia. Y lo que es la inocencia, a mi de crío también me gustaba "Hazañas bélicas", bueno, y todos los tebeos y cómics (hice un curso por correspondencia con José Escobar, el creador de Zipi y Zape); y me gustaba la música militar, qué cosas. Ahora diría como Brassens, que a mí la música militar nunca me sabe levantar. Y lo militar puesto en acción ni te cuento. El ejército es la demostración, palpable, de que el ser humano es muy malo. ¿Por qué tendríamos que defendernos de nadie? ¿Por qué tenemos la necesidad de atacar a otros? Cuántos imperios no habrá habido con el correr de los siglos para dar pábulo al ansia de conquista y de avasallamiento. De laminación. El ser humano es un animal rarísimo. Con ínfulas atávicas de cisnes pertrechados revolveras y cananas llenas de balas de buen calibre parabellum. La Historia da pena leerla. Hombre, hay cosas buenas, faltaría más. Lo que ocurre es que el mal es más escandaloso. El bien, casi lógicamente, se da por supuesto y, sin embargo, es la excepción. No a la guerra, de ningún tipo.
Bueno, no sé si habré aportado un humilde granito con esa palabra que lo mismo ya antes ha utilizado alguien, aunque no lo sé. Las cosas, fuera de uno, ya son del dominio público.
Un abrazo grande, fuerte, inmenso, Enrique, amigo mío.
Eduardo, un relato brutal, donde cada frase en como una bomba que destruye, que arrasa, que duele como la guerra. Al final el horror deja huérfana a la inocencia que sonríe en su cuna.
ResponderEliminarExcelente manera de describir algo tan terrible. Enhorabuena y suerte.
Besos muy apretados, llenos de poesía.
Hola, Pilar, poeta, maestra, amiga.
EliminarBrutal el texto, sí; la intención era esa, no ahorrar signos de la atrocidad bélica. Que el texto resuene en las conciencias como la onomatopeya que lo encabeza. Ni una guerra más nunca, ojalá. Y luego el contraste: la inocencia de u ser humano que recién comienza su vida. Ese candor que no logra conmover negativamente el estruendo y el horror que lo circunda. la esperanza de que esa criatura y otras semejantes desenvuelvan sus vidas si que se cumpla el fatídico "toda generación tiene que conocer una guerra".
Un beso inmenso para ti y lleno hasta el culmen de poesía. Poesía cada día, como Juan Ramón J. Verso métrico, libre Y haikus y senrius...
Eduardo, la crónica que nos ofreces de una de las mayores catástrofes de la humanidad es sangrante, como sangrante es el odio y la codicia, que impulsa a cada persona, pueblo o país a promover situaciones de guerra, y establecer una licencia para matar, robar y un cambio de riqueza y dominio.
ResponderEliminarMuy bien, amigo, esa imagen de bebé sin unos brazos que lo arrullen en medio de la contienda.
Saludos cordiales.
Hola, María Jesús.
ResponderEliminarOjalá no se pudiera hacer nunca más una crónica parecida. El odio y la codicia, sí, como causa de las hecatombes bélicas. La riqueza y el dominio, sí, robar y matar, por desgracia. La guerra es especialmente sangrante para las mujeres, que dais la vida.
Quería buscar, con el candor del niño en orfandad, en desamparo, el máximo contraste para con la situación tan cruda que le circundaba.
Gracias, amiga mía, por tu comentario y parabienes. Y un beso muy grande.
Fantástico pero, a la vez, real microtristerrelato. Nos narras a la perfección las desgracias de la guerra en un marco espeluznante, pues la escena del niño sonriendo otorga aún más tragedia a lo que se avecina. Me ha gustado tu propuesta, un abrazo.
ResponderEliminarEnrique
Hola, Enrique.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Y me gusta que te guste el texto, para eso escribe uno, en un dulce sacrificio. fantástico y real, sí, al mismo tiempo. Los desastres de la guerra, que diría el gran Goya, siempre tan espeluznantes. Y lo ves bien, la escena del niño es más trágica que otra cosa, ahí solito el pobre, en absoluto desamparo y con esa decoración siniestra. Aunque puede que anide en él ese mundo nuevo que todos llevamos en el corazón, y se materialice. La esperanza es lo último que se pierde. De cualquier manera. el ser humano somos un desbarajuste integral. Un abrazo, amigo.
Al leer el,primer párrafo llegué a tener la esperanza de que te refirieses a las fallas (quizá por que tu publicación nos llegó el 19 de Marzo), pero por desgracia la realidad no era tan festiva, y por el mismo contraste resultase mucho más tétrica
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Irreverente.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Ojalá de las valencianas fallas se tratase. Esta pirotecnia no es festiva: el uso recreativo de la pólvora, sino siniestra, tétrica como bien escribes. Ojalá nunca más sus horrísonas trepidaciones, que trepanan el alma, los corazones de las almas buenas. A ver si a fuerza de desearlo mucho influimos en el Astral y se quedan en un borrón gigantesco en las páginas escritas sin ficción alguna por el ser humano malevo.
Un abrazo grande.
Palabras como balas. Frases que son maquillajes sombríos absorbiendo luz. Sustantivos que trazan trincheras imborrables sobre la piel. Y en medio de ese último neologismo, la inocencia que no entiende la locura de un horror en el que unos pocos ganan, siempre los mismos, donde la mayoría pierde, siempre la misma.
ResponderEliminarEstremecedoramente hermoso este retrato de un infierno sobre la tierra que ni Dios hubiera sabido diseñar.
Felicidades, Eduardo.
Un abrazo.
Hola, Antonio, caballero de la palabra en el pecho.
ResponderEliminarHoy mi humilde reconditorio se viste de lujo con tu comentario. Estremecedoramente hermosas son las palabras conque atavías la prenda. La guerra es el más peor de los horribles. Ya se cantó con acierto "Es un monstruo grande y pisa fuerte la pobre inocencia de la gente". A ver si conseguimos desterrar por siempre tamaño desmán y edificar una existencia donde no tenga uno que ganar para que otros muchos pierdan. Un abrazo muy entrañable, amigo mío.
Extraordinaria descripción de quizá la mayor y más horrible locura creada por el hombre. Un gran ejemplo de lo que una extensión tan reducida puede dar de sí cuando es aprovechada con talento. Aunque lo que de verdad, a mi juicio, hace especial esta historia es el impacto, la originalidad, la fuerza, la genialidad con que lo resuelves.
ResponderEliminarEnhorabuena, maestro y amigo Eduardo.
Un abrazo.
Mi gran Enrique, tan humilde, tan entrañable, tan buena persona, tan gran escritor. El mes que viene te tengo preparada una sorpresa, espero que no le moleste a Alex que me vaya un poco de la lengua: es la emoción, soy emotivo, qué le vamos a hacer. Te agradezco mucho el comentario y más en unos términos tan elogiosos. Maestro eres tú y otros compañeros y compañeras, yo todavía estoy en camino, aunque vive Dios que me esfuerzo para estar a vuestra altura. La guerra es lo peor, lo más nefasto. La "más horrible locura creada por el hombre", como dices tú. A ver si de una vez por todas dejan algunos de jugar a ser niños malos malísimos. El día que abandonen impulsos tan inhumanos, seremos bastante más felices. Como el día que no exista ni una sola persona con hambre, enferma o sin techo. La humanidad tiene mucho camino que recorrer. A qué demonios esperan. Un abrazo muy grande y muy muy entrañable, amigo mío.
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