El padre de la bestia
Ya no tengo escapatoria, ahora sí que viene lo peor. Tengo que visitar su morada. ¡Lo prometí! Me emborraché, lloré y lo hice. ¡Lo nunca visto! Fui, aunque solo tenía una pregunta que hacerle: ¿por qué jamás intentaste conocerme? Pero no me contestó. Claro, debí hacérsela antes de que palmara.
Bienvenida y al lío.
ResponderEliminarA veces llegamos tarde o esperamos demasiado para saber. Y ya no hay remedio.
Un saludo, Teodora.