El apeadero
Una vez más, sentado en el andén, apacientas la tarde pensando en lo que podrías descubrir allá lejos. Por fin, ilusionado, te decides. ¿Pero, que será de ella? ¡Te quiere tanto...! ¡Ya llega!
Son y cinco. Atrás, quedáis tú y el hollín. La perra, agradecida, te lame. Una vez más.
Son y cinco. Atrás, quedáis tú y el hollín. La perra, agradecida, te lame. Una vez más.
Hola, Jesús, mi amigo dilecto.
ResponderEliminarLa magia de las estaciones del tren. De los apeaderos. Esto por un lado. Con esa frase antológica que dejas como si cualquier cosa "apacientas la tarde". Y del otro lado del horizonte, esa llamada siempre ahí, seduciéndolo a uno con un raro cosquilleo abrazante. El amor de los perros, de la perra en este caso, por otra parte en definitiva. El amor canino, lo sé por experiencia, es casi una experiencia mística. Son bellas personas la mayoría, muy bellas personas. Como tú, rey no solo del laúd sino de la bandurria y de la voz, según he podido constatar. Caramba con las Cantigas. M.J. tiene un correo. Pues igual de bien suena tu texto que me gusta muchísimo, con ese final sorprendente: lo que es de ella es que le da esquinazo y la perra sí está ahí, fiel para con el protagonista, para lamerle rauda la herida sentimental. Un contraste de sentimientos cruzados de lo más conseguido. Mi más muy mayor enhorabuena por todo ello. Por un gran texto. Un micro cuento redondo. Y un abrazo bien apretado y entrañable.
Muchísimas gracias, Eduardo, por tus palabras; puede que un tanto "exageradas" pero anheladas y muy bien recibidas, siempre. Como ya hemos dicho otras veces, una vez "soltado", el texto pasa a ser del lector, así que bienvenidas, también, todas las "interpretaciones". Gracias otra vez por tu tiempo. Abrazos.
ResponderEliminarJesús, tu protagonista, creo, opta con acierto por seguir adelante en un viaje mucho más gratificante: el de sentirse querido de verdad.
ResponderEliminarMe gusta tu relato.
Muchas gracias por tu lectura y comentario, Paloma. Saludos.
EliminarEl apeadero sea tal vez el lugar confortable que establecen nuestros límites, dejarlos atrás, sucumbir al influjo de la llamada de lo desconocido es el reto que el protagonista pospone una y otra vez. La costumbre es una caricia que nos resguarda en la seguridad de lo cercano. El mundo puede esperar.
ResponderEliminarUn micro que encierra todo un mundo, una gran metáfora del no viaje. Felicidades, Jesús.Y un abrazo.
Jesús, creo que tu relato nos habla sobre la vida, ese viaje que todos realizamos. Pero en ocasiones, como a tu protagonista vale la pena quedarse en lo insignificante, como puede ser un apeadero, pero esas pequeñas cosas son realmente las que nos hacen felices. Vale la pena conformarse con poco, con pocos amigos, pero fieles.
ResponderEliminarBuen relato, Jesús.
Un abrazo.
Muchas gracias, Manuel y Javier. Estoy con lo que me decís. Como en otras ocasiones, he pretendido que pudiera haber "otras interpretaciones" de mi texto, a gusto del lector. ¿Y si la perra fuera esa conciencia (mala) que nos felicita por haber seguido sus deseos (día tras día), arruinando nuestras ilusiones? ¿Y si en ese apeadero no se para nunca el tren y el protagonista usa el cariño de la perra (real) para justificar su falta de "ambición"? ¿El cariño de un animal puede hacer que aparquemos nuestros interese y deseos ante esas muestras de fidelidad? Y ahí lo dejo. Gracias otra vez. Saludos.
ResponderEliminarAnte la incertidumbre de lo que depara el viaje y la realidad de lo que tiene, escoge no arriesgar.
ResponderEliminarIgual ese "amor" es la excusa perfecta para seguir anclado.
Mucho para pensar.
Un saludo Jesús.
Muchas gracias, María, por leer y dejarme tu amable comentario. Saludos.
EliminarNo puedo evitar relacionar el viaje en el tren de la vida, de tu relato, con aquel que describía magistralmente Dámaso Alonso en su poema "Mujer con alcuza". No hace mucho lo nombré en una de las presentaciones de mi libro, como ejemplo de un recuerdo impactante de la adolescencia (época en la que lo descubrí). Pues tu relato me ha recordado aquel grandioso poema, en su esencia.
ResponderEliminarEnhorabuena. Besos.
Tu personaje tiene deseos y muy probablemente, necesidad, de cambiar de rumbo, de probar suerte en otros ambientes, de ampliar sus miras. La diferencia entre el hecho de que todo permanezca inmóvil y un cambio enriquecedor está en ese primer paso que no se atreve a dar. Al final el tren, su tren, al que debería haberse subido, pasa de largo y prefiere, por comodidad y/o cobardía, aferrarse a lo conocido. Optar por un camino implica renuncia, no hacerlo, también. No se puede tener todo, como decía mi madre. Si se marcha le quedará la pena del cariño perdido de ese animal. Si se queda, siempre pensará qué habría ocurrido si se hubiese marchado.
ResponderEliminarUn relato muy interesante y lleno de simbolismo, en el que su sencillez no oculta la profundidad con la que tratas esos momentos cumbres en una existencia, que aprovechamos o no, con la renuncia que ello conlleva.
Un abrazo, Jesús
Jesús, tu protagonista no se atreve a ir tras sus sueños, prefiere mantenerse en su zona de confort poniendo como excusa el amor fiel de su perra.
ResponderEliminarBuen micro. Enhorabuena.
Besos.
Muchas gracias, María José, Ángel y Pilar por regalarme vuestra atención en forma de palabras. Saludos.
ResponderEliminarEs triste cuando dejas pasar un tren, más cuando éste no te recoge y te deja sentado con la esperanza más espesa y la ilusión envejecida. Espero que haya aprendido que el amor no se espera, que hay que buscarlo, y no para subirse a él, sino para andar a su lado, como el de su incondicional perra.
ResponderEliminarUn relato muy potente, Jesús. Enhorabuena.
Un abrazo.
Muchas gracias, Antonio. Siempre anima recibir tu lectura y apreciaciones. Abrazos.
Eliminar... Y el hollín de las cosas quemadas (no por el uso sino consumidas en ese "y si hubiese" "¿qué hubiese pasado si?") Me ha gustado mucho más en una segunda lectura reposada, porque la primera me había resultado tan obvia que no la creía obra de su pluma. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuy buen relato amigo, saludos cordiales.
ResponderEliminarSubirse en el tren (cuántos trenes dejamos pasar) o quedarse en el apeadero. Aventurarse o apuntalarse. Soñar o simplemente dormir, "apacentando la tarde". Cincuenta palabras para reflexionar, en compañía de un fiel amigo canino.
ResponderEliminarBuen micro. Saludos
Te apeas de la vida con las necesidades cubiertas por el amigo, pero el tren pasa y sigues sin tener el valor de comprar tu billete. Muy buen relato, Jesús. Un abrazo.
ResponderEliminarEn el apeadero de la vida estamos todos. ¿Qué es mejor dejar lo conocido y aventurarse en lo desconocido por aquello de quien no se arriesga no cruza la mar?
ResponderEliminarEsa pregunta debe respondérsela cada cual de acuerdo a sus objetivos, pero, sea como fuere, la vida siempre se nos va a quedar corta en relación a nuestros sueños, quizá por eso tengamos sueños, tanto cuando dormimos como cuando estamos despiertos; quizá por eso nos nutrimos de los sueños y las vidas de los demás a través del arte, de la literatura, del cine, pues la nuestra se nos queda pequeña. Sabina, en una canción, hace un repaso de unas cuantas vidas que nunca serán la suya y, al final, dice preferir la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo...
Tu personaje, en ese apeadero, mientras va llegando el ocaso, se deja bambolear por esas ensoñaciones de lo que podría ser su vida si hiciese esto o lo otro, y ahí podemos vernos representados todos, pues quien más quien menos dejamos volar a nuestra imaginación para ser, por un rato, otros distintos del que somos.
Y nos suele suceder que, al final, la realidad se impone, en el caso de tu personaje es una perra la que justifica su monotonía, su vida, seguramente, sin demasiados alicientes, una vida a la que no desea renunciar, a la que no se atreve a renunciar, pues los sueños, sueños son, como dice el príncipe Segismundo en La vida es sueño.
Y muchos, por aventurarse en sus desmedidas fantasías acaban perdiendo lo mucho o poco que tienen y de lo que no sabían su valor hasta que ya no pueden recuperarlo.
Así que la vida no deja de ser un equilibrio entre la realidad más o menos prosaica y la fantasía más o menos poética con la que soñamos, necesaria, sin duda, pero a la que no hay que dar demasiada rienda suelta no vaya a ser que nos traiga la perdición.
Muy buen microcuento, Jesús, un abrazo.
Veo el suicidio de tu prota, con ese quedas atrás tú y el hollín, y el lamido de la perra. ¿Puede ser así?, ¿O estoy años luz de lo que has querido narrar?.
ResponderEliminarMe ha gustado, tocayo.
Saludos cordiales.
Bella y algo triste estampa que de algún modo simboliza la actitud ante la vida de gran parte de nosotros, en cuanto también renunciamos a cosas en favor de un compromiso voluntario, a menudo tácito, con nuestros seres queridos. Sugerente y tierno.
ResponderEliminarEnhorabuena y un abrazo.
La vida nos ofrece muchos trenes, quienes decidimos si subirnos a ellos o quedarnos en el apeadero mirando cómo se alejan, somos nosotros. Buen micro, Jesús, felicidades y un beso.
ResponderEliminarCreo que el protagonista ha sucumbido a la rutina y tiene miedo a cambiarla, su ilusión es saber qué hay más allá, pero en tiene la perfecta disculpa a mano. Hace falta valor para abandonar todo y realizar nuestros sueños. Los escondemos pensando que a nuestro alrededor nos necesitan para ser felices. Y ahí quedamos, en el apeadero, creyéndonos que si son felices, lo son por nosotros ¿Bonita excusa verdad?
ResponderEliminarMuy bueno, Jesís. Un beso.
Muchas gracias, Cistina, Edwind, Tornes, salvador, Enrique, María Jesús, Enrique, Matrioska y Maite, por regalarme vuestro tiempo y vuestras diversas lecturas. Saludos.
ResponderEliminarEstá muy bien tener sueños por cumplir, pero si no se tiene la determinación de dar los pasos necesarios para conseguirlos, es mejor dejar de soñar y centrarse en disfrutar y valorar lo ya alcanzado. Hacer las cosas condicionados por las eternas dudas, nos pueden llevar a sufrir aquello que cantaba Serrat: "No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, y nada más querido que lo que perdí". Un micro para pensar. Muy interesante, Jesús. Un abrazo.
ResponderEliminarInterpreto que el protagonista ha decidido valorar lo que verdaderamente tiene: el amor de su perrita. Se ha quedado con el pájaro que ya tenía en la mano y comienza su verdadero viaje: el camino hacia sí mismo.
ResponderEliminarUn abrazo, Jesús.
Enrique.
Agradezco mucho vuestros amables comentarios, Juana y Enrique. Saludos.
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