La pureza del aire
La bandada de sinuosas bicicletas frenaba en la primera línea del semáforo. Su escolta la formaban coches eléctricos.
Sin contaminación, la ciudad presumía de amigable.
Esa mañana, Moussa ofrecía pañuelos de papel y limpiaba parabrisas, recibiendo una sonrisa, o un "no tengo suelto".
Ahora, en los semáforos se respira mejor.
Sin contaminación, la ciudad presumía de amigable.
Esa mañana, Moussa ofrecía pañuelos de papel y limpiaba parabrisas, recibiendo una sonrisa, o un "no tengo suelto".
Ahora, en los semáforos se respira mejor.
El mundo mejora tecnológicamente, un dulce mundo mejorado para los que pueden y que, sin embargo, es el mismo mundo de antes para los que no. Un relato que fluye maravillosamente entre la clarividencia y la reflexión. Saludos, Francisco.
ResponderEliminarCreo que tu opinión esclarece el trasfondo del relato. La tecnología suple de forma vertiginosa nuestras necesidades. En este mundo de la comodidad como meta, nos olvidamos de lograr una armonía social. Con esos recién llegados, desvalidos, sobre los que recelamos, no mostramos las normas más humanas de la hospitalidad. Plutarco decía que "nacer es llegar a un país extranjero".
ResponderEliminarMuchas gracias, Manuel. Un cordial saludo.
Hola, Francisco. tanto Manuel como tú mismo habéis explicado "el asunto" a la perfección. Lo ¿idílico? y, lamentablemente, puede que imposible, debido a los intereses y contradicciones que priman en los deciden sobre "nuestras vidas", contrasta de forma ideal con lo que sigue, Algo parecido a lo de "que todo cambie para que nada cambie". Buena historia. Saludos y suerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jesús. Situaciones tan cotidianas como la que describo y que no dejan de producirse. En unos años, en Europa habrá 700 millones de personas y en África 2.400. Tal vez, el problema es el que apuntas desde esa óptica "lampedusiana".
ResponderEliminarSaludos cordiales.