La primera gota de aguanieve
La joven gota superó en velocidad a los copos. Solo era gravedad, pero la inmadurez inventa méritos que la vanidad ni se plantea. Mientras descendía, imaginaba su llegada entre vítores, a la madre tierra laureando su rapidez, exaltando su celestial singularidad. Todo ello esperaba antes de caer en pleno océano.
Cayó en pleno océano... de palabras, exactamente cincuenta. Y muchos más de cincuenta fueron los aplausos emocionados que provocó en unas manos que teclearon un gigantesco ¡BRAVO! y que prometieron que no olvidarían que, una vez, una gota de aguanieve se ganó la admiración de una lectora a la que maravilló la exquisita madurez de su autor.
ResponderEliminarExtraordinario, Antonio.
Como un charquito de agua, sin nieve, me ha dejado tu precioso comentario, amiga mía.
EliminarPero qué cosas tan bonitas sabes decir y cómo te agradezco que me las hayas escrito.
Ahí va mi agradecimiento con este fuerte abrazo.
Me ha gustado tu relato sobre la inmadurez. Una sutil metáfora que solo se cierra con la inesperada revelación final. Generación de expectativas y ritmo muy bien conseguidos. Una vida efímera que da para mucho. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo, Antonio.
Gracias por decírmelo, Josep María. Te lo agradezco mucho.
EliminarUn abrazo.
Gran relato, original como siempre y dándonos una lección de vida. Eso sí, cuando un relato tuyo cae a la web nunca se pierde entre el océano de 50 palabras, siempre sale a flote, jejeje.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿No será que me quieres bien?
Eliminar¿lecciones...? Lo que sí sé es que siempre se aprende de gente como tú.
Un fuerte abrazo, compañero.
Un baño de humildad en pleno océano. Ya Vicente Aleixandre en el poema En la plaza, nos dice: "No es bueno quedarse en la orilla (...) Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse...
ResponderEliminarTraigo a colación a tan grandísimo poeta, para celebrar tan grandísimo, hermosísimo y profundísimo relato en su sencillez.
Ya su comienzo es en sí mismo una armónica partitura musical al ritmo de las palabras. Después, ya no sé, porque a partir de ese instante me he hecho gota y me he perdido en el inmenso océano de tu relato.
En qué bello momento han convertido tus palabras este mañana de verano. Que lo disfrutes, Antonio. Un fuerte abrazo. Gracias por compartir esta maravillosa perla.
Desde luego, si mi relato es océano, tú serías la gota que lo colmaba...pero de gozo.
EliminarLa verdad, es leer tu comentario y entrarle ganas a uno de comerse el mundo. Gracias por esa generosidad y vitalidad que desprendes, querido Manuel.
Un fuerte abrazo.
Quien mucho corre pronto para, los refranes nunca se equivocan. Las prisas excesivas de tu singular protagonista no hacen sino precipitar su final, que tampoco es el que había imaginado. Su existencia hubiese sido más larga de haberse conformado con ser como los copos, pero su naturaleza e inquietudes marcaron la diferencia. Vivir con mayor intensidad tuvo el precio, como todo lo tiene, de acortar su tiempo, aunque también de insuflarle más vida. El desenlace inevitable conlleva olvido, hacn que la gloria se diluya, que los afanes se tornen vanos, pero esa inquietud, ese ser diferente, fue el que dio razón a su existencia.
ResponderEliminarUn relato que, como es habitual y, añadiría, no puede ser de otra forma conociendo al autor, merece lecturas y relecturas, que encierra una hermosa metáfora, con un contraste entre la sencillez en el contar y la profundidad.
Un abrazo fuerte, Antonio
Tus lecturas es de lo mejor de esta página, Ángel. Con tus palabras, dotas de un armazón a los relatos que aumentan su volumen y alcance, como has hecho con el mío.
EliminarMil gracias por estar siempre ahí.
Un fuerte abrazo.
Antonio, me sumo a las felicitaciones de la compañera y compañeros que me preceden.
ResponderEliminarTu micro sugiere. Te diré lo que a mí, por extravagante que acaso sea mi comentario.
Hoy en día se escribe tanto (y se lee tirando a poco) que es como tu "joven gota" de lluvia. En efecto, no cabe caer en la vanidad, no es propio, si se cae en ese océano inmenso y a la vez tan profundo. Además y para colmo de que se llueva sobre mojado (je,je).
Un abrazo!
Completamente de acuerdo con lo que dices sobre escribir y leer. Yo también creo que sobran (sobramos) 'escritores', lo mismo que sobran habladores y faltan escuchantes.
EliminarLo que no sobran son tus comentarios, Carmelo, que siempre te agradezco. Mil gracias por ellos.
Un fuerte abrazo.
No se puede contar mejor un caso grave de vanidad. Me ha encantado.
ResponderEliminarEres un crack.
Saludos y buen verano, amigo Antonio.
Pablo
Para crack, el autor de la mejor maravilla que engalana la final de este mes.
EliminarYo también te deseo un feliz verano, querido Pablo.
Un fuerte abrazo.
Hola, Antonio, árbitro de la elegancia, caballero de la palabra en el pecho.
ResponderEliminarLa juventud es temeraria y se presupuesta cosas, llevada de la inmadurez, de los sueños, que luego terminan como terminan, abortándose fatalmente. Leerte es volar, atender al fluir cadencioso y exacto del vocablo, de ellos unidos en oraciones. Una gota de aguanieve refresca en el rigor de la canícula. Mi más rendida admiración hacia tu texto y tu persona. Un abrazo muy grande, amigo, a tu medida pues, y un verano muy feliz.
Gracias por todas esas cosas que me dices que me dejan más colorao que un tomate de pera. Pero sobre todo, por esa facilidad tuya de fabricar belleza con las palabras y depositarlas bajo mis relatos.
EliminarUn fuerte abrazo y un buen verano también para ti, Eduardo.
Un gran texto, sin duda. Gracias por compartirlo, Antonio.
ResponderEliminarGracias a ti, Manuel, por dejarme tu comentario.
EliminarUn abrazo.
Buscando la individualidad, se encuentra con la masa que lo envuelve en lo profuso. Tendrá que luchar para mantenerse a flote, y que el astro rey y la vida, le den otra oportunidad. Excelente, Antonio. Un abrazo y feliz verano.
ResponderEliminarTiene muchas virtudes tu microcuento, Antonio, en primer lugar, el que el personaje sea una simple gota de agua, aunque sabido es que, no digo ya un animal, sino un objeto inanimado se puede convertir en el protagonista de una historia; pero con esa humilde gota de agua dejas muchas enseñanzas filosóficas que, no por sabidas –quien las sepa, pues nuestra cerrilidad suele ser proverbial- no deja de ser conveniente repetírselas y meditar sobre ellas con regularmente.
ResponderEliminarLa primera es la de nuestra pequeñez en un universo inimaginable en su complejidad y magnitud -que, por otra parte, quizá no sea el único-, en la que cada uno de nosotros no seríamos ni gotas, quizá no llegásemos ni a partículas subatómicas, por más que lleguemos a lo más alto en cargos y fama; luego, apuntas cómo, aún así, somos vanidosos, y no digo que un poco de vanidad y de amor propio no nos sean necesarios para sobrevivir, lo cual, como a tu gota, nos hace atribuirnos méritos que no se deben a nuestra sapiencia ni a nuestros esfuerzos, sino a la simple casualidad, o al desarrollo normal de los hechos.
Además, apuntas también nuestra tendencia a la fabulación, a soñar despiertos como suele decirse, a la facilidad que tenemos para imaginarnos cosas que luego no ocurren; con lo cual, solemos llevarnos muchos chascos, tu pobre gota, como una nueva lechera acuática, empieza a encadenar una serie de consecuencias de lo que ella imagina que es una hazaña extraordinaria, los aplausos y vítores que recibirá, los laureles que coronarán su frente, aunque no sé si las gotas tienen frente, aunque supongo que las de los microcuentos sí pueden tenerlas, pues el país de la imaginación no tiene límites; así desciende tu gota, en plena euforia, para, finalmente, caer en pleno océano y diluirse en esa inmensidad donde será la nada que somos cada uno de nosotros.
Esa caída de tu gota al océano me ha recordado un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, titulado Paisaje con la caída de Ícaro, en la que ese hecho que representa el cuadro es algo intrascendente en el discurrir de la vida, como lo son nuestras íntimas circunstancias, pero, como decía Unamuno: “Yo, yo, yo, siempre yo –dirá algún lector-; ¿y quién eres tú. Podría aquí contestarle con Obermann: para el universo nada, para mí todo”.
Obermann es un personaje de una novela homónima del escritor francés Senancour, esto último me lo ha chivado la Wikipedia.
Mis felicitaciones, Antonio, por este microcuento que dice mucho más de lo que pueda parecer en una primera lectura.
Un abrazo y feliz verano, amigo.