Acecinar
La vida en la aldea era dura y le dolía ver a los suyos pasando necesidades. No fue fácil tomar la decisión de irse ilegal, navegando hacia la otra orilla del mar. Para que sus hijos comieran estaba dispuesto a dejar pedazos de su piel, salada, colgando de la alambrada.
Muy fuerte tu real historia. Sintetiza la problemática de muchos pueblos explotados del mundo.
ResponderEliminarNo deja indiferente.
Saludos allende los mares, Beto.
Es cierto María Jesús, una triste realidad. Gracias por dejarme su comentario.
EliminarSaludos desde mi media isla.
El hambre y la necesidad, la pura supervivencia y, en este caso, el amor a los suyos, son una combinación imparable. La desesperación lleva a las personas a asumir riesgos que tendrían que ser inaceptables, como la realidad en la que viven. Muchos lo intentan, como muchos son los intentos fallidos. Los que lo consiguen, superando el dolor de dejar a los suyos, tampoco encuentran al llegar la acogida que esperaban. Tu protagonista representa la generosidad total, asimilable, valgan las distancias y respetando las creencias, si se tienen, con el simbolismo de la carne de Cristo de la Eucaristía, con ese sacrificio para salvar a los hombres.
ResponderEliminarUn relato actual, lleno de fuerza. Un problema que pone a prueba a políticos y personas, que está cambiando el panorama del mundo, sin muchos visos de solución.
Un abrazo, Beto
La hipocresía y el mirar para otro lado, de los que no quieren que llegue a sus costas, han empujado a mi protagonista a la desesperación. Gracias Ángel, por tu acertado comentario.
EliminarSaludos y un abrazo.
Durísimo, un relato durísimo y comprometido. Gracias por este zarpazo de realidad.
ResponderEliminarGracias a ti, Manuel López Muñoz, por tu comentario.
EliminarSaludos.