El silencio de las hadas
Mientras mamá se atrincheraba en el piso, la abuela rescató los libros y los cuentos. Luego, me dio su mano firme y nos pusimos a salvo frente al portal. Ella, rendida, esperaba un milagro. Yo, suplicante, invocaba a las hadas. Pero llegó antes la policía con la orden de desahucio.
Nunca hay que perder la esperanza, la magia y la ilusión, pero a veces la realidad tozuda entra como una apisonadora para arrasarlo todo y de poco sirve oponerse; ante ella no valen razones, hasta las hadas, los dioses y el sentido común guardan silencio. Al menos, han rescatado libros y cuentos. Hasta en sus peores horas, estas mujeres saben lo que es importante.
ResponderEliminarLa tristeza del relato se suaviza con la tierna ingenuidad de una niña, a caballo entre el mundo de los adultos y la fantasía.
Un abrazo, María José
Tan real y tan triste. Y nada ni nadie puede detenerlos.
ResponderEliminarUn saludo, Maria José.
Una cruda realidad. Un beso.
ResponderEliminarHola, María José. Nos dejas una sensible y, me temo que por desgracia, más que creíble historia. Esperemos que esa "ilusión" que parece mostrar la niña tras tantos cuentos y el amor, en todas sus variantes, consigan que esas hadas (o sus trasuntos humanos y legales), al final, hablen (y actúen). Suerte. Un abrazo.
ResponderEliminarA las hadas ya no les dejan ejercer sus poderes como antaño; esta sociedad descreída, practicista e injusta, las maniata y las aparta sin que hallen lugar para su magia.
ResponderEliminarUn relato que nos presenta claramente la separación que media entre deseos y realidad. Un abrazo, Mª José.