Temores
Los años no parecen pasar por su mujer. Él, obeso, sedentario, tiene miedo de que deje de quererle a causa de su aspecto. Abandona los poemas que componía por el gimnasio. Logra un cuerpo estilizado. Es otro.
Ella le abandona. Su nueva pareja es un individuo entrado en carnes, poeta.
Ella le abandona. Su nueva pareja es un individuo entrado en carnes, poeta.
Lo que no parece que hubiera en esa pareja es una buena comunicación. Imaginarnos lo que los demás creen de nosotros puede ser, en ocasiones, un síntoma de "agudeza", pero también, cuando nos obsesionamos en lo erróneo, de depresión o de otros males. En este caso, de forma paradójica en alguien versado en la literatura, lo que parece es demostrar esa incomunicación, característica en muchas parejas. También la mujer podría haberle indicado de alguna forma al pobre hombre que realmente lo quería, no por su físico, sino por lo que era y como era. O vete tú a saber, a lo mejor lo que ella quería era un simple cambio para que lo importante en su vida no cambiase realmente (la poesía, por supuesto). Sin bromas ya, de manera hábil, nos dejas un texto con varias "interpretaciones" bajo la aparente "comicidad" de una escena mundana y reconocible (e el buen sentido). Un abrazo, Ángel. Y suerte.
ResponderEliminarMe gusta tu relato, Ángel. Las inseguridades hacen a veces que las personas cometan errores de interpretación y de comunicación. Como dice Jesús, faltaba hablar las cosas en esa pareja. O eso, o a lo mejor lo que pasaba es que no se querían y necesitaban un cambio en sus vidas...Vaya usted a saber...Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEsto temes, esto tienes. Así luce el dicho. Y es cierto en gran parte, pues las expectativas negativas ante algo funcionan en el cerebro como profecías de autocumplimiento. No hay vuelta atrás cuando dejamos de ser quienes somos. Nuestra esencia interior se va por el desagüe de los convencionalismos. El peral ha de dar peras, versos el poeta y lluvia las nubes. Así es de simple y llana la naturaleza, aunque ello no impide que entre verso y verso el poeta se haga unas pesas, deje el azúcar y busque inspiración paseando bajo los tilos en flor. Un poeta de buen ver, es como un poema bien traído, rime o no, llena de emoción no sólo el alma, sino que le da alegría al body. No me cabe duda de la sensibilidad de la esposa y su buen ojo para captar la esencia de las personas. Que no está en las adiposidades, sino en sus singularidades.
ResponderEliminarCon un giro narrativo que nos invita a celebrar la sorna elegante que recorre tus relatos, uno se queda a gusto después de aprender la lección: no se pueden dejar de lado los versos ni perderse el cincuenta de Ángel ni en agosto.
Esto y un fuerte abrazo. Que disfrutes de las vacaciones!!!
Hola, Ángel:
ResponderEliminarNos presentas en tu microreelato a un ser enamorado hasta las trancas de su mujer, que parece haber tomado el elixir de la eterna juventud. Piensa el pobre que su obesidad, producto de su vida sedentaria dedicada a la composición de poemas, va a ser motivo de abandono por la lozana fémina. Hace el trueque de los versos por las series y sudores en el gimnasio. Y adelgaza. A ver que vida. Y cuando espera gustarle a su mujer, se encuentra con la infausta realidad de que ella le deja por un hombre con abundante tejido adiposo y dado a la lírica, al arte poética para más inri. Son las cosas de la vida, son las cosas del querer, tan variable. Más le hubiera valido al protagonista quedarse como estaba, ¿verdad? O a lo mejor era la tonalidad de los ojos lo que operó como causa del abandono. Lo mismo el exobeso los tenía marrones y el nuevo amor de la mujer grises, verdes o azulados. O caso el tono más grave o más agudo, por contra, de la voz. O la simpatía...
Noto un fondo mordaz e irónico en el texto, que hace mofa sutil del tema de las apariencias físicas. Lo que importan son los sentimientos, lo que late o no late en el corazón, y se me antoja definitiva la manera de ser de la persona como catalizador de los afectos.
Un texto bien interesante que merece mi más muy mayor enhorabuena.
Un abrazo muy fuerte y feliz lo que queda de verano.
Solo una mujer es capaz de tener tan clara su preferencia. Un poeta sobre un yogurin. Para ellas no hay color. Feliz verano, Angel.Abrazos.
ResponderEliminarJesús, Aurora, Manuel, Eduardo y Pepe, os agradezco infinito vuestros amables comentarios, que he leído con todo interés. Ruego que me disculpéis si en esta ocasión y, de forma excepcional, no respondo como os merecéis. Estoy en un absorbente (y placentero) y largo viaje familiar con poca wifi, sin acceso a ordenador y escaso tiempo. Espero disculpéis también que no pueda comentar los vuestros. Me pondré al día a final de mes.
ResponderEliminarAgradecidísimo de nuevo y muy buen verano a todos.
Nos miramos en el espejo, en el ·nuestro" y no vemos lo que los demás ven. No nos conocemos a nosotros mismos y cuando creemos hacerlo... nos infravaloramos dejándonos conducir por las "tendencias". Otras veces, nos dejamos llevar por lo que creemos que los demás ven, quieren, captan... de nosotros.
ResponderEliminarFelices vacaciones.
No hay nada más preciado que la poesía y los ojos que saben detectar que la belleza está en el interior, como los tuyos, Ángel.
ResponderEliminarUn abrazo y disfruta de las vacaciones.
Pablo
Igual lo de la poesía era un añadido y lo que le gustaba a la zagala realmente eran esos kilos de más. Porque poetas delgados, también existen.
ResponderEliminarEl protagonista se ha dado cuenta demasiado tarde de que el amor visual es efímero al antojo del tiempo. Muy bueno, Ángel. Un abrazo.
ResponderEliminarLa belleza del alma, frente a la física, y no siempre vence esta última.
ResponderEliminarLa primera es permanente la segunda sólo dura un determinado periodo de tiempo.
Bien, muy bien, Ángel.
Saludos afectuosos.
Como siempre, un microrrelato que demuestra tu dominio de la escritura. Y, al final, triunfa la poesía. Muy bueno, tus historias nunca defraudan.
ResponderEliminarSaludos Ángel.
Es un microrrelato duro, Ángel. Me ha gustado y pienso que le puede pasar a cualquiera. El miedo puede ser un mal consejero a la hora de tomar decisiones. Nos puede nublar la mente hasta el punto de creer que leemos la mente de los demás, cuando solo estamos leyendo la nuestra.
ResponderEliminarUn saludo.
Temor y temblor tituló Kierkegaard uno de sus libros en los que filosofaba sobre la fe y el sacrificio de Abraham. Excepto los muy grandes, creo que todos tenemos temores, pues, si en la vida hay algo seguro es que no hay nada seguro, ¿y quién no desea seguridad para aquello que más quiere?
ResponderEliminarPero, como la vida nos demuestra de continuo, de la noche a la mañana, podemos perder a las personas que más amamos, podemos perder aquellas cosas que nos son caras, podemos perder la salud, física o psíquica, de hecho, cada día perdemos un día.
El personaje de tu microcuento tiene un temor que suele ser muy común, un temor del que a veces surgen grandes males, como los celos, o peor todavía, la violencia extrema contra esa persona que se dice amar, algo que vemos cada poco en las noticias.
Pero ese personaje no es violento, sino alguien que tiene dudas, que no tiene confianza en sí mismo y, sin que tenga prueba alguna para ello, piensa que su mujer que se conserva tan lozana dejará de amarle porque él, con su vida sedentaria, ha arruinado su aspecto físico. Supongo que no se le ha ocurrido pensar en parejas como la formada por Carlo Ponti y Sofía Loren, en la que era más que evidente que ella no podía amar al productor de cine milanés por su aspecto físico, pues era bajito, rechoncho, calvo y veintidós años mayor que ella.
Por tanto, lo que hace es traicionarse a sí mismo, deja de ser lo que era por ese temor, y siguiendo el dictamen de sus miedo cambia versos por gimnasio; y aquí, el destino, usando una ironía que, a veces, le hace creer a uno que se debe a una inteligencia desconocida, hace que su mujer se enamore de alguien que se parece a lo que él ha desdeñado ser para convertirse en otro.
En cierto modo, tu microcuento me ha recordado un cuento de origen persa en el que un visir le pide a su califa que le deje irse a Samarcanda, porque esa misma mañana se ha topado con la muerte, a lo que el califa accede. Más tarde, el propio califa, mientras pasea, se topa con la muerte y le pregunta por qué quiere matar a su visir que aún es joven y saludable, y la muerte le contesta que esa mañana, al chocarse con su visir, lo miró con extrañeza al verlo allí puesto que, esa noche, tenía con él una cita en Samarcanda.
Así que, ese visir ha convertido su propio miedo en su infausto destino, algo así como las profecías autocumplidas. Y el mundo de las supersticiones suele ser muy propicio para ello.
Como acostumbras, un microcuento poliédrico en su aparente sencillez del que se pueden sacar muchas conclusiones y enseñanzas.
Un fuerte abrazo, Ángel y feliz verano.
Los miedos son los mayores obstáculos ante cualquier avance personal y fruto de la infelicidad y hasta crean males y dolencias somáticas como el estrés y sus múltiples variantes. En tu relato ha quedado explicado y resumido magistralmente en 50 palabras.
ResponderEliminar¡En tu línea, amigo!
"Mancantao" Un abrazaco, Ángel.
Temores, temores. Son humanos, como nosotros y con ellos vivimos. La perfección es un mal terrible y dudar nos hace avanzar. Aunque, a veces, también nos impida comprender que no hay nada que temer. Como a ella, que le da miedo la novedad y prefiere acomodarse en lo ya conocido.
ResponderEliminar¡Buenas vacaciones, Ángel!
A este hombre sus temores podrían haberle jugado una mala pasada. O quizá haya sido otro el motivo. Lo que sí parece claro es que las cosas no habrían llegado a ese punto con algo más de diálogo o sintonía. Porque a ella ¿le gustaban entrados en carnes, o quizá los prefería poetas, tal vez menos inseguros…, o simplemente había dejado de gustarle su marido? Desde luego, si es por lo primero, para competir contra su rival en igualdad de condiciones tiene un camino por delante muy poco sacrificado, .
ResponderEliminarEnhorabuena por este ingenioso, estupendo relato que esconde más tema (paradojas, despropósitos, incomunicación…) del que en un principio pueda parecer.
Un abrazo, Ángel.
Salvador P., Pablo, María, Salvador E., María Jesús, Beto, Josep, Enrique A., Isidro, Patricia y Enrique M., os agradezco infinito vuestra lectura y amables comentarios. A partir del próximo día 1 confío en recuperar del todo las buenas costumbres (este mes las ha descolocado del todo), de leer y comentar. Disculpad si no he podido atender vuestros relatos y comentarios como merecéis.
ResponderEliminarMil gracias otra vez