La velada
Las melodías tristes lo acongojaban, pero el dulce deseo de llorar por la mujer perdida lo cautivaba tanto como a las luciérnagas la iluminada velada.
Evitó llorar, por vergüenza: la delatora luna le enrostraba su flaqueza. No la de ese instante, sino de cuando cedió ante la voluntad del padre.
Evitó llorar, por vergüenza: la delatora luna le enrostraba su flaqueza. No la de ese instante, sino de cuando cedió ante la voluntad del padre.
Una mala decisión, o la ausencia del paso necesario en el momento adecuado, puede condicionar toda una existencia, luego ya solo queda lamentarse. A veces, quien se supone que más nos quiere, no nos aconseja bien. Hay decisiones en las que nadie debería entrometerse.
ResponderEliminarUn saludo, Ángel