La niña
Ese fulgor cautivo de la niñez vivida que enciende aún sus mejillas arrugadas. Esas astillas de infancia mecidas en olas de recuerdos, que todavía mojan sus ojos. La anciana sigue ganando el pulso a la muerte, de la mano de la pequeña que vive bajo su piel fina y gastada.
Me ha parecido muy tierno y muy acertadas ese juego de comparaciones, muy bello. Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maite! Me alegro de que hayas compartido conmigo el poso tras la lectura del micro.
ResponderEliminarUn beso.
Hola, Paloma. maestra, amiga.
ResponderEliminarTodos somos de la patria de la infancia, luego un niño nos habita entre el olear de los recuerdos. La muerte debe tenerlo más complicado así, supongo: cuando alguien se sirve de una vida vivida para servir a una vida por vivir. Muy buenas metáforas dentro de un texto sinfónico y "prosopoético". Prosemas o menos, que diría el gran Ángel González. Mi más muy mayor enhorabuena y un beso grande.
Siempre amable, siempre acertado, siempre Eduardo
EliminarDibujas sonrisas con palabras.
Un beso.
Precioso canto a la niñez y a las ganas de vivir con la sabiduría que regalan los años. Un abrazo, Paloma.
ResponderEliminarGracias por comentar Salvador, y por esas palabras tan bonitas.
EliminarUn abrazo
Es precioso tu micro. Suave y emotivo.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Saludos
Muchas gracias, lunanegra. Un placer leerte a ti también.
EliminarSaludos.
Mantener vivo dentro de nosotros al niño o niña que fuimos es una garantía de ilusión vital, de ganas de paladear la vida paso a paso sin perder las ganas de seguir. Un mensaje que es todo un modelo y que cuentas con gran belleza.
ResponderEliminarUn abrazo, Paloma
Ángel, ver de cerca a mis mayores en esa tesitura ha sido mi mayor fuente de inspiración. Confesado el origen del micro, te mando un abrazo fuerte por tu generoso comentario.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBellísima idea la de esta matrioska anciana que ha sabido encontrar su motivo de vida en su propio interior. Saludos, Paloma.
ResponderEliminarGracias, Manuel, por entrar en el juego que proponían mis palabras.
EliminarSaludos.
Esa niña que fue la acompañó a lo largo de su vida y ahora,al final,le sirve de ayuda y de consuelo.Precioso
ResponderEliminarSí, Joaquín, esos niños que nunca debemos dejar de ser, son el mejor salvavidas!
EliminarSaludos.
Me uno a los parabienes precedentes. Cuántas veces los "recuerdos", aliviándonos, alcanzan a "reforzar" la vida que la edad pretende arrebatarnos. Buen relato. Suerte, Paloma. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Jesús. La edad, ese verdugo insobornable también se rinde ante la muerte, menos mal que nos quedan los recuerdos de lo vivido para seguir siendo nulos por dentro.
EliminarSaludos.
Fabulosa la imagen que has empleado para describir el paso de los años y el daño causado: "Esas astillas de infancia, mecidas por olas de recuerdos". Dura y poética al tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo, Paloma
María Jesús, me alegro de saber que te gusta la imagen, eres una persona sensible al valor de las palabras, y tu opinión es por ello aún más agradecida.
EliminarUn beso.
¡Qué bien escribes, Paloma! Me encanta esa anciana que no ha dejado escapar la niña que lleva dentro. Lo has contado de maravilla, con esas frases que son una delicia, como el relato.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Besos.
Pablo
Caramba, Pablo, que se me suben los colores!
EliminarMuchas gracias por ser tan amable.
Un beso. O dos, mejor, que a la francesa, sean tres.
Paloma, un bellísimo relato. Nunca dejamos de ser niños.
ResponderEliminarUn beso.
Eso es, Javier, nunca, lo que pasa es que a veces, no nos damos cuenta de sigue ahí, esperando el momento de volver a enseñar sus pecas!.
EliminarOtro para ti.
Aunque solo sea una parte del mensaje que transmite tu relato, a mi me ha hecho pensar en ese núcleo todavía incandescente de algo que en su momento irradió intensamente luz y calor.
ResponderEliminarEnhorabuena, Paloma. Excepcionales siempre tus relatos.
Un abrazo.