La última función del Roma
De niña pasaba el trago con chocolatinas. Nunca le gustó el circo: trapecistas mareantes, magos engañosos y animales disfrazados.
Se enamoró del aire de payaso de Augusto. No cobraba entrada. Bueno, los sábados noche sí.
Últimamente necesita un par de ginebras como aquel cacao en el mayor espectáculo del mundo.
Se enamoró del aire de payaso de Augusto. No cobraba entrada. Bueno, los sábados noche sí.
Últimamente necesita un par de ginebras como aquel cacao en el mayor espectáculo del mundo.
Una atracción que no resiste bien el paso del tiempo. Para paliar esa carencia, tu protagonista, como ya había hecho en el pasado, utiliza sustancias que adormecen sus sentidos para soportar mejor una cruda realidad. Tu protagonista muy consciente que tras el enamoramiento primero llegó el desamor, en forma de rutina y hastío, no muy distinto al que le producía el circo cuando era pequeña..
ResponderEliminarTu relato me ha recordado que, en la infancia (luego aprendí a comer de otra forma) algunos pescados que me resultaban insípidos los acompañaba con mayonesa. Mary Poppins hizo que los niños a su cargo acompañen las píldoras con azúcar en una célebre canción.
Un relato interesante el tuyo, que muestra que algo falla cuando de paladear se pasa a tragar, en compañía de algo que hace que resulte más llevadero.
Un saludo, Cristina
Un comentario muy fino y muy sensitivo también el tuyo. Gracias. Un saludo para ti también Ángel.
EliminarSe me escapa el título, pero la metáfora del circo como vida sorprendente o mentirosa me gusta mucho. Y el toque irónico, tu marca de identidad, no podía faltar.
ResponderEliminarAbracicos, Cristina.