Los girasoles
No sabía cómo deshacerse de esos malditos girasoles. Cuanto más los cortaba más crecían y se multiplicaban; sus cabezas amarillas la espiaban por las ventanas, y sus largos tallos tapaban la puerta del jardín si intentaba huir.
Era demencial. No tenía escapatoria.
No debió enterrar a mamá bajo los girasoles.
Era demencial. No tenía escapatoria.
No debió enterrar a mamá bajo los girasoles.
¿Puede ser que mamá dé fuerza a la tierra para crecer a los girasoles o que el remordimiento la inunde de tal manera que no vea escapatoria?En cualquier caso, inquietante. Un abrazo.
ResponderEliminarYo tampoco sé la respuesta, querida Aurora, pero no me gustaría estar en el lugar de la protagonista. ¡Ni en el de su madre! Muchas gracias por comentar. Un abrazo.
EliminarUna venganza cruel y aparentemente sin escapatoria, incluso más allá de la muerte. Terror y ¿justicia? revestidos de un ambiente campestre y luminoso que lo hace aún más terrible y sugerente. Buen relato. Suerte y saludos, Sonia.
ResponderEliminar¡Es lo que quería transmitir! Muchas gracias por comentar, Jesús. Saludos
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